domingo, 6 de noviembre de 2011

Doña Sara

Conocí a Doña Sara cuando tenía unos 6 años, vivía junto a su esposo y sus dos hijos frente a mi casa.
Trabajaba al igual que mi mama y salíamos a jugar con Alicia y Negro – su hijo menor – hasta esperar que ella llegara. Su marido Leo era un tipo de apariencia muy correcta, espigado y de cabello ondulado, siempre me recibía con una sonrisa cuando iba a jugar con los chicos o para darme los “chups” que vendían para capear la pésima economía de los 80s.
Doña Sara trabajaba en el ministerio de agricultura y estudiaba sociología, así me conto mi cuñado una vez que se cruzo en una clase con ella. Es por eso que nos sorprendió cuando de pronto la ataco esa terrible y rara enfermedad que finalmente la mato.
Casi todos los fines de semana iba con mi mama a ver a mi abuela a la Victoria, tomábamos para eso la, ya desaparecida,  línea 50 que nos llevaba y nos regresaba. Pero ese sábado en especial la 50 nunca apareció en la Av. Huánuco por lo que tuvimos que caminar hasta el hospital Almenara para tomar una combi que nos acercara a la casa.
Entre los dos posibles paraderos para bajar estaban la Av. Belaunde y la escalera de la PIP- policía de investigación del Perú – mi mama decidió que nos bajáramos en la más próxima la Av. Belaunde.
Iba a bajar yo primero cuando en el paradadero vi una cara conocida, era Leo con una mujer mucho más joven que él, la traía de la cintura y ella también lo abrazaba. Para suerte de todos había “batida” y justo antes de descender el cobrador nos detuvo y cerró la puerta. No sé si Leo me vio pero yo si lo vi clarito. Se lo conté a mi mama y ella incrédula me aconsejo que mejor no dijera nada.
Por el pasaje no se comentaba sobre la enfermedad de Doña Sara hasta que se hizo terriblemente evidente. Ya no podía hablar bien, lo hacía como una actriz cómica que aparecía en “Risas y salsas” a la que apodaban “la gaga” solo que con mucha dificultad y por supuesto no tenía nada de cómico. También usaba bastón por que ya no se podía sostener por su cuenta.
La abuelita era una señora de estatura pequeña, de pelo corto y muy cano, llevaba unos lentes de montura marrón, siempre traía una chompa y una falda de colores mustios, tristes; también cargaba una bolsita negra donde metía el tejido que confeccionaba para vender. No sé si era la mama o la abuela de Doña Sara pero la visitaba seguido y más aun cuando su enfermedad empeoro. La recuerdo sentada en la puerta de su casa siempre tejiendo algo.
Por conversaciones que escuche entre ella y mi mama supe que no le caía bien a Leo y que la cosa era reciproca. Una vez comento que la casa era de Doña Sara y de su hermano Toño, un moreno alto de cabeza cuadrada y lentes enormes. El quería hacer trámites para poner la casa a su nombre solamente, todos creían que era para evitar que Leo se quedara con la casa.
Pasaron los meses y Doña Sara ya no salía de su casa, a veces la veía por la ventana, me saludaba con la mano esbozando una sonrisa. La abuelita se quedaba con ella todo el tiempo que Leo no estaba en la casa.
Doña Sara no mejoraba, ya casi no se levantaba de la cama y entender lo que decía era casi imposible. Es así que la abuelita, llevada por la desesperación de verla así y al desinterés de Leo, decidió llevarla a un curandero que ella conocía.
El curandero le dijo que debía vigilar mucho la alimentación que llevaba Doña Sara que quizás sus males se debieran a algo que ella estaba comiendo. Entonces ella decidió empezar a cocinarle y desechar lo que Leo dejaba cocinado por las mañanas para que ella almuerce.
La cosa funciono durante un par de semanas, Doña Sara tenia mejor semblante y animo cada día, aunque los síntomas no retrocedían. Quizás hubiese seguido mejorando de no ser porque un día Leo, intuyendo lo que hacia la abuelita, regreso y se dio cuenta que ella botaba la comida que el preparaba. Entre gritos la echo de la casa pidiéndole que nunca más regresara.
