sábado, 29 de junio de 2013

Los Marziano

Ana Katz, Argentina 2011

¿Quién no ha tenido un hermano oveja negra?  Conocemos uno,  tenemos uno o somos nosotros el lunar de la familia.

Ese hermano que no sigue la ruta esperada, que no reacciona como quisiéramos, que no apoya en las cosas como nos gustaría, que nos deja con todo, que nos trae problemas, que nos jode con cierta – o harta - regularidad. Que nuestros padres aún apoyan aunque sean unos viejos y que a veces toca apoyar cuando los padres ya no están o ya no pueden.

El universo de los hermanos es tan único como el vínculo del amor con la pareja, del amor de los padres o hacia los hijos. Y si realmente es profundo y complejo lo más probable es que en algún momento haya un choque, una fricción.

Lo que nunca va a cambiar es el lazo de afecto que los une. Aunque existen casos en que esa semilla nunca se riega – o se maltrata - y termina muriéndose – o pudriéndose - en la indiferencia, el odio o el rencor en el peor de los casos; con los hermanos, como en la naturaleza, el fruto siempre depende de la semilla.

Los Marziano es una historia de hermanos, contada bien de cerca por Ana y Daniel Katz. La trama gira alrededor Luis y Juan, que por esas cosas de la vida – o de la plata – rompen los palitos del amor fraterno y se distancian provocando un cisma en la familia que Delfina, la hermana de ambos, intentara solucionar junto a Nena la esposa de Luis.

Si de elenco se trata, esta película tiene uno muy bueno, provocando una sinergia interesante con el guión en general. Arturo Puig (el papa de Grande Pa’) encarna al introvertido Juan, mientras que Guillermo Francella le da vida al tierno – e inconsistente – Juan Marziano. La primera actriz argentina Rita Cortese es la conciliadora Delfina, cerrando los protagónicos con Mercedes Moran en el papel de Nena.

Una comedia con sabor a drama que te deja pensando, sobretodo si has tenido la dicha – o puntos suspensivos – de tener hermanos.

viernes, 28 de junio de 2013

Canino (Kynódontas)

Giorgos Lanthimos, Grecia 2009

Me costo mucho encontrarla, finalmente la vi en internet, como casi todas las películas que nunca llegan a la cartelera.

La película trata sobre una familia de estructura convencional, funcional. Padre, madre, 3 hijos. Poco a poco se va mostrando la dinámica peculiar que los envuelve, los chicos no salen de la casa, su horizonte termina en la cerca que la rodea.

En un primer momento parece que tuvieran cierto retraso mental, por ciertas actitudes infantiles que no conversan con su edad. Pero en realidad sus padres los han confinado a un agazapado encierro, no solo están limitados en su libertad física sino en su conocimiento, en la búsqueda – quizás - de que no sean contaminados con la sociedad y todos sus matices.

Pero como el ser humano es por naturaleza indomable, conforme van creciendo los chicos intentan explicar y buscar respuestas propias a sus cambios, necesidades, expectativas y deseos; también a lo poco que pueden ver del exterior, como los aviones y las aves.

El padre, a su modo, trata de amainar las interrogantes que van apareciendo, imparables. Argumenta que solo podrán salir cuando pierdan los caninos, esta condición sin saberlo será quizás el inicio del fin de su extraño método de crianza.

martes, 4 de junio de 2013

Quiquiriquí

Mi aversión hacia los plumíferos no tiene un origen claro, quizás se remonte a mi niñez donde recuerdo difusamente las imágenes de un enorme gallo que se comía a un pobre hombre en alguna serie de ciencia ficción de los 80s.

La siguiente interacción que recuerdo la tuve a los 5 o 6 años con las mascotas de mi amiguita Eli, su familia era de la selva así que siempre tenia animales en casa: gatos, conejos, monos, - no se porque nunca un perro – pollitos y loros. 

