viernes, 28 de octubre de 2011

Elogio a la mujer brava.

Por Héctor Abad

Estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas.

A los hombres machistas, que somos como el 96 por ciento de la población masculina, nos molestan las mujeres de carácter áspero, duro, decidido. Tenemos palabras denigrantes para designarlas: arpías, brujas, viejas, traumadas, solteronas, amargadas, marimachas, etc. En realidad, les tenemos miedo y no vemos la hora de hacerles pagar muy caro su desafío al poder masculino que hasta hace poco habíamos detentado sin cuestionamientos. A esos machistas incorregibles que somos, machistas ancestrales por cultura y por herencia, nos molestan instintivamente esas fieras que en vez de someterse a nuestra voluntad, atacan y se defienden.

La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de prepotencia y por genes de bestias (todavía infrahumanos), consiste en una pareja joven y mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de condescendencia en la boca. Una mujer bonita que no discuta, que sea simpática y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta, elogiar nuestros actos y celebrarnos bobadas. Que use las manos para la caricia, para tener la casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros. Este ideal, que las revistas de moda nos confirman, puede identificarse con una especie de modelito de las que salen por televisión, al final de los noticieros, siempre a un milímetro de quedar en bola, con curvas increíbles (te mandan besos y abrazos, aunque no te conozcan), siempre a tu entera disposición, en apariencia como si nos dijeran “no más usted me avisa y yo le abro las piernas”, siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de líquidos seminales, entre gritos ridículos del hombre (no de ellas, que requieren más tiempo y se quedan a medias).

A los machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas mujeres, las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan y por eso seguimos soñando, más bien, con jovencitas perfectas que lo den fácil y no pongan problema. Porque estas mujeres nuevas exigen, piden, dan, se meten, regañan, contradicen, hablan y sólo se desnudan si les da la gana. Estas mujeres nuevas no se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o tiradas, o arrinconadas, en silencio y de ser posible en roles subordinados y en puestos subalternos. Las mujeres nuevas estudian más, saben más, tienen más disciplina, más iniciativa y quizá por eso mismo les queda más difícil conseguir pareja, pues todos los machistas les tememos.

Pero estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera tenemos que mantenerlas, pues ellas no lo permitirían porque saben que ese fue siempre el origen de nuestro dominio. Ellas ya no se dejan mantener, que es otra manera de comprarlas, porque saben que ahí -y en la fuerza bruta- ha radicado el poder de nosotros los machos durante milenios. Si las llegamos a conocer, si logramos soportar que nos corrijan, que nos refuten las ideas, nos señalen los errores que no queremos ver y nos desinflen la vanidad a punta de alfileres, nos daremos cuenta de que esa nueva paridad es agradable, porque vuelve posible una relación entre iguales, en la que nadie manda ni es mandado. Como trabajan tanto como nosotros (o más) entonces ellas también se declaran hartas por la noche y de mal humor, y lo más grave, sin ganas de cocinar. Al principio nos dará rabia, ya no las veremos tan buenas y abnegadas como nuestras santas madres, pero son mejores, precisamente porque son menos santas (las santas santifican) y tienen todo el derecho de no serlo.

Envejecen, como nosotros, y ya no tienen piel ni senos de veinteañeras (mirémonos el pecho también nosotros y los pies, las mejillas, los poquísimos pelos), las hormonas les dan ciclos de euforia y mal genio, pero son sabias para vivir y para amar y si alguna vez en la vida se necesita un consejo sensato (se necesita siempre, a diario), o una estrategia útil en el trabajo, o una maniobra acertada para ser más felices, ellas te lo darán, no las peladitas de piel y tetas perfectas, aunque estas sean la delicia con la que soñamos, un sueño que cuando se realiza ya ni sabemos qué hacer con todo eso.

Los varones machistas, somos animalitos todavía y es inútil pedir que dejemos de mirar a las muchachitas perfectas. Los ojos se nos van tras ellas, tras las curvas, porque llevamos por dentro un programa tozudo que hacia allá nos impulsa, como autómatas.

Pero si logramos usar también esa herencia reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales, si nos volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que esas mujeres nuevas, esas mujeres bravas que exigen, trabajan, producen, joden y protestan, son las más desafiantes y por eso mismo las más estimulantes, las más entretenidas, las únicas con quienes se puede establecer una relación duradera, porque está basada en algo más que en abracitos y besos, o en coitos precipitados seguidos de tristeza. Esas mujeres nos dan ideas, amistad, pasiones y curiosidad por lo que vale la pena, sed de vida larga y de conocimiento.  

