martes, 14 de febrero de 2012

Cuenta conmigo (Autor: Chico Novarro)



Cuenta conmigo
Por si tuvieras que encontrar algún motivo
Si necesitas algo más que conformarte
Si se te ocurre por ejemplo enamorarte
Aquí me tienes...Siempre dispuesto
A ver el mundo como tú ni lo imaginas
Y si me quieres ver feliz y no te animas
Cierra los ojos al aroma de una rosa
Mientras mi alma...te cuenta cosas.


Cosas que nunca te dijeron hasta ahora
Si eres consciente de la gente que te adora
De ser un poco la razón de esta canción.


Y si resulta... Que no resulta mi sistema de quererte
Cuenta conmigo nada más que para verte
Y si tuvieras que dejarme... No te preocupes.


Yo me podría acomodar sin molestarte
En un rincón donde pudieras acordarte
Que cuando el tiempo haya pasado
y... tengas ganas ... Con esas ganas
me encontraras...



ps1. Chico Novarro escribio el célebre tema "Algo Contigo" (Si, el que canta Vicentico)

ps2. No pensaba postear nada hoy (muy cliché) pero vale la pena conocer un tema así, tan honestamente enamorado.

viernes, 3 de febrero de 2012

Comiendo para recordar

¿Porque a los peruanos les friega tanto que se metan con su comida?

Cuando tenía unos 6 o 7 años, durante mis vacaciones, mi mama me dejaba bien temprano en casa de mi abuela Angélica que vivía en la Victoria, como no tenia con quien jugar acompañaba a María –la señora que le ayudaba- al mercado para comprar lo necesario para preparar las viandas que llevábamos a una fábrica de zapatos al frente de su casa. Aun puedo sentir el olor a pegamento de los cuartos combinado con el de la comida y aun tengo en mi memoria la pila de tapers de la cual comían los trabajadores.

Con el dinero que le pagaban, mi abuela se sostenía y ayudaba a mi mama de la forma que podía y quizás – era muy pequeña para saberlo con certeza – alimentaba a los entenados que caían por días y hasta por semanas – o meses – en su casa sin cobrarles un sol. Aparte de la pensión que daba a esta fábrica tenía 2 o 3 pensionistas más que iban a comer a su casa, entre ellos el entrañable Vicente, un albañil que ya no ejercía y que con su pobrísima pensión de jubilado desayunaba, almorzaba y cenaba en casa de mi abuela.

En mi memoria también tengo grabada la receta de la papa a la huancaína que ella me relataba una y otra vez, las ganas con la que me contaba como la preparaba – agregándole la yema cocida a la crema y las claras picadas con perejil en la presentación final – será un recuerdo que no se me ira nunca.

Generosa en la preparación de los platos para los pensionistas, casi nunca lo era para ella misma o para la gente de la casa, a excepción de las veces en las que preparaba patasca para todos- cuando le mandaban la cabeza de carnero de Tarma-, o una de mis favoritas: la mazamorra de maicena y leche que me hacía por las tardes de invierno.

El plato que más recuerdo era un guiso de papas – sin carne – que cocinaba cuando no alcanzaba la plata para más. O la típica división de las presas en la olla cuando venia un invitado inesperado. Aunque cuando mi hermano visitaba la casa casi siempre preparaba algún manjar para su nieto engreído.

Mi abuela vivió y se mantuvo muchísimo tiempo con la comida que preparaba y ese trabajo ayudo a sacar a toda mi familia – que ahora cuenta con 3 generaciones – adelante.

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La señora María que vivía en la Av. El Retablo en Comas tenía una mala relación con su esposo, a eso había que agregarle la pesima situación económica por la que pasaban. Resolvió entonces hacerse de una cocinita primus a kerosene y empezar a vender papas rellenas y picarones en el cuarto que antes había acondicionado para una bodega y que había quebrado.

Los domingos también preparaba cebiche para hacerse de unos soles más. Al principio íbamos los vecinos y se la veía cabizbaja y algo avergonzada, a su esposo no le parecía tan buena idea pero ella siguió adelante, quizás porque no le quedaba de otra.