No se si fui yo o si lo sentí muy cerquita pero si mi memoria no me falla alguno de los pollitos murió aplastado, lo único que me quedo grabado fue lo suavecitos que eran, jamás me atreví a mirar. Con los loritos la historia fue diferente, estos eran más ariscos y más de una vez mis dedos sintieron la dureza de su pico cuando quería prodigarle alguna caricia, quizás atraída por lo llamativo de su plumaje verde o rojo intensos.

Luego vino “Pato”, mi papa lo trajo del mercado para que fuera mi mascota – al menos eso creía yo – era muy mansito y tenia un problema estomacal porque cagaba todo el día, no se si es una característica propia de las aves pero aparte de la agresividad de algunas, la suavidad de otras, sus temas diarreicos hacia que me gustasen menos, aunque a “Pato” le permitía todo.

Paso un tiempo y creció, convirtiéndose en un pato adulto. Un domingo regresando de acompañar a mi mama de visitar a una amiga suya, me di cuenta que el animalito no estaba; Mi papa había preparado arroz con pato. Al principio lo extrañe y la comida me supo a suela  - por un buen tiempo – pero luego olvide mis vivencias con el buen animalito.

Crecí, me convertí en una adolescente, entre a la universidad y en la biblioteca podíamos sacar películas independientes o lejanas a las típicas comerciales que se presentaban en los cines limeños, así fue como pude ver “Los pájaros” de Alfred  Hitchcock, creo que ese fue el toque final de mi incomodidad – casi fobia - hacia ellos. Sin contar los cuervos que abundaban en la universidad y que comían la carne que los alumnos dejaban en sus bandejas; no los quería ni cerquita, pero la vida me volvería unir a ellos algunas veces más.

Deje la universidad, comencé a trabajar y me mude. Mi primer departamento tenia una ventana en la habitación por donde entraba la luz del sol, el viento frio del invierno y también los sonidos molestos de sendas palomas que no habían encontrado mejor lugar para dormir, parlotear y aparearse que la única vista que tenia al despertar. La única solución que encontré fue mantener siempre las ventanas cerradas. Ayudó el hecho de que a mi primer chico se le ocurriera enseñarme de cerquita a una de esas palomitas, pude ver que debajo de las plumas tenían miles de animalitos, quizás por ese motivo cada vez que me cruzo con una bandada prefiero alejarme, de la sola idea de que uno de esos me caiga encima y le guste lo suficiente para quedarse a vivir en algún rincón de mi cuerpo.

Uno de los primeros viajes que realice luego de irme a vivir sola fue a Tarapoto, un grupo de amigos y yo decidimos visitar un lugar conocido como la Laguna Azul, de azul no tenia nada, sin embargo era un lugar muy tranquilo; hasta que llego la hora del almuerzo.

Una pandilla de polluelos se acerco a nuestras mesas y empezó a piar, sentía sus plumas rozar mis piernas y veía sus cuellos pelados y violáceos, de mas esta decir que el apetito se me fue, literalmente, volando.

Justo antes de cambiar de trabajo viaje con mi familia a Camana, una playa cerca a Arequipa, en esa época andaba muy disciplinada con el jogging así que todas las mañanas salía a correr. Al segundo día, a lo lejos, note una bandada de gallinazos y junto a ellos un bulto que parecía un costal.

Con cautela avance sin bajar la velocidad pero alejándome del grupúsculo negro-gris, a pesar de ello no pude evitar voltear a ver, un lobo marino estaba muerto en la orilla y estos horribles pajarracos se lo estaban comiendo, peleándose por arrancar un pellejo de mas. No pude evitar recordar la obra de Ribeyro “Gallinazos sin plumas” y tampoco pude dejar de correr rápido para perderlos de vista.

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El departamento en donde vivo esta dentro de una quinta, y la gente que vive alrededor tiene costumbres, digamos peculiares.

Algunos les da por poner música fuerte, que inunda todas las casas aledañas, ver partidos de futbol con la puerta abierta, muchos de ellos son personas mayores con hijos ya grandes. Una de estas parejas comenzó a arreglar su casa para ponerla en alquiler, al parecer habían encontrado un departamento mucho mas pequeño que la casa donde criaron a los hijos.