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Héctor Abad nació en Colombia en 1958 y se recibió en Literatura moderna en Italia. Regresa a Colombia en 1987 cuando un grupo paramilitar asesina a su padre (médico defensor de derechos humanos y fundador de la que ahora es la facultad de medicina), pero vuelve a Italia por amenazas recibidas. Regresa en 1993, aproximadamente, y en la actualidad reside en Bogotá.

lunes, 24 de octubre de 2011

La busqueda

María Jesús Sotelo Vilcapoma nació un 25 de diciembre en algún lugar al norte de Lima, no tenia papa pero su mama Donata y su abuelita Victoria eran suficientes, creció en la pobreza pero fue feliz. Hasta el trágico día en el que su mama cayo de las escaleras del altillo de su casa, tenía 6 meses de embarazo, ni su mama ni el hermanito que ella tanto esperaba sobrevivieron.
Victoria no podía cuidar a María y trabajar al mismo tiempo por lo que se decidió que iría a vivir con su tía Rosa Adela. Ella tenía una chacra en la Sierra y todos pensaron que le haría bien a la pequeña María - que no sabía ni leer, ni escribir - crecer dentro de una familia y quizás aprender algún oficio.
Llego a la casa de Adela y conoció a sus primos Rosa y Víctor Raúl – en honor al líder aprista, muy popular por esos años – ella tenía la ilusión de encontrar el calor de un hogar, el amor de una mama y de unos hermanitos pero todo estaba muy lejos de ser así.
Sin saber bien porque, el corazón de la Tía Rosa Adela estaba podrido, no hacia más que abusar de María encargándole todo el trabajo de la granja y la chacra. La niña tenía que levantarse a las 5 de la mañana, alimentar a los animales, trabajar en la chacra y regresar para atender la casa, poco a poco fue entendiendo que más que la prima o la sobrina era la criada y una que no recibía sueldos, solo golpes. Rosa Adela tenía predilección por golpearla cobardemente en la cabeza, no tenia quien la defienda en ese maldito lugar que ella había esperado que se pareciera a un hogar.
Su abuelito Luis era el único que la visitaba esporádicamente y se daba cuenta a duras penas de los maltratos que la niña recibía, pero dentro de su pobreza – y quizás su ignorancia - no tenia forma de sacarla de ahí.
Una tarde mientras jugaban en el establo con los animales, los primos de María le propusieron jugar a las escondidas, María se escondió detrás de las tablas que rodeaban a unos caballos que criaban ahí, asomaba su cabeza entre las tablas y esperaba a que su prima Rosa se cansara de buscarla a ella y a su primo, de pronto vio aparecer una tabla que venía directo a su rostro, sintió la madera áspera y el clavo impactar contra su ojo, fue tal la conmoción que perdió el conocimiento.
Cuando despertó estaba echada en el catre que tenia por cama, a su lado estaba su abuelito, cuando se incorporo solo atino a abrazarlo fuerte.
Abuelito sácame de aquí por favor, llévame contigo, yo puedo trabajar – le decía entre lagrimas.
No puedo hijita, no puedo – le contestaba impotente.
Nunca supo si fue adrede o un accidente que su prima la haya agredido de esa manera, tampoco le pidió disculpas, solo de ella recibió indiferencia. Al final comprendió que de nada le valían las disculpas o perdones, había perdido el ojo por completo.
Pero algo había cambiado en la pequeña María, una fuerza estaba creciendo dentro de ella, no era revancha u odio, solo quería salir de allí y acabar con toda esa pesadilla que estaba viviendo. Tenía 12 años, sabía hacer todas las cosas de la casa. Decidió entonces que quizás escapando de ahí podría llegar a una casa donde pudiera trabajar y encontrar una familia, esa que ahí no tenía.
Se despertó el día de su escape, hizo las cosas como siempre, fue al campo donde tenía que segar algunas plantas y recogerlas, pero en vez de eso se fue por el camino que la trajo hasta ahí, corrió y corrió hasta que el aliento se le fue. Se detuvo por momentos para comer un pan que había tomado de la casa de su Tía y sigo corriendo, conforme pasaban las horas se daba cuenta que ya se habrían enterado de que se había escapado. Pensó en su abuelito, en la única persona que la quería, pero no podía ayudarla. Pensó en su mama y en su hermanito.
No tenía miedo, más miedo tenía de quedarse que de huir, no sabía que iba a encontrar pero sabía lo que quería encontrar.
Llego a un pueblito, solo era una pequeña plaza rodeada de casitas de adobe, todas estaban cerradas menos una, la dueña de la casa barría la vereda, al ver a María sudada y colorada de tanto correr le dio lastima, le dio un vaso de refresco mientras conversaba con ella.
Me he escapado de mi casa, mi tía me pega y me hace trabajar mucho – le contaba.
Te puedes quedar aquí solo por hoy, mañana temprano te tienes que ir. – Para María esa noche era suficiente para recuperarse.
Conoció al esposo y a los hijos de esa buena señora, ayudo a servir la comida y lavo los platos en agradecimiento, no se sentó a la mesa pero comió abundante de un plato que le convidaron. A la mañana siguiente se levanto y barrió la casa, al ver lo hacendosa que era la señora le dio de desayunar y le regalo 3 soles, lo que era un montón de plata en esos tiempos. Con el estomago y los bolsillos llenos, María partió.
Siendo analfabeta María creyó que lo único que podría hacer era ayudar en casas, limpiar, cocinar. Es así que llego a la casa de Rosenda Samaniego, una mujer sin hijos que tenía unas chacras grandes, con peones  que su esposo dirigía con gran eficiencia.