Poco a poco, y debido a su buena sazon, la gente se fue pasando la voz. A los 3 o 4 comensales que habían, aparecieron 9 o 10 y lo que empezó como un negocio esporádico se convirtió en 3 mesas con sus sillas y la misma cocinilla en la que preparaba todos sus potajes, que incluían pollo broster y causa rellena.

Tanto fue el éxito que empezó a elegir que día abría y que día no y se independizo de su esposo que ya no estaba tan en desacuerdo con el negocio. Con el dinero no solo solvento sus gastos diarios sino que le permitió ahorrar lo suficiente para empezar a levantar su humilde casa de un piso y la convirtió en una de 3 muy bonita y con bueno acabados.

Pero la cosa no quedo ahí, logro pagarles los estudios técnicos al hijo que todas las noches le ayudaba a preparar y servir los platos, así siguió por años hasta que un día decidió cerrar por una temporada.

“Cerrado por refacción” – decía un letrero en la puerta del garaje que usaba para su improvisada fonda.

Abrió un mes después con toda una nueva infraestructura: mas mesas, una campana extractora de humo, un baño, maquinas especiales para mantener caliente la comida – que sumaba más de 10 tipos entre postres y platos salados – ahora no solo la ayudaba su hijo, habían también dos chicas más a las que les pagaba por su trabajo.

Y así, la señora María que empezó con su cocina que humeaba kerosene termino con su hijo culminando la carrera y abriendo solo 4 días a la semana con gente haciendo cola para entrar, hasta el día de hoy.

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Cuando mi hermano estaba en la universidad mi mama -a parte de su trabajo de secretaria - hacia verdaderos malabares para pagar su pensión y la mensualidad del instituto de mi hermana, para ello vendía alfajores, chocolates y turrones Doña Pepa en octubre, turrones que le compraba a una compañera que, en la misma situación apretada que ella se le había ocurrido prepararlos y no les salían nada mal.

Así mi hermano termino la universidad y mi hermana la carrera técnica a punta de turrones, alfajores y demás. Ninguno preparado por mi mama, que no tenía muy buena mano para la cocina.

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“Cuando no llueve, truena” reza un dicho, y a veces se cumple en los peores momentos. Mi abuela sufría del corazón y la situación se puso peor cuando nos dijeron que tenían que hacerle una operación a corazón abierto y ponerle un bypass y un marcapaso. No recuerdo bien pero mis hermanos y mi mama se deben haber encontrado en una situación bien preocupante cuando hicieron el presupuesto para su operación y recuperación – sin contar la compra del marcapaso.

A mi hermana no se le ocurrió mejor idea que realizar sendas anticuchadas y parrilladas “Pro-Salud” con la infaltable rubia heladita y música bailable. No recuerdo cuantas pero fueron varias, las necesarias para pagar la cuenta de la clínica y comprar el bendito aparatito que le permitiera a Mamita seguir viviendo.


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Mi papa aprendió a cocinar gracias a su mama, como el hijo menor pegado a mi abuela no le quedo otra que conocer todos sus secretos y encontrar el gusto de estar entre ollas, sartenes y cucharones.

Aunque veces se estresa y se pone cascarrabias cuando hay muchos invitados, no hay duda de que si él pudiera viviría de eso, pero sinceramente creo que el estrés terminaría afectándole de purita preocupación por que sus comensales coman rico y se vayan satisfechos.

No puedo negar que me siento orgullosa cuando le piden para alguna celebración familiar que prepare los platos norteños que tan bien le salen, o ese chupe de camarones que prepara nada más que para mí cuando voy a su casa. O esas cenas navideñas con mi mama y mis hermanos con la mesa repleta de cosas ricas que por cosas del destino ya no compartimos juntos.

El nunca estudio nada de cocina y tampoco vivió de ella, pero lo hace como un profesional y lo disfruta como un niño.

