miércoles, 11 de enero de 2012

Casi todos - Cenizas y más cenizas

Llego el día siguiente y la van nos recogió puntual, sin embargo el conductor nos tenía noticias para nada buenas. Las cenizas que habíamos visto en todo el viaje – y que habían estropeado mis lentes de contacto – ocasionaron que todos los vuelos desde y hacia Bs. As. se cancelaran. Llegamos al aeropuerto de Bariloche esperando lo mejor, pero nos encontramos con una cola inmensa y ningún personal de LAN que nos dijera algo.
Finalmente como a las 7am. - llegamos a las 5 de la mañana – nos dijeron que nos llevarían en bus a otro aeropuerto, en Neuquen, donde quizás saldrían los vuelos. Yo estaba un poco asustada, mi última experiencia en bus no había sido de las mejores, y mi sobrina que se moría de sueño me dijo que se sentaría con su papa. Subimos al bus y busque una persona confiable: una colombiana de la tercera edad, fue lo mejor que encontré: Callada, educada y sonriente.
Después de 4 horas de viaje, llegamos al aeropuerto indicado y parecía una ciudad fantasma, las tiendas cerradas y más pasajeros esperando salir de ahí.
Esperamos hasta avanzada la tarde, nos dieron de almorzar un pollo hervido con unas lechugas y unas rodajas de limón, de postre nos dieron helado y gaseosas. Mis hermanos se fueron un momento a averiguar cuál sería nuestro destino y me dejaron a mis dos sobrinos pequeños, ahí entendí que si tuviera gemelos o mellizos – Mauricio y Sofía tienen casi la misma edad – me volvería loca.
Cuando regresaron nos dieron la noticia de que no saldría ningún avión de ese lugar y que LAN nos ofrecía un bus que nos llevaría a Bs. As. donde – nos aseguraron- la ceniza no había llegado y que podríamos estar en Lima el lunes o martes temprano.
El bus que nos toco tenía dos pisos, en el primer piso había 8 asientos los cuales fueron ocupados por todos mis familiares excepto yo que termine exiliada en el segundo piso, solita. Me senté adelante, espere que ningún hombre se sentara a mi lado y me prepare para pasar las 24 horas que nos llevaría llegar a la capital. Bajamos a almorzar, a tomar café, el bus hizo 4 paradas en todo el trayecto lo que nos permitió no resentir tanto lo pesado del viaje.
Además, la estupenda vista panorámica y los paisajes que pude apreciar durante esas horas ayudaron a tranquilizarme, inclusive cuando nuestro bus se fue en contra en la carretera, inclusive cuando el viejito sentado al otro lado de mi asiento se puso a gritar impaciente para que el conductor fuera más rápido.
Llegamos sucios, molidos de cansancio al aeroparque de Ezeiza. Ahí la gente de LAN amablemente se ofreció a llevarnos al aeropuerto que nos llevaría a Lima. Al llegar nos sorprendió que la cola para los vuelos internacionales estuviera vacía, Giovana se apuro a llevar nuestras maletas al inicio de la fila.
Al poco rato nos dimos cuenta de que la cola estaba vacía porque se habían cancelado todos los vuelos de entrada y salida a la Argentina. Nos miramos las caras – mire mi billetera y me alegre de no haberme gastado todos los pesos que lleve – y nos resignamos a buscar un lugar donde pasar la noche.
Mientras jugaba con mis sobrinos para que no se aburrieran, mi hermana llamo a la agencia que nos había vendido el tour para ver en qué hotel nos podíamos quedar, un hotel que se ajustara a nuestra situación – imprevista – es decir un lugar barato y decente donde poder alojarnos los 9 sin terminar de gastarnos todo el efectivo que cargábamos encima, un lugar donde pudiéramos estar el tiempo indefinido que demorara en asentarse o desaparecer toda la ceniza que rodeaba la ciudad.
Suipacha Inn fue la respuesta a nuestra necesidad.
“Queda en Suipacha y Base” – le dijo mi hermana a Julio antes de irse en el taxi que la llevaría a ella, mi mama, su suegra y sus dos hijos.
Paramos un taxi y le dimos la dirección al taxista, era un tipo muy criollo, muy gracioso.
“Suipacha y Base? esa cashe no existe, estan jodidos” -  nos decía, mientras veía la cara de preocupación de mi hermano cuando recordó que no le había pedido a Giovana ni el nombre del hotel y que no había forma de comunicarse con ella porque el celular lo tenía su esposo Ricardo.
Ya en la autopista, lo único que nos quedo por hacer fue tratar de encontrar el taxi en el que se había ido mi hermana.
“Era uno amarillo” – alcance a decir, mientras Julio y Ricardo me miraban, intentando decir lo indecible en la situación en que nos encontrábamos.
“Carol, acá todos los taxis son amarillos, ¡monga!” – mi hermanito mayor no se aguanto.
Luego de varios minutos, de varias aceleradas y frenadas, y de una invitación a la parte peruana de Bs. As - solo para los caballeros -, los encontramos.
Suipacha Inn se encontraba en Suipacha y Lavalle en un lugar parecido al Jirón de La Unión en Lima. Nos registramos y reservamos – con cautela – dos días de estancia. Esa noche salimos a pasear y a cranear como íbamos a hacer la “multiplicación de los panes” o de los pesos para que nos alcanzara el efectivo para la comida de 9 personas sin tener que recurrir a nuestras tarjetas de crédito.
Durante la caminata mi hermana me comento que a mi mama le dolía el pie. Resulta que antes del viaje se había torcido el tobillo y estaba tomando pastillas. Mi mama es una persona mayor y cuando está enferma se deprime – también se engríe mucho - y a veces no sigue el tratamiento. Es por eso que la interrogamos en su cuarto hasta que nos enseñara el tobillo y rebuscamos las pastillas que estaban casi enteras. Mi señora madre había tomado solo una y por eso la inflamación no bajaba, la conminamos a tomar sus pastillas y a reposar toda la noche y gran parte del día siguiente.