El Sr. Samaniego no quería a María, tenía la estúpida idea de que una mujer con un solo ojo traería mala suerte para la cosecha y su negocio, así que le pidió a uno de los peones que ni bien tuviera oportunidad - en las veces en las que María les llevaba la comida a la chacra – la tirara en una de las zanjas profundas que cavaban para el regadío.
María era una jovencita pequeña siempre con el pelo recogido que dejaba ver su amplia frente y su piel trigueña, esa tarde llevaba el refresco para el señor, se encontró con el peón que la había visto limpiando la casa o trayendo las cosas del mercado, era un buen hombre así que en vez de agredirla le dijo:
Chica porque mejor no te vas para Lima acá el señor no te quiere, me ha dicho que te bote a la zanja, mejor vete. – le dijo mientras le extendía la mano callosa, en ella le daba 5 soles. – Averigua por donde queda la estación de buses y tomate uno para Lima.
María regreso a la casa de Rosenda, recogió sus cosas y preguntando llego a la estación de buses, con los 5 soles y un dinero que tenia por su trabajo fue a comprar un pasaje para Lima.
Mientras hacia la cola para comprar el boleto de bus una señorita la miraba, llevaba una falda marrón, una blusa clara y zapatos negros llenos de polvo, a diferencia de las ropas humildes de María esta señorita se veía “de bien”.
¿A dónde te vas? - le pregunto.
A lima, voy a buscar trabajo
¿De qué?
Ayudando en las casas – le contestaba mientras con una mano se secaba el sudor por el sol de ese mediodía.
¿No quieres trabajar en mi casa? Soy maestra, vivo con mi hermana y mi mama en Lima, somos solo las tres necesitamos que alguien nos dé una manito. Si aceptas te compro tu pasaje.
María acepto, cuando estaban a punto de subir al bus una señora conocida de su Tía Rosa Adela la reconoció y le dijo que la acusaría con su tía para que regresen a su chacra, porque ella aun era menor de edad y no podía hacer lo que quisiera.
Sintió miedo pero siguió adelante, felizmente no paso nada y llegaron con la profesora a Lima.
Efectivamente “la niña” Marcela vivía con su mama y su otra hermana, una regordeta ociosa que lo único que hacía era escuchar la radionovela todo el santo día. María hacia de todo, le pagaban poco y no recibía un trato humano, llego a pensar que ella era menos considerada que el perro chusco que tenían como mascota.
La gota que rebalsó el vaso fue una vez en que la señora y las hermanas se fueron de viaje, no le habían pagado aun y la única comida que le habían dejado eran restos nauseabundos de menestras. María aun recuerda la telaraña verde que las cubría y el hecho de que aun así se las tuvo que comer porque no había más y se moría de hambre. El caldo de huesos de pescado que le daban a veces de almuerzo sabía mejor.
Cuando regresaron del viaje María les salió al fresco, les dijo que ella era una persona y que merecía respeto, que no era posible que la trataran peor que a un animal. Madre e hijas la miraban estupefactas, sin decir nada.
Al día siguiente mientras lavaba los platos en el patio escucho una voz, era la vecina de al lado que había escuchado sus reclamos.
Si no te gusta cómo te tratan vente a mi casa – le ofreció.
María acepto de inmediato.
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Estaba barriendo la entrada de la casa cuando sintió que un hombre la miraba, era alto parecía un “dandy” bien vestido, de apariencia seria. Le decían Valdez.
¿Cholita tu trabajas acá? – le pregunto
Si, ¿que quiere? – le contesto desconfiada.
Lo que pasa es que yo tengo un amigo, que se acaba de mudar acá a la Victoria, se ha comprado una casa tiene dos hijas chicas y su esposa es joven, necesita una chica así como tú que la ayude y le sirva de compañía. María decidió probar y diciéndole a su actual patrona que iría a ver unos familiares acepto la propuesta.
Es así como conoció a Julio Ortiz, este la llevo a su casa. Era un lugar precioso, las paredes todas blancas con una entrada precedida de un gran jardín, al fondo una puerta de fierro era rodeada de ventanas decoradas con formas barrocas.
Ni bien entro vio a una mujer joven, sentada en la alfombra jugando con dos niñas.
Buenas tardes yo soy Angélica la esposa del señor,  estas son mis hijas Gloria y Elena – le decía mientras le esbozaba una sonrisa.
María sintió a esa mujer altiva pero sencilla, no la miraba como una empleada sino como una persona.
Estas muy sucia te tienes que bañar – Le decía mientras María la miraba con ojos extrañados.
Angélica la llevo al baño de la casa, tenía una gran bañera donde había puesto agua tibia, María se sumergió y sintió el jaboncito que la señora pasaba por los brazos, la espalda. Con un poco de shampoo empezó a lavarle el cabello. Hacía años que nadie le lavaba el cabello, que bien se sentía.
La señora se dio cuenta de las marcas de los golpes en su cabeza y sintió pena por la muchacha. Termino de bañarla, la seco y le dio de comer.
Mañana empiezas a trabajar, a mi me gusta cocinar, así que tú te encargaras de lavar, limpiar la casa y jugar con mis hijas  – le decía mientras le servía un tazón con leche.
Si señora – alcanzo a decir antes de tomarse la leche como si hace mucho no la hubiera saboreado.
Esa noche después de conversar horas con Angélica se acostó en un catre y abrigada durmió a pierna suelta. Quizás intuía lo que el futuro iba a confirmar, nunca más iba a ser tratada como en el pasado, nunca más como un infrahumano, nunca más golpes ni insultos. Había recuperado lo que una vez perdió, había encontrado una familia.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Noches de Drag Queen

Había ido un par de veces con amigos de la universidad a una de esas discotecas “de ambiente” en Miraflores, siempre me gusto el tipo de música que pasaban y el hecho de que, en los dos únicos locales que conocía, pudieras bailar de principio a fin.
Siempre las compare con las discotecas “hetero” en las que “chicas solas” salen de sus mesas a bailar juntas hasta que un grupo de chicos, también solos, se acercan y empiezan a hacerles el habla. Luego podían ocurrir dos cosas, hasta 3: que se hagan patas – lo cual es poco probable por la bulla –que terminen en un agarre de esos que al siguiente día te preguntas “¿Por qué le di mi celular a este imbécil?”, también podrían ser de un aburrido aplastante que los dejes “en one”.
Por lo que, cansada de esta ceremonia casi simiesca que se repetía cada vez que salía con mis amigos, decidí acompañar a mi amigo Alexis a una discoteca que ya conocía: “Vale todo” o simplemente “El vale”. Al principio tuve mis dudas, había ido antes en grupo pero esta vez iría sola con él, así que haciéndole prometer que por nada del mundo me dejaría lo seguí.
Había llevado una cámara para las fotos que nos tomamos celebrando el cumpleaños de una amiga, así que ni bien entre al vale recordé la primera regla:
“No se admiten cámaras fotográficas ni de video”
Una señorita muy amable me “ausculto” para ver si traía algún arma o cosa por el estilo luego, cuando paso a revisar mi cartera de inmediato decomiso el aparatito. No decían nada sobre celulares con cámara, como el que tenía Alexis, por lo que la regla no tenía mucho sentido que digamos.
Pagamos la entrada y nos pusieron una pulserita de esas psicodélicas, la entrada te da derecho a una cerveza personal o un trago, usualmente vodka con jugo de naranja. Dejamos mi cartera y nuestras casacas en el guardarropa y nos dirigimos a la “zona latina”.
En esta discoteca hay 3 zonas, la zona latina donde ponen música bailable de todo tipo y en todos los idiomas - así que no se qué tiene de latina, podría llamarse simplemente bailable - la zona electrónica que está llena de espejos con los que la gente se pone medio calentona. Por último, la zona golden es un ambiente VIP sobre la zona latina donde entras pagando un poquito más, por lo que casi siempre se ve algo vacio.
Compramos dos jarras de cerveza y nos ubicamos en una esquina donde estaban ya algunos amigos de Alexis, al principio me sentía un poco intimidada porque ellos no me conocían, me miraban como un bicho raro y no me hablaban mucho, pero al poco rato fuimos tomando algo de confianza, lanzándonos miradas cómplices cuando algún chico guapo se acercaba.
Era la única mujer del grupo aunque Alexis me presentaba de vez en cuando alguna amiga lesbiana, que se iba al poco rato al ver que iba a gastar pólvora en gallinazo.
Poco a poco me di cuenta que los hombres eran mucho mas desinhibidos para flirtear y acercarse a una mujer, y viceversa, como que el ambiente de esta discoteca te daba una libertad que, estando en otro lugar  - con otros códigos - podría ser mal visto.

Lo segundo fue que vi a algunas personas conocidas, de esas que nunca te han presentado pero con las que te cruzas en el trabajo, o en tus años universitarios. Mi reacción inmediata era un hola pero todos desviaban la mirada incómodos, queriendo pasar desapercibidos. A veces me provocaba decirles que no había nada que temer porque no me interesaba “sacar del closet” a nadie ni antes, ni ahora, ni nunca.
A la mitad de la noche, como a las 3 de la mañana, la música se detuvo y empezó el show de los Drag Queen.
La primera vez que vi uno fue en “Tacones lejanos”, Miguel Bose interpretaba a “Letal”, fue tal la sensualidad de su personaje que sentí una inmediata fascinación, un casi amor a primer vista. Luego conocí a "Zahara" cantando “Quizas quizás quizás” en una de mis películas favoritas de Almodóvar "La mala educación".
Quizás sea la altivez o la seguridad que muestran en sus performances lo que me hacía verlos intrigada por conocer al hombre detrás de esos kilos de maquillaje y de esos estrambóticos vestuarios de femme fatale, lo que había debajo del personaje que armaban todas las noches.
Esa noche baile hasta que los pies no me dieron mas, por ahí agarre con algunos patas “heteros”, “bi”, “confundidos” o “en proceso de” que intentaban explicarme que hacían ahí, yo los escuchaba sin oírlos, no había necesidad de explicación alguna yo estaba ahí solo para pasar el rato y divertirme.
Así lo hice hasta que una voz casi omnipotente nos dijo que teníamos que irnos, algunas personas de seguridad entraron a los baños – de chicas y chicos – para sacar a algunas personas que no querían salir, armándose un jaleo de gritos, escobas y zapatos que volaban por los aires, yo miraba un poco asustada mientras esperaba que Alexis salga del baño.
Eran las 6 de la mañana, la noche había terminado. Salí con mi amigo a tomar un taxi que nos lleve a mi casa, ahí conocí otra regla y la más importante:
“Nunca tomes los taxis de afuera del vale, la mayoría son choros
Teniendo en cuenta esto último decidimos caminar hasta la Av. Pardo. Para llegar teníamos que cruzar todo el parque Kennedy lleno de gente que salía de las discotecas, putos que esperaban clientes, o que regresaban de atender uno, y gente de limpieza de la municipalidad. Al cruzar Berlín se nos acerco un pata, parecía inofensivo y nos empezó a hacer el habla. Estaba stone o ebrio o loco porque quería que lo acompañemos a su casa para hacer una fiesta. Me parecía lindo físicamente pero dado mi estado etílico mi sentido del gusto no era el mas confiable.
Alexis y yo nos miramos extrañados, estábamos ebrios pero no imbéciles, sin embargo decidimos dejarlo que nos acompañe. Yo, que soy muy desconfiada no dejaba de mirar a los lados a ver si alguien nos seguía. Finalmente llegamos a la avenida, paramos un taxi le di un beso y lo dejamos ahí paradito esperando no se qué.
Llegamos a mi departamento, Alexis se queda dormido casi de inmediato. Entro a internet para ver si hay algún correo de Armando, nada. Cero correos, cero mensajes de facebook. De Armando solo el silencio.
Me voy a dormir.