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No soy historiadora pero si algo tengo claro es que desde que este país fue independiente mucha gente - como mi abuela o la señora María - no tuvo la oportunidad de estudiar una carrera y sostenerse con un trabajo como el que tenemos muchos de los que conozco – y los que no - hoy en día.

Pero había responsabilidades que asumir, gastos que pagar. Y si hay algo de lo que se puede sentir orgulloso el peruano – aunque la mayoría tire la basura en la calle, no sepa ver un semáforo y se ufane de ser “vivo” – es la creatividad, esa que les ayuda a salir adelante, que les permite sobrevivir, esa que confirma el refrán que mi mama siempre repetía cuando no tenía plata: “Hijita, Dios aprieta pero no ahorca”.

Y es la comida y la música – chicha, huayno, cumbia, criolla ósea música que mueve masas - la que saco adelante a mucha gente. Porque para cocinar rico y cantar bonito no hay que estudiar precisamente, hay que tener talento innato o aprender como sea posible.

Es por eso que creo que el “boom” de la cocina peruana es importante, no porque valide mi identidad como peruana porque el mundo la admira. Su importancia radica en que es vital para reconocer a esas personas que muchas veces eran relegadas a la cocina, o que se sentían avergonzadas por preparar/vender comida para vivir. Porque en vez de buscar dinero – en las situaciones más desesperadas – en algún negocio ilícito, siempre vieron  viable sacar su mesita a la puerta de su casa y vender: sanguches, salchipapas, papa rellena, higadito con yuca, huesitos broster o choclo con queso. 

La comida para la gran mayoría de peruanos ha sido el sosten de su economia y eso merece respeto.

Como decía Teresa Izquierdo antes nadie apostaba por una carrera de cocinero o se avergonzaban cuando les decian despectivamente "tamalera" o "anticuchera". Pero ahora muchos chicos que terminan el colegio la consideran tan importante como estudiar derecho o ingeniería. Porque sienten que eso que les gusta, no solo llenara sus vidas de satisfacción sino llenara sus bolsillos y pagara sus cuentas a fin de mes.

Y no solo se trata de los cocineros, - lo últimos eslabones de la cadena – también ha nacido una preocupación por los insumos, por el trato justo hacia los productores de estos, o ¿acaso recuerdan hace 5 años algún comentario sobre Oro Verde y el cacao? Aunque debo reconocer que a veces se nos pasa la mano con chauvinismos estúpidos que no hacen más que dividirnos.

Es por eso que - creo - la gente se escandaliza tanto por los comentarios de Iván Thays y es por eso que a mí me jode tanto que la gente minimice la comida, porque no es solo “comida” es lo que hay detrás.

Para muchas personas esos platos modestos que son tan indigestos y llenos de carbohidratos fueron indispensables para salir de algun apuro economico, para vivir y para ser lo que son – sus hijos y hasta nietos - hoy en día. Pienso con certeza que para comprenderlo hay que vivirlo, hay que sentirlo, aprenderlo y enseñarlo.

Así Woody Allen nunca pida comida peruana por delivery en una de sus películas.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Huayna Picchu - Parte III

Para iniciar la subida tocaba hacer otra cola, puesto que hacían un control de los que subían y bajaban a fin de que todos pudieran transitar tranquilamente – si es que vale el término – para llegar a la cima.

Ingresamos y nos apuntamos en una lista donde anotábamos la hora de ingreso – y la hora de salida - al principio era un camino de bajada, poco a poco mi amiga se fue adelantando, yo decidí caminar 20 minutos y descansar 5 pasara lo que pasara. Cuando empezó la subida me di cuenta del porque tenían ese cuidado con la cantidad de gente.

Para subir tienes que rodear el cerro por estrechos senderos algunos con escaleras – con peldaños para alguien con talla de zapato 34 - otros sin ellas, en algunos puntos para dar mayor seguridad habían puesto unas cuerdas para agarrar impulso, pero a veces estas cuerdas no estaban tan tensas y en vez de coger impulso podías resbalarte con ellas unos buenos metros.