Por más que Toño fue a la casa de Doña Sara para intentar calmar a Leo, esto fue imposible, terminaron agarrándose a golpes desapareciendo cualquier posibilidad de reconciliación.
A las pocas semanas de lo ocurrido, una domingo por la mañana mi papa salió a botar la basura a la esquina mientras yo lo esperaba sentada a la entrada de mi casa jugando con Lobo nuestro pastor alemán, se estaciono junto al montículo de basura una camioneta negra, de ella descendió Leo y de atrás salieron dos señores cargando un cajón marrón. Mi papa se quedo sorprendido y yo también, solo atino a darle el pésame.
Ni bien entraron salió Alicia con una amiga suya, se sentaron en el jardín a esperar que sacaran el cuerpo de Doña Sara, nadie lloraba, Negro no aparecía por ningún lado. Sacaron el cajón y se la llevaron. Mi papa pregunto a donde y Leo le dijo que el servicio seria en un velatorio proporcionado por el ministerio de Agricultura.
En ese momento mi mama aviso a los vecinos y nos preparamos para ir al velatorio, en realidad yo no debía ir, pero como no había nadie quien me cuidara resolvieron llevarme.
Cuando llegamos había poquísima gente, unas 3 o 4 personas sentadas en las sillas alrededor del ataúd, por ningún lado vi a Toño o la Abuelita. Mientras pasaban las galletas y el café de rigor, mi mama y una vecina a la que le decían la Chilena se acercaron a donde estaba el cuerpo para rezar o quizás simplemente verla por última vez.
De repente la Chilena se puso pálida, rápido se acerco a Leo y le dijo algo muy quedito al oído. Después me conto mi mama que el cuerpo de Doña Sara empezó a sangrar por la nariz y eso las asusto mucho. Con mucha tranquilidad Leo se acerco al ataúd, lo abrió y con un pañuelo que saco de su pantalón la limpio, nuevamente cerró el ataúd y siguió como si nada frente a la mirada atónita de todos los presentes.
Eso acrecentó las habladurías en el pasaje donde vivía de que Leo había tenido que ver en la enfermedad de Doña Sara, una vecina decía que antes de morir ella le había contado que Leo le pegaba, la humillaba y la presionaba para poner los papeles de la casa a su nombre. Pero eso de nada servía, ella ya no estaba y todos seguían tratando a Leo con la cortesía de siempre, pero en el fondo todos incluso el sabían lo que se pensaba.
A los pocos meses Leo tuvo una bonanza económica importante, amplió la casa modular que inicialmente existía, construyo otro piso y la decoro muy bonito. Al siguiente año de muerta de Doña Sara llego a su casa una nueva señora, la misma mujer que había visto tiempo atrás en la escalera de la PIP, se llamaba Mónica.
Hay quienes dicen que el amor que nace del dolor de otros, termina casi siempre mal. Mónica se hizo amiga de inmediato de las vecinas más aun cuando salió embarazada y dejo de trabajar.
Ella contaba que Leo la golpeaba incluso cuando estaba esperando a los gemelos que dio a luz sola, porque Leo no la acompaño siquiera al hospital. Esa actitud marchito el amor que quizás en un inicio le tuvo.
Decidió retomar su vida y le pidió a Leo apoyarla en un estudio que quería seguir, con el tiempo Leo empezó a sospechar que algo había detrás de las demoras en llegar a casa y del esmero que ella ponía al arreglarse para ir a clase, finalmente un día la fue a recoger a la universidad y descubrió que ella lo engañaba con un tipo mucho menor que él.
Aun recuerdo los gritos que se escuchaban al frente de mi casa, mi mama y yo pegadas a la ventana detrás de la cortina escuchándolo todo.
Te largas de acá – Le dijo Leo.
Hace tiempo que me quería ir, pero me llevo a mis hijos – le espeto Mónica tajante.
Escuchamos un portazo y no la volvimos a ver, aunque los chicos de ella venían esporádicamente con su papa.
Pasaron los años y Leo estuvo solo hasta que un día mientras chismeábamos con mi hermana en la puerta de mi casa lo vimos llegar con una chica muy jovencita, estaban de la mano, Leo nos saludo y se metió en la casa con ella. Había llegado la “nueva” señora de la casa.

foto: http://akvis.com/img/examples/coloriage/lily-gallery/lily-bw.jpg

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