Así pues llegaron los nuevos inquilinos, no me parecieron personas muy confiables, papa, mama y dos niños, era usual escucharlos discutir, por el desayuno, por la licuadora o por cualquier otro tema intrascendente. También eran tremendamente descuidados con la casa al punto de usar una bolsa plástica de cortina. Semanas después de su llegada pude notar una caja colocada estratégicamente en la puerta de la casa.

Al principio no le tome mucha importancia hasta que lo que había dentro comenzó a despertarme por las mañanas, por las madrugadas, a cualquier hora. Un gallo de plumas percudidas vivía en esa pequeña caja, su cresta - de rojo intenso – sobresalía de vez en cuando por el hueco que habían “acondicionado” para que pudiera respirar.

Siendo personas hurañas nadie les decía nada por lo ruidoso del animalito, a pesar de que cacareaba a cualquier hora. De vez en cuando lo sacaban de la caja o el se salía solo, así que me lo cruzaba al salir de mi casa o regresar. Algunos niños se asustaban porque el muy maldito saltaba amenazante. Yo trataba de pasar lo mas tranquila posible, a pesar de que la piel se me ponía de gallina, cuando lo veía con esos ojos de lunático cacareando y saltando por doquier.

Los nuevos vecinos no tardaron en ocasionar problemas, una mañana muy temprano escuche ruidos como de mudanza, y ese día – más tarde – ruidos de soplete. Resulto que no habían pagado la renta y la dueña había traído a alguien que sellara la casa para evitar – ya sin éxito porque estaba vacía – que los impagos regresaran por algún motivo. Se llevaron todo, hasta lo que no era de ellos, pero se olvidaron del pobre gallo, que quedo a la deriva dentro de las cuatro paredes del hongueado cartón que le servían como casa.

Sintiéndose abandonado el gallito comenzó con un comportamiento mucho mas errático, cacareaba fuerte y ronco todo el santo día. Debo confesar que de haber sido un gato o un perro, hubiese hecho algo por el, pero cada vez que pasaba saltaba y cacareaba descontroladamente como haciendo notar que aun estaba ahí.

Se acercaba la navidad y ese día había regresado temprano trayendo los víveres que nos habían regalado en el trabajo, estos venían en una maleta dentro de una caja. Con esfuerzo baje del taxi y la cargue hasta la entrada.

Grande fue mi sorpresa cuando vi que el bendito se había salido y andaba como “Pedro por su casa”. No me quedo otra que cargar nuevamente la caja y avanzar lo más rápido posible. Una de las vecinas, quizás conmovida por el desolado animalito, le estaba alcanzando maíz partido y el muy jijuna reclamaba mas comida saltando para meterse en su casa.

Paso navidad, se acercaba año nuevo y por esos días me puse a pensar en el ruido de los fuegos artificiales de fin de año y como alteran estos a los animales. Ya en la playa, la ultima noche del año, me acorde del gallo y me dio lastima pensar en lo asustado que estaría por los ruidos y el horroroso olor a pólvora que invade el ambiente pasada la medianoche.

Al regresar, el 2 de enero, la caja estaba vacía. No había rastro del gallo por ningún lado, pensé que quizás aquella solidaria vecina no había hecho más que imitar a la bruja de Hansel y Gretel y engordar a su presa para sacrificarla en año nuevo. Lo unico que desee es que lo hubieran embriagado bien para que su paso al mas allá haya sido lo menos doloroso posible.

Cuando se lo conte a mi mama me dijo que la carne de gallo era muy dura, sin embargo algunas personas la consumían porque tenian ciertas “propiedades” jamás verificadas, y que – por salud mental – no quise conocer al detalle.

Lo extraño fue que, contra todo pronostico y durante varias semanas me inundo una nostalgia – que aunque superficial – me hizo imaginar más de una vez, más de un quiquiriquí.