Conforme subía y miraba para abajo, me di cuenta que si me caía la vegetación espesa que se acumulaba haría imposible que me encontraran.

Para terminar de completar la situación empezó a llover, a lo escarpado del camino había que agregarle un resbaloso barro. En una de esas pise mal, me resbale y estuve a un centímetro de romperme la nariz – y la cara – con la punta de piedra de uno de los escalones. Agradecí a mi buena suerte, a mis ángeles, agradecí y agradezco hasta ahorita.

Traía encima un impermeable hecho de bolsa, debajo traía mi casaca y mi morral, en algunos momentos literalmente tenía que reptar para no resbalar otra vez y caer, me pareció la forma más segura y me valió madre verme como una serpiente andina.

Algo que me motivaba a seguir era la gente que iba encontrando en el camino, algunos me preguntaban si estaba bien, de donde era, pero la mayoría intentaba motivar usando la clásica mentira:

“Solo faltan 15 minutos para llegar a la cima” – me lo dijeron como 5 veces y no llegaba.

Casi para alcanzar la meta había que subir una meseta que se alzaba a 2 metros de donde estaba. La verdad que no hay tan buena señalización – quizás con la lluvia y el barro era difícil verla – por lo que para subir tome el camino más peligroso el que daba al lado del abismo, la verdad no sé como lo hice – me dan miedo las alturas – quizás la niebla y la adrenalina ayudaron.

Ya encima de la meseta pensé que no habría otro “reto” que sortear pero frente a mi solo había una cueva donde con las justas cabía yo y nadie más que yo. Si hay algo a lo que le temo más que a las alturas es a los lugares cerrados y ese era un lugar donde bien podrías quedar atascado, porque para ingresar no lo podía hacer caminando sino casi reptando.

Me quede parada pensándola, sopesando regresar, pero justo a tiempo apareció un chico que subió a la meseta por otra ruta más segura y se metió sin temor en la cueva, decidí entonces que si él podía – era más alto que yo – pues yo también.

Tal y como supuse entré agachada y salí arrastrándome por un hueco chiquito, aunque adentro de la cueva si podia pararme de forma normal. Lo hice rapidísimo por el temor a un derrumbe y la terrible idea de quedar atrapada. Salí y efectivamente no faltaba nada para llegar a la cima.

Camine unos 5 minutos mas y ahí estaba, una cueva llena de gente con una escalera maltrecha de madera donde la gente se subía para llegar a lo más alto. Llegue cuando la neblina la había alcanzado, me tome una foto mirando para adentro – no quería mirar para abajo por temor al vértigo – estuvimos con mi amiga unos minutos mas y bajamos.

Hay quienes dicen que más que la meta lo reconfortante – o emocionante - es el trayecto y en este caso se cumplió totalmente.

En ese momento la lluvia estaba imparable, riachuelos de barro bajaban por las escaleras mientras me figuraba como reptar para abajo, no se podía. Finalmente logre bajar lo más escarpado del camino como pude, doblando mis pies para que cupieran en los diminutos peldaños, agarrándome de las ramas y hasta de las piedras enraizadas en la tierra.

Por ratos me quedaba sola, no me cruzaba con nadie y casi para terminar me sentí algo perdida. Tenía frente a mi dos caminos que con la lluvia se veían igualitos, decidí seguir uno al azar y finalmente llegue al punto de partida agotadísima.

A la entrada me esperaba mi amiga, apunte mi hora de salida en el libro, me tomo 2 horas 45 minutos subir y bajar ese cerrito. El guía nos dijo que ya nadie subiría porque la lluvia estaba haciendo intransitables los caminos.

Salimos y nos tiramos cual costales sobre la tierra mojada, estábamos exhaustas, sudadas, empapadas por la lluvia y llenas de barro de la cabeza a los pies. Nos quedamos así como media hora, luego nos levantamos para salir del santuario.

Nuevamente las señales no eran muy claras – y menos aun sin guías – preguntando, errando el camino llegamos a donde nos recogió el guía. Rosario fue al baño mientras yo iba a comprar algo de beber en una de las pocas cafeterías que ahí había.

“9 soles la botella de agua!” – Exclame, preferí tomarme un jugo de naranja que valía 10.

Esperamos un bus que nos llevara a Aguas Calientes, subimos a uno que estaba casi lleno. En el primer asiento había una señorita bien gordita con la que nadie se sentaba. Por solidaridad me senté con ella pero me di cuenta que ella estaba incomoda porque yo estaba toda mojada. Pensé en eso unos minutos hasta sumirme en un profundo sueño.

Cuando llegamos al hotel nos dijeron que las maletas solo podían estar en el hall. Habíamos tomado una noche en ese hotel y ya había pasado la hora del check out.

“Entiendo que ya no podamos usar la habitación, pero no vamos a cambiarnos en los baños”- les exigí, por lo que nos cedieron nuevamente nuestro cuarto para asearnos y cambiarnos como Dios manda.

Ya bañadas y con ropa seca dejamos el equipaje nuevamente en el hotel y fuimos a comer algo, eran las 4 y media de la tarde y lo único que encontramos fue un restaurant donde solo vendían sopas. Fue la sopa más reconfortante de mi vida.

De regreso al hotel, recogimos las maletas y nos dirigimos nuevamente a la estación del tren. Nuestros compañeros de viaje fueron una mujer mayor que hablaba ingles y quería aprender español – y que tenía ideas sobre la política muy interesantes – y un alemán que viajaba por toda Sudamérica y que había llegado de Mendoza, Argentina.

Al principio nos mirábamos las caras y mi amiga me hacía señas para iniciar la conversación, así que fiel a mi forma de ser les pregunte si querían jugar cartas con nosotros. Jugamos casi todo el trayecto, conversando de la realidad del Perú, de la política y otros temas.

Por ratos el tren se detenía, a las ventanas de los vagones se acercaban niños de los alrededores para pedir comida a mí se me ocurrió tirarles las galletas que nos habían regalado ante la mirada atónita del alemán.

El tren se detuvo nuevamente, para no moverse más. Las lluvias habían ocasionado problemas en los rieles – los habían inundado al parecer – por lo que nos despedimos de nuestros amigos y nos bajamos para tomar una van que nos ofrecía la empresa. Tuvimos suerte ya que en los dias siguientes cerraron el acceso por el mismo motivo.

Llegamos a la ciudad del Cuzco luego de toda la travesía por la que pasamos. Es gracioso, pero lo que más recuerdo de mi viaje a Cuzco fue Huayna Picchu, ese camino que no quise recorrer pero que finalmente acepte.

Huayna Picchu - Parte II

A pesar de que sabía que dormiría poquísimas horas descanse plácidamente, hasta que una sombra se asomo al lado de mi cama y con voz casi fantasmal me dijo:

 “Carol…”

Me levante sobresaltada, era mi amiga que me avisaba que ya era hora de ir a la estación del bus. Bajamos con caras cansadas y “legañosas” a tomar un desayuno ligero que nos ofrecía el hotel.

Yo estaba preocupada, la rodilla me había molestado desde el día anterior – aun más por el golpazo que recibí – no quería que eso me impidiera subir y no porque habían nacido en mi súbitas ganas de hacerlo, solo se debía a que no quería hacer todo el esfuerzo de madrugar para no poner lograr el cometido.

Salimos del hotel y caminamos por las desoladas calles de la pequeña ciudad, donde se oía el caudal ensordecedor del rio Vilcanota.

Nuevamente creímos que siendo casi las 4 de la mañana alcanzaríamos uno de los primeros asientos en los benditos buses, pero – nuevamente – no. Delante nuestro habían unas 40 personas. Esperamos paradas un largo rato hasta que empezó a llover fuertemente, sin paraguas a la mano alcance un lugarcito a la entrada de una de las varias tiendas que aprovechaban la demanda en esos momentos y me senté. Mi amiga se quedo parada en donde seguía cayendo la lluvia.


“Si quiere subir que le cueste”- pensó mi yo “con sueño”.

Luego decidí no ser tan “Cruella de Vil” y cederle mi sitio, de paso que estiraba las piernas y buscaba una farmacia donde encontrar algo para mi rodilla que me seguía fastidiando. No encontré la farmacia pero si una tienda donde la dueña me recomendó una pastilla, aunque dude al principio finalmente me la tome. Regrese y esperamos a que llegaran los buses hasta el amanecer.

Al lado nuestro había un grupo de chicas de Argentina y detrás un grupo de chicos del mismo país. Luego de un rato apareció una pareja que se quiso colar pero los chicos amablemente les explicaron que “eso” no se podía hacer.

Llegaron los buses y el primero se lleno, así que subimos en el siguiente. En el trayecto vimos a varios grupos que hacían el Camino del Inca y que pedían aventón, así como gente del mismo pueblo que iban a vender sus productos.

Bajamos del bus y nos colocamos al final de la cola donde sellaban los tickets que nos habían dado para entrar a Macchu Picchu, el sello decía “Subida al Huayna Picchu”.

Una vez que conseguimos entrar entre los 400 primeros la gente se quedo de pie esperando, me pareció innecesario ya que teníamos todo para ingresar, solo faltaba que abrieran a las 8 y eran las 5:30. Resolví entonces preguntar si era necesario seguir paradas congelándonos.

Efectivamente no era necesario por lo que nos apartamos del tumulto y buscamos un lugar donde guarecernos del frio y dormir un ratito. Fue el peor descanso de toda mi vida, hacia un frio de los mil demonios y tenía el trasero y las pantorrillas congeladas. A pesar de todo y quizás por las pocas horas de sueño me dormí.

Desperté justo cuando llegaba el bus con nuestro guía. No recordaba su nombre pero si sus señas.

“Es pequeño, robusto y bien trigueño”- nos dijo el contacto la noche anterior en el hotel.

Me levante y le di nuestro nombres, nos unió al grupo y entramos.

Para tomarte la típica foto no hay que caminar mucho, en realidad no hay que caminar demasiado en todo el trayecto, al menos las partes que visitamos tomaban alrededor de 2 horas entre las explicaciones y las fotitos de rigor.

“Bueno los que van a subir al Huayna Picchu parten desde aquí, dando la vuelta esta la entrada”- nos explico, había llegado la hora.



Huayna Picchu - Parte I

En los primeros días del 2011, a pesar del reciente final - devastadoramente doloroso - de mi última relación, decidí agarrar mi tristeza y mi pena en una maletita junto a otra maletota llena de ropa y enrumbar a Cuzco tal y como habíamos acordado con una amiga de la oficina los últimos días del 2010.

Pero no, esta crónica no tratara sobre mis sentimientos acerca de lo escrito líneas arriba. El post completito, y los que sean necesarios, contara la experiencia que fue llegar, subir – y bajar – del Huayna Picchu.

Se supone que cuando viajas al Cuzco la vedette del viaje es Macchu Picchu y fue así como nos lo vendieron a nosotras. El tren para aguas calientes lo tomamos en los últimos días del tour y salía un poco más de las 6 de la tarde de la estación de Perú Rail.


Como llegamos con casi 3 horas de anticipación, Rosario y yo decidimos “matar” el tiempo en uno de los cafés cercanos jugando ajedrez, damas chinas y bebiendo mates. Faltando poco para dirigirnos a la estación ella se fue un momento al baño y yo me quede solita en una de las mesas que daba a la calle. De repente, a lo lejos apareció un grupo de danzantes típicos así que aproveche la cámara que tenia a la mano y empecé a tomarles fotos mientras disfrutaba de la música con la que bailaban.

Cuando creía que ya se habían ido aparecieron detrás 4 grupos mas, cada uno con una melodía diferente. Si algo recuerdo bien es que en uno de los últimos grupos había niños de entre 6 y 7 años, uno de ellos en medio de la danza tropezó y se lastimo el tobillo. Uno de los danzantes grandes lo levanto y se lo llevo cargado al ritmo de la música. Agradecí mi buena suerte porque cuando mi amiga regreso estaba terminando de pasar el último grupo.

Nos fuimos a pie, el camino era un sendero tipo trocha. Yo como siempre “mama gallina” miraba de reojo si no venían camionetas detrás nuestro y cuando empezó a oscurecer decidí que fuéramos mas rápido para que no nos cogiera la noche en la mitad del trayecto.

Pensamos que como faltaba bastante para la salida del tren la estación estaría casi vacía, pero no podíamos estar más equivocadas. Grandes y desordenadas colas se habían formado para subir y en el local previo al abordaje se armo un desorden porque dejaban subir primero a un grupo de turistas. Finalmente mostramos los tickets y nos dirigimos a nuestro vagón.

Frente a nosotras había unas chinitas que no hablaban ni español, ni ingles. Nos miramos y resolvimos que no hablaríamos nada con nuestras compañeras de asiento por lo que comenzamos a jugar “ahorcado” con una hoja de papel y un lapicero. Lo único que logre fue que nos tomaran unas fotos, haciendo uso de señas y de Ingles.

Luego, quizás por la caminata o por los mates, nos quedamos dormidas hasta que llegamos a Aguas Calientes.

Cuando bajamos el desorden era mayor por lo que comencé  a caminar rápido para encontrar al guía que nos llevaría al hotel. Imagine que mi amiga me seguiría al mismo paso, pero no, se quedo en el tumulto y cuando llegue al mercadito cercano, donde había mas gente y mas guías me vi completamente sola y perdida, y lo peor, sin señal de celular. Para rematarla, accidentalmente me golpearon en la pierna con una de esas pancartas donde ponen los nombres de los turistas. Respire hondo y decidí ir a algún lugar donde mi celular sirviera de algo.

Camine unos metros y llame a Rosario, a duras penas se escuchaba su voz, me decía que ya había encontrado a nuestro guía y que le diera mi ubicación. Siendo casi imposible dársela por teléfono decidí buscarla. Cuando finalmente la encontré me pregunto:

“¿Donde estabas?”

“Delante de ti, me hubieses agarrado para que no siguiera cuando encontraste al guía” – le dije, algo ofuscada.

Empezó a llover y como el guía le había dado el paraguas a ella decidí seguirlo cubriéndome con mi casaca impermeable, más que nada porque a mi paso llegaría más rápido al lugar donde nos hospedaríamos.

Al ingresar ambas estábamos empapadas, subimos a dejar las maletas y a cambiarnos, pero nos alcanzo tiempo solo para lo primero porque nos avisaron que había llegado el otro guía, nuestro contacto para visitar Macchu Picchu.

Rosario me había compartido su ilusión de subir al Huayna Picchu y la verdad a mi no me emocionaba mucho la idea, además no entendía bien que tanto había con ese cerro. Llegue a pensar que la típica foto que toda la gente se sacaba en el santuario solo se podía tomar desde ahí. Nuestro guía me saco del error. Para ver casi todas las ruinas no era necesario si quiera acercarse.

“Entonces ¿Para qué vamos a subir?”- pensé.

Y mis ganas alcanzaron su valor negativo cuando nos explico que teníamos que hacer para lograr nuestro cometido.

“Para el Huayna Picchu tienen que levantarse a las 3:30 de la mañana para alcanzar los primeros buses ya que solo los 400 primeros que llegan pueden subir” – decía mientras mi cara de estupefacción se hacía cada vez más evidente.

La verdad que si no hubiera sido por las enormes ganas de mi amiga no hubiese aceptado y hubiese dormido feliz hasta las 7 de la mañana cuando el bus que llevaba solo a Macchu Picchu nos recogería. Decidí aceptar para no ser mala compañera, al fin y al cabo ¿Qué mal me podría hacer algo de ejercicio?

Esa noche pusimos despertadores para las 3 y nos dormimos de inmediato.