martes, 24 de abril de 2012

¿Quien llamo a la cigueña? (Baby Boom 1987)

Es el titulo de una de mis películas favoritas de Dianne Keaton, ella encarna a J.C. Wiatt una ejecutiva neoyorkina adicta al trabajo que recibe una herencia muy extraña, una bebita llamada Elizabeth que queda huérfana luego de perder a sus padres – primos de J.C. – en un accidente.

Al principio J.C. decide darla en adopción pero luego se activa en ella su instinto maternal – o de protección- lo que le hace imposible separarse de la bebe. Su pareja la abandona y tiene que enfrentar las dificultades de repartir su vida entre un trabajo demandante y ser mama primeriza.

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Ayer en la visita que hice a una amiga - que esta a punto de dar a luz – nos pusimos a conversar sobre la maternidad. Ahí estábamos 3 mujeres solteras en sus cercanos 30’s – lejanos 20’s – junto a la futura mama disertando que era lo que queríamos en el futuro respecto a ese tema que se vuelve mas titilante, la maternidad.

Por una lado teníamos la idea de la adopción, la idea de dar hogar a alguien que no habia tenido la oportunidad de gozar de uno. También fue mencionada la inseminación artificial, descartada por su alto costo – altísimo en nuestro país.

De las 2 opciones antes mencionadas consideramos – considere - varias preocupaciones importantes: Si no sabes nada de la genética del niño adoptado, o del donante ¿Cómo aseguras que no tenga antecedentes de enfermedades mentales o degenerativas?, si adoptas un niño ¿es posible saber como fue el proceso de gestacion? Y si este fue muy traumatico ¿Esto podría a largo plazo influir en el desarrollo del niño?

Tambien estaba la opción de tenerlo con un amigo, conocido, etc, o de postergarlo por conseguir otros objetivos – si se trata de una pareja objetivos en común – siendo estas opciones de las mas económicas, seguras y menos dificultosas – a mi parecer.

Pero:

¿Qué hay con el reloj biologico?

Vamos que soy mujer, asi que como comprenderán esto que escribo lo hago desde el punto de vista femenino. Conozco hombres que han tenido hijos pasados los 40 pero en el caso de las mujeres, esto no es tan sencillo. Mas aun si existen riesgos mientras mas uno espere para encargar un bebe.

A esto hay que agregar la creciente presión de la sociedad – comprendida por amigos familiares, compañeros de trabajo – deslenguada y metiche que se atreve a preguntar ¿Y cuando?

Creo que la concepción, para el hombre y la mujer, es algo que no puede ser alcanzado por si solo, es la única cosa que no es posible realizar en solitario – a menos que apliques uno de los métodos antes mencionados. Aunque de todas formas es necesario un donador y un receptor. Suena fácil pero alrededor hay un universo entero de factores desde los sentimentales hasta los económicos y culturales, religiosos y eticos.

Entonces si esto es asi, si no depende de uno, si se trata mas bien de un proceso de búsqueda y conocimiento que tiene como objetivo - ulterior, porque no andas por la vida buscando un "padre para tu hijo", precisamente - la elección del espécimen que elijas para compartir genética, entonces:

¿Por qué la gente se mete?

He llegado a la conclusión – no se si correcta - de que es la respuesta primitiva a querer que todos formemos parte de un mismo grupo, sin dejar de lado el hecho de que desde tiempos inmemoriables el ser humano busca perennizarse en el tiempo a través de la descendencia. 

Y lo mas ironico de todo es que la mayoría de mujeres en sus 30s, hace 10 años tenia miedo de salir embarazadas y ahora solo poco tiempo después tenemos al menos un grupo de nuestro entorno como aficionados expectantes a ver ¿Para cuando?

Yo creo que en la vida no hay timeouts – el único es cuando estiramos la pata - , siempre se puede empezar, siempre. Y nadie tiene el derecho de cuestionar el tiempo que le tome a una persona incursionar en un aspecto tan importante, sean los padres, los hermanos o los mejores amigos. 

Sobretodo en un tema que no solo depende de el/ella.

sábado, 7 de abril de 2012

La muerte y la doncella - Roman Polański (1994)

La verdad no recuerdo cómo fue que llegue a saber de esta película, quizás el tema – interesante para mí  - hizo que la buscara y rebuscara en Internet, hasta que hoy la encontré.

La muerte y la doncella narra la historia de Paulina Escobar, una mujer que en su juventud – la cual transcurre durante la dictadura de “algún” país latinoamericano – es capturada y torturada. Luego de ese episodio funesto se casa con Gerardo, activista y director de un diario opositor a la dictadura, a quien ella nunca delata a pesar de las vejaciones a las que es expuesta.

Caída la dictadura Gerardo asciende escaños en la política llegando incluso a tentar un puesto importante dentro del gobierno. Sin embargo, Paulina sufre permanentemente al sentir que su esposo se pierde en la espiral política y no hace nada por sacar a la luz los casos de tortura –en especial el de su esposa – mientras vive prácticamente en el anonimato y con un temor que no desaparece.



Es así como una noche lluviosa, Gerardo es auxiliado por un hombre que lo lleva hasta la casa donde lo espera Paulina. Al escuchar su voz, ella se da cuenta de que el buen samaritano es uno de sus torturadores, Roberto Miranda aquel que la violaba mientras escuchaba “la muerte y la doncella” de Schubert.

En un primer momento ella decide huir atemorizada, pero luego regresa con la misión de cobrar venganza – o justicia – hacer que el confiese sus crímenes.

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Uno de los cursos más gratificantes que lleve durante el ciclo en el que intente seguir Periodismo como segunda carrera fue Ética, el profesor era el decano de Estudios Generales Letras en aquellos tiempos, Fidel Tubino.

Lo que más me gustaba eran los debates, y uno que recuerdo de forma particular fue aquel en el que el profesor deslizo la siguiente pregunta:

"¿La tortura es válida? ¿En qué casos es aceptable? ¿En qué casos no?"

Como era de esperarse todo el mundo quería dar una opinión, chicos de primeros ciclos en sus efervescentes 19 o 20 años, tenían las palabras e ideas saliéndoles a borbotones. Yo decidí callarme y escucharlos.

“Si es para salvar la vida de mucha gente yo creo que sería válido” – dijo uno.

“¿Y qué número de personas seria el adecuado para que la tortura sea el método valido para obtener información o alguna confesión?” – repregunto Tubino.

Silencio absoluto.

En las prácticas de ese curso, que a diferencia de Generales Ciencias parecían más laboratorios de opinión, leíamos a Kant, Hannah Arendt y estudiábamos sobre la moral, la metafísica de las costumbres, el imperativo categórico y el mal radical.

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Siempre me ha interesado el tema de los derechos humanos – estudios sobre género, etc. - y por épocas me interesaba en investigar acerca de alguna dictadura y sus mecanismos de persecución y tortura, por la época en la que lleve el curso de Ética me llamo la atención la dictadura chilena.

Conocí a Víctor Jara un músico que durante el golpe de estado fue capturado y golpeado hasta la muerte para finalmente ser ultimado con un disparo en la cabeza. También conocí la historia de las familias de los desaparecidos, los que muchas veces eran reconocidos décadas después por las esposas o por los hijos. Supe de las historias de mujeres torturadas y quebradas en su más intima esencia, que delataron a sus compañeros de ideas y a muchas otras que fueron asesinadas durante la dictadura de Pinochet.

También investigue sobre algunos torturadores, en especial sobre cómo fueron durante y después de la dictadura. Algunos trabajaban como personas probas en instituciones del estado, otros como Osvaldo “el guatón” Romo habían sido capturados y ya estaban cumpliendo sus condenas.

De todas, la historia de OsvaldoRomo fue la que más me impresiono, de forma particular escuchar una entrevista que cedió – ya preso – en el año 1995 a un canal de Miami.

En ella no solamente dio una macabra clase de tortura, contando con el más sosegado detalle las partes del cuerpo del ser humano – en especial de las mujeres - que eran más sensibles a la electricidad sin provocar la muerte. La forma de golpear sin dejar marcas y el final de los cuerpos de aquellos que no soportaron más las atroces vejaciones de las que eran víctimas.

Y lo más increíble era que en su voz, en sus palabras no cabía el menor atisbo de arrepentimiento, creía que era un trabajo sucio que alguien tenía que realizar por el bien de todos. Fue así que elegí a Osvaldo Romo como ejemplo de mal radical en una de las prácticas de aquel curso de Ética.

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Puede sonar extraño pero creo que la tortura afecta en gran medida a ambas partes. No solo rompe a la persona que recibe la agresión en su núcleo mas interno, también deforma de forma profunda e irreversible la visión del torturador acerca de la humanidad, de la piedad, del bien, trastorna su visión del poder y lo lleva al nivel mas deshumanizado posible.

El torturado vive con esa horrible experiencia durante toda su vida y su verdugo las lleva igual aunque aumentadas por la culpa, una enorme culpa que – a veces – trata de maquillar con un cinismo absoluto. A veces maquillar – o callar - la propia conciencia puede ser igual de insoportable.

Finalmente sobre la búsqueda de justicia – o venganza – pienso que a veces lo primero es más difícil de alcanzar que lo segundo. No obstante la búsqueda incansable de venganza – ojo por ojo, la ley del taleon, pena de muerte, etc. – nos acerca más a aquello de lo que justamente queremos escapar o dejar atrás para seguir viviendo.

domingo, 1 de abril de 2012

Lorenzo - Parte II

Estaba toda la familia política de Graciela sentada alrededor de la mesa. Habían llegado de visita, no solo para conocer su nueva casa sino para acompañarla en su nuevo estado de gravidez.

Luego de desayunar se quedaron conversando – haciendo la “sobremesa” si el termino cabe para el desayuno. Después de recogerlo todo y lavar los platos, Pamela cogió la bolsa del mercado y aprovechando que estaba la señora en casa decidió solucionarse el problema de pensar “Que cocinare hoy?”:

“Señora que traigo para el almuerzo?”

“Trae conchas para hacer un ceviche y pollo para hacer un sequito” – resolvió Graciela.

La pequeña Micaela que contaba ya con 4 años e iba al nido, donde aprendía cada cosa, se acerco con paso seguro donde lo mayores conversaban y a pesar de que con las justas llegaba al ras de la mesa intervino con una pregunta:

“Mama, ¿esas son las conchas de sus madres que dicen?” – provocando las carcajadas de todos.

Resulta que, luego de evaluarlo con Graciela, Benito decidió que con una familia de seis - mas Pamela - era imposible continuar de nómades por todo el Perú, aunque la última campaña haya durado poco más de dos años. Además, si se asentaban, Graciela podría ejercer como maestra, dado que antes se había dedicado única y exclusivamente al cuidado de Lorenzo y de Micaela.

Se asentaron en Cajamarca, donde el podría trabajar de veterinario y cerca a la familia de ambos.

Para suerte de Graciela, había conseguido un puesto de maestra en un colegio cercano a casa donde Lorenzo empezaría la secundaria y Micaela el nido. Ahora, esperando a su tercer hijo la cercanía de todo le facilitaba un montón la vida.

Lorenzo tenía 12 años y seguía siendo un chico obediente pero siempre inquieto por conocer cosas nuevas, el tema de las chicas aun no lo alborotaba – a pesar de que alguna amiguita lo hacía sonrojarse de vez en cuando – pero lo que si le atraía eran la naturaleza y los animales. 

Ahora que sabía que ya no se moverían como antes insistía con el tema de adoptar un perrito o un gato, pero con otro hermanito en camino, ambos padres habían decidido que un animal corriendo por la casa no era lo más indicado, así que le pidieron esperar.

Pero un día papa llego con un par de conejos blancos, macho y hembra. Resulta que en una de sus visitas medicas, luego de pagarle por sus servicios, Rosa – una chinita diminuta esposa del administrador y dueño de una granja donde Benito atendía a las vacas, terneros y demás animales – no encontró mejor forma de agradecer su buen trabajo, que regalándole un saco de tomates de su chacra y esos dos conejitos.

Como no podría ser de otra forma, Benito acepto contento el obsequio y al llegar a casa decidió que su lugar estaría en una jaula en el patio trasero y su hijo mayor sería el encargado de cuidarlos, limpiarlos y alimentarlos. Al menos esa fue la condición, para que no terminaran en el mercado - o en la olla. Mientras Lorenzo se comía los tomates con un poco de sal decidió bautizarlos como Pochita y Brad.

Pero como todos los conejos, estos no tardaron en hacer “travesuras” – como decía Pamela – y de un momento a otro y sin que nadie se diera cuenta empezaron a multiplicarse como los panes y los peces. Primero fueron 3 crías pero después de unos meses ya eran 10 conejos en la jaula.

“¡Hay que hacer algo con esos conejos!”- exclamaba Graciela ya cercana a dar a luz.

“Si, hay que comerlos” – Le contestaba Benito.

Ambos padres decidieron entonces decirle a Lorenzo que solo se podía quedar con un conejito, y que los demás “los regresarían” a la chacra de la señora Rosa donde podrían correr libres y seguir multiplicándose sin problemas.

Para el pequeño – que ya no lo era tanto – no fue difícil tomar la decisión. Ya era complicado mantener a los conejos limpios y alimentados,  además los fines de semana ya no podía jugar todo lo que quería porque Pamela solo le ayudaba los días de colegio.

Escogió al más pequeño y feo de todos. Los demás conejos eran blanquitos o con motas negras pero “Brad Pato” – como lo bautizo – era gris y el nombre se le ocurrió de unos de los cuentos de Micaela El patito feo.

Así fue como Brad Pato se quedo solo en su jaula, a el se le unieron – en otras jaulas – algunas aves y cuyes. Estos ya no eran responsabilidad de Lorenzo, los pajaritos eran de Graciela y los cuyes los había traído Benito para comérselos cuando estuvieran gorditos, así que estaban por ahí de paso.

Pasó un año y el conejito ya era un animal adulto, los cuyes habían pasado a mejor vida y ahora vivían al lado de Brad Pato unas gallinas que a veces ponían huevos y que su papa había traído para lo mismo que los cuyes.

Pamela que no quería saber nada de gallinas, gallos o pollos deambulando por la cocina pidió permiso para poner una reja de madera que les impidiera entrar y ensuciarlo todo. Aunque la verdad también estaba pensando en la seguridad de las gallinitas.

Todo parecía tranquilo en la pequeña granja, hasta que de un momento a otro Brad Pato comenzó a actuar de forma errática,  ya no estaba contento con la zanahoria o la comida para conejos que le traían, ahora mordía todo lo que encontraba a su alrededor, la malla de la jaula, la madera, las flores cuando salía a pasear, parecía un poco molesto e intranquilo. A Lorenzo no se le ocurrió y a Benito se le olvido, que los conejos alcanzaban su plenitud sexual a partir del año de vida - ósea al conejito ya le tocaba.

Y nadie se dio cuenta, hasta que un domingo los primitos de Lorenzo, que habían ido de visita a la casa, decidieron abrir las jaulas para conocer – jugar – con los animales que allí descansaban. A Lorenzo no le gusto la idea, tenía claro que los animales no eran para “jugar” pero acepto con la condición de que no los estuvieran cogiendo o asustando.

Salieron pues las gallinas y Brad Pato, que al principio estaba un poco receloso y no quería saber nada con los extraños. Después de un ratito ya estaba corriendo, dejándose acariciar y dar de comer por Cintia, prima de Micaela.

De repente, le dio por corretear a las gallinas. Primero tímidamente pero luego las hizo cacarear asustadas. Lorenzo no hizo nada hasta que se dio cuenta de que estaba aplastando a una de ellas montándosele encima. Lo cogió sin entender lo que pasaba y lo regreso a su jaula,  lo mismo hizo con las gallinas.

Pero al poco rato Micaela y su prima lo volvieron a sacar mientras Lorenzo manejaba bicicleta con sus primos en el parque, lo llevaron a la sala donde estaba Benito y su hermano Sebastián. 

El conejo estaba intranquilo y no les hacía mucho caso, así que luego de un momento las niñas se fueron a jugar con las muñecas al patio y olvidaron al pobre Brad Pato.

Primero se quedo quietecito a los pies del sillón mas grande, acostumbrándose un poco al nuevo escenario – casi nunca entraba a la casa – veía a los dos hombres conversando y riéndose, comenzó entonces a sentir un deseo irrefrenable dentro de su cuerpo, un deseo por la “cosa” que se movía en el hombre, pero no del que veía siempre cuidando a las gallinas, sentía un atracción por la “cosa” que se movía en el hombre nuevo.

Sebastián sintió un peso y cuando se dio cuenta Brad Pato estaba encaramado en su zapato, moviéndose tan frenética y repetidamente que parecía en trance.

“¡Carajo que le pasa a este conejo!” – Exclamo, mientras Benito le quitaba al animal de encima y se desternillaba de la risa.

Graciela apareció con Lucas – el último hijo de la familia – que se acababa de despertar.

“Benito que hace este conejo en la casa, su lugar es afuera, pero que…que paso?”  - preguntó cuando vio que Pablo se limpiaba el zapato con un pañuelo - un pañuelo del que probablemente iba a deshacerse.

“Si, no sé que hace acá, Micaela debe haberlo sacado. Al conejo le llamo la atención Sebastián eso es todo.” – decía Benito en tono sarcástico.

“Ya oye no seas gracioso que te voy a traer a mi perro… Benito ese conejo quiere una coneja, no seas malo pues, cómprale una parejita” – alcanzo a decirle.

Regresaron a Brad Pato a su jaula y al día siguiente Lorenzo y Benito fueron a visitar a la señora Rosa. Ella tenía – aparte de sus vacas y terneros – un criadero de conejos, así que quizás ahí podrían encontrar la solución definitiva a la necesidad que lo aquejaba.

La chinita – como le llamaba Benito – tomo al conejo y lo metió en una jaula donde estaba una coneja, para ver su reacción ya que nunca había estado – ni cerquita – a una. Al principio Brad Pato no le hacía caso pero luego de un rato la empezó a corretear de forma desesperada, la coneja no se la dejo fácil, lo hizo corretear un buen rato hasta que por fin la atrapo. Se unieron por unos minutos y cuando terminaron Brad Pato cayo como fulminado por un rayo.

“Que paso papa?” – Pregunto Lorenzo

“No sé, a ver espérate un rato” – le contesto mientras se acercaba a la jaula para revisarlo.

“No déjelo, déjelo un ratito” – Decía la chinita con una sonrisa un poco cachosa.

Brad Pato se levanto al poco rato y volvió a corretear a la coneja, volvió a hacer todo con la coneja y a desmayarse una vez más. Entonces  Benito se llevo a Lorenzo que comenzaba a ver de forma diferente a su conejito, ya no le parecía más un tierno conejito y Benito no quería explicarle porque el conejo estaba tan pizpireto.

“Si quiere me lo deja, doctorcito, necesito un conejo así para mi granja, le voy a pagar bien. Usted diga nomas” – le dijo Rosa.

“Es el conejo de mi hijo, que dices Lorenzo? Dejamos a tu conejo?”

“Si papa, si aquí es feliz y lo cuidan que se quede pues, nomas que lo pueda visitar y ya.” – sentencio.

“Esta todo un jovencito su hijo, doctor, claro que lo puedes visitar Lorencito, cuando quieras.” – contesto la chinita mientras los acompañaba a la salida.

Y así fue que el pequeño - y feo - Brad Pato pasó de ser un solitario conejo a ser el Rocco Siffredi de la granja, el causante de que nunca le faltaran conejos que vender a la señora Rosa.