domingo, 11 de noviembre de 2012

Cielo de cartón

“No sé como termine así.”

Pienso, mientras observo el cielo marrón que me ofrecen estas cajas que me sirven de techo y me protegen de la lluvia, de la luz, pero no del frio ni del calor.

Intento seguir durmiendo, es imposible, el ruido desconsiderado de las bocinas de los autos que se mueven por todos lados me lo impiden. Miro a mi alrededor Javier Prado y Snoopy duermen plácidamente flanqueándome como guardianes, flacos y sucios pero guardaespaldas al fin.

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A Javier Prado me lo encontré en la avenida que lleva su nombre, nos miramos directo a los ojos y fue amor a primera vista - o quizás lo convencí con la poca comida que le ofrecí – desde ese momento no nos separamos mas, es un perro chusco de pelo color beige pegadito al cuerpo. Es como cualquier perro de la calle, pero fiel como ninguno.

Con Snoopy la historia fue un poco diferente. A veces la gente deja cada cosa dentro de las cajas: basura de todo tipo, libros, CDs, DVDs, ropa, todo aquello que ya no quieren y que resulta estorboso. Así de estorboso debió resultar Snoopy para que sus dueños lo hayan dejado bien chiquito dentro de una caja de aceite Cil, era un cachorrito cuando lo encontré envuelto en un polo de niño, un polo de Snoopy. Me dio pena dejarlo ahí y lo lleve conmigo, peor no le iba a ir.

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Mi casa quedaba dentro de un terreno que usaban como cochera, a pesar de ello era una casa con todas las de la ley, techos altos toda blanca por dentro y por fuera. Cuando me dijeron que la venderían y que en realidad no era mía y que me tenía que ir, la noticia me cayó como un baldazo de agua fría.

Lo único que agradecí fue estar jubilada - aunque tener un trabajo hubiera sido mejor – si bien mi pensión era una miseria en algo me ayudaría para enfrentar esta nueva situación: jubilada sin casa busca hogar.

Las primeras semanas viví literalmente en hostales de mala muerte cercanos a mi ex – casa, comiendo menú de los diferentes restaurantes que por ahí abundaban. Poco a poco me fui dando cuenta que mis intentos por mantener una vida decorosa – así como era antes – iban a fracasar estrepitosamente. Como era obvio no soportaba quedarme dentro de los hostales donde dormía y caminar hasta donde vivían mis ex vecinos cada vez se hacía más cansado, además, notaba que ellos no me recibían siempre de la misma forma cordial y amable.

En las largas caminatas de ida y vuelta a mi nueva morada me di cuenta que la cuadra donde antes quedaba mi casa había sido inundada por recicladores de todo tipo, en su mayoría recicladores de cartón que almacenaban e intercambiaban este material a un buen precio.

“Quizás no había sido tan malo que me hayan botado de mi casa, no hubiese soportado vivir alrededor de tanto caos” –pensé.

Decidí entonces incursionar en ese negocio, como era obvio no iba a cargar grandes cantidades, tampoco ganar mucho dinero. Lo que ese día recogía ese día lo vendía y llegaba a mi habitación cansada y con el dinero obtenido de lo que había recogido. Así me acostumbre a llevar lo más importante conmigo, mis documentos, algunos recuerdos de mis padres y de mi hijo, cosas sin valor pero importantes para mí así como todo el dinero que tenía, siempre trataba de no dejar ni un centavo en mi cuarto, por el temor de regresar y no encontrar nada.

Como no tenia familiares que visitar ni que me visitaran, ni hijo que ver o que me viera, mucho menos amigos, fue una suerte encontrar a Javier Prado en mi camino, el problema fue que cuando regrese con el al hostal no me dejaron entrar.

“No se aceptan animales” – Me dijeron, y tuve que tomar una decisión.

E
Saque lo más importante que quedaba en mi habitación y – lo más ligero de cargar también –y esa fue la primera noche que dormí en la calle. Un chifa al que había ido con mi papa cuando niña me inspiro suficiente confianza como para quedarme ahí con mi perro. Tuve miedo de que me dejara sola pero se quedo ahí conmigo toda la noche – aunque debo confesar que también me tranquilizo el hecho de ver pasar de cuando en vez un patrullero.

La primera vez de cualquier cosa en la vida es complicada y esa lo fue, tenía mucho frio y aunque me puse encima toda la ropa que pude traer conmigo igual me congele. Felizmente al día siguiente pude conseguir periódicos y con eso las noches siguientes fueron más llevaderas.

En la puerta del chifa estuve durmiendo por algunas semanas, me hice amiga de los dateros y de las vendedoras de los kioscos aledaños. Pero de ahí los dueños del chifa le dijeron a sus mozos que me pidieran amablemente que me fuera o me iban a echar agua caliente. No los culpo, una indigente en la puerta de cualquier negocio da muy mal aspecto.

Sigo vendiendo cartones por volumen, los recolecto durante todo el día y los vendo durante la tarde o la noche, ahora duermo donde me agarre el sueño y la hora, trato de que siempre sea en lugares abiertos, donde pase mucha gente – así sean putas -, me atemoriza un poco la estrechez y la soledad de algunas calles. Así también prefiero que sea un lugar donde haya jardines grandes, casi siempre los encargados de darles mantenimiento me regalan un poco de agua para lavar mi ropa y a veces asearme.

Debo reconocer que vivir así me ha quitado un poco la noción del tiempo, todos los días se parecen - son igual de largos - a excepción de los domingos que voy a misa.

También debo aceptar que estos dos perros chuscos se han convertido en las dos cosas más valiosