miércoles, 16 de noviembre de 2011

La cola infinita

Eran las 6:30 de la tarde, sentada en mi oficina intentado trabajar, el sueño y el aburrimiento del fin del día me agobiaban. Decidí entonces tomar un café.
Mire el kitchenet y recordé que aun no habíamos comprado el filtro y que la cafetera era más inútil que una cometa sin viento. Salí entonces en búsqueda del horrible pero efectivo café de la maquinita. Mire mi bolsillo, tenia 20 soles, mire el kiosco de Don Sosimo y estaba cerrando. Sin posibilidades de cambiar mi billete me quede parada pensando “¿A dónde michi voy ahora?”
Camine sin rumbo unos minutos lamentando mi suerte y me fui por el camino de la cafetería de Arte, ahora administrada por unos tiranos que no te dan ají si no compras algo que lo amerite, que tiran el jugo sobrante que compraste en vez de dártelo y demás ridiculeces comencé a extrañar a la chinita que lo administraba en mis épocas universitarias.
 Aun dudaba si comprarlo, siempre me peleo porque me dan el café aguadísimo, pero sopesando las distancias finalmente escogí comprarlo ahí.
Estaba llegando cuando a lo lejos pude ver la cola larguísima, al acercarme vi a mi amiga Orci.
“No compres acá, se están demorando un montón” – me advirtió.
Me quede al final de la cola rogando por que avanzara rápido para regresar a la oficina, de repente la chica que estaba unos lugares delante de mi estallo en cólera.
“Ya pues atiendan!!!”- decía mientras caminaba hacia el mostrador y buscaba al administrador.
Resulta que al inicio de la cola habían cuatro chicos, tres de ellos estaban vestidos de negro y traían capucha cual incognitos, los llamaremos X, Y y Z. El cuarto en la cola era un chico guapo de rizos dorados al igual que sus pestañas muy pecoso.  En la esquina, como escondida, había una chica que lo filmaba todo.
Lo que ocurría era que X compraba un caramelo, lo pagaba y en vez de irse al último lugar de la cola, se ponía entre Z y el chico de rizos, luego Y compraba otro caramelo y se ponía entre Z y el gringo, lo mismo hacia X y así sucesivamente, haciendo de la cola algo interminable.
“¿Que hacen?”- les pregunte.
Como no recibí respuesta me fui al mostrador donde la chica berrinchaba y hacia alboroto, apareció el administrador y aunque al principio se veía algo confundido, al final acompaño a la chica donde se encontraban “los chistosos”.
“Señor, cuando lo atiendan debe ir al final de la cola”- le decía a X mientras reclamaba su caramelo, recibiendo solo el silencio.
 “¿Pero porque lo hacen? Están disconformes con algo? Con el mal servicio de la cafetería?” – les volví a preguntar cizañera, mientras Orci me veía extrañada. Empecé a notar que en sus caras se dibujaba una sonrisa.
“Ah... están reclamando lo mala que es esta cafetería” – continúe – “los apoyo, es mas, mejor todos nos vamos a hacer cola a otra cafetería” – les dije a los demás de la cola mientras me veían como una lunática.
“Pero a ti te molesta” – Le dijo Z al gringo.
“Para nada”- le contesto.
“Claro pues si tu vienes con ellos”- le espete mientras veía como miraba al piso y sonreía.
Orci y yo nos empezamos a reír a carcajadas. Luego, ante la insistencia del administrador y la psicosis de la chica que los empujo para ser atendida, los improvisados se empezaron a retirar.
“Quizás los hicimos esperar, pero no me vas a negar que nunca te has reído tanto en una cola”- me dijo Y.
“Tienes razón”- le dije, mientras saludaba con Orci a la cámara.

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