Esa noche los chicos y las señoras del grupo cenaron pollo a la brasa – o lo más cercano a eso – y mi hermano y yo unos choripanes, con sus cervezas, en un puesto de los alrededores. Las habitaciones del hotel, a diferencia de los anteriores, eran pequeñísimas y las sabanas no me daban la confianza de meterme debajo de ellas. Así que esa noche, y la siguiente, me abrigue para dormir encimita nomas.
Al día siguiente tomamos el desayuno que nos ofrecía el hotel y mis hermanos se fueron a reservar nuestro vuelos de retorno. Yo me fui a caminar por ahi, había muchos comercios y también un sex shop. Los ambulantes eran en su mayoría bolivianos, ecuatorianos y chilenos, ahí me di cuenta que muchas de las cosas que compramos en nuestros primeros días en Bs. As., inclusive en Bariloche estaban mucho más baratas. Otra cosa que note es que la gente fumaba demasiado.
Ya de regreso al hotel - antes de almorzar - nos sentamos los cuatro – Julio, Giovana, Ricardo y yo – en un café al frente del Suipacha a tomarnos unas cervecitas y fumarnos un cigarrito. Si de cervezas se trata, la Quilmes es la más rica que he probado hasta ahora.
Almorzamos en el mismo restaurant donde habíamos comido los choripanes con Julio. Me di cuenta que ahí no había menú, ni sopa, ni arroz, ni guiso lo único que había eran pizzas, choripanes, hamburguesas, extrañe mucho Lima.
Por la tarde tomamos el metro y visitamos algunos jardines cercanos. Caminando llegamos a la Recoleta y esperanzados en que esa sería nuestra última noche en Argentina – habíamos reservado los pasajes para salir al día siguiente temprano, y la ciudad ya no parecía azotada por una tormenta de arena – nos salimos un poco del presupuesto y cenamos ahí.
Al día siguiente, martes, nos levantamos tempranísimo, arreglamos nuestras cosas y bajamos a desayunar mientras esperábamos a la van que nos llevaría al aeropuerto. Cuando llegamos estaba repleto, era un pandemonio lleno de gente y colas por doquier, la de LAN era enorme. Mi hermana estaba con los pequeños pero los dejo un momento para ir a preguntar si esa era la cola correcta.
Regreso y de lejos nos hizo señas para que nos moviéramos, cuando conseguimos mover las 7 maletas nos dijo que se había equivocado, casi la matamos, felizmente habíamos sido amables con una señora chilena que estaba delante nuestro y que nos dejo entrar nuevamente a la cola, sino hubiésemos cometido fraticidio.
Cuando llegamos al counter notamos que organizar a las 9 personas no sería fácil, aun mas cuando la persona que nos atendía no sabía que había 3 menores que tenían que ser acompañados por un adulto.
Tanta fue su demora que el avión se lleno, de los 9 que éramos solo 6 irían en el avión directo a Lima, los demás: mis dos sobrinos Gabriela y Mauricio mas Ricardo tendrían que esperar, en el mejor de los casos tendrían que hacer escala en Santiago de Chile.
Quizás fue el destino pero justo antes de enterarnos y como la situación estaba tensa mi mama le llamo la atención a Gabriela ocasionando que se pusiera a llorar de inmediato. Y cuando el pequeño Mauricio se entero que no iría en el mismo avión que su mama también se echo a llorar. En lo que respecta a mi hermana, desde el primer momento que se entero decidió que como sea se iría con sus dos hijos, así fuera por tierra.
Esto conmovió a la señorita del counter, que había reemplazado al tarado que nos había puesto en todo ese embrollo. Finalmente nos subimos al avión que nos traería a casa, mientras la familia de mi hermana tendría que esperar a que su avión saliera.
Pero había un detalle, al irnos ninguno de los 5 sabia el destino de nuestro equipaje. Para sorpresa de todos, el chico que nos atendió había hecho check-in pero no había cargado el equipaje de nadie. Así que Giovana y Ricardo tendrían que cargar con dos niños y el equipaje de los 9.
Ya en el aire me relaje – intente dejar de pensar en mi maleta - y me di con la grata sorpresa de que en ese vuelo servían vino y uno muy rico, aunque no lo disfrute tanto como la pareja de edad madura que estaba delante mío y que arrasaron con el vino, la cerveza y el whisky. Arribamos a Lima solo con el equipaje de mano.
Mi mama se quedo con Julio, que iría a su casa a asearse y comer algo. Yo me regrese con la suegra de mi hermana y su hija que la había ido a recoger. A pesar de que almorcé en el avión me dio hambre y ni bien llegue a mi casa compre chifa. Me duche y salí rumbo al aeropuerto para recoger a mi hermana y su familia que traía mi maleta.
Salimos del aeropuerto como a las 8:30pm, habían venido también mi madrina Sonia y Alexandra, su hija, de la edad de Gabriela. Nos despedimos todos en la puerta y Julio me adelanto a mi casa.
De ese viaje aprendí que en algunos casos el canal del clima es imprescindible, que viajar con mis hermanos es de lo mejor y que siempre hay que llevar dinero extra, un buen libro, un cuaderno de apuntes, algo de  sudoku y crucigramas, por si hay que esperar.
Y mucha, mucha paciencia y buen humor.

Ps. Este post se llama "Casi todos" porque mi papa no pudo acompañarnos en el viaje, el proximo martes 17 cumple años, este post se lo dedico a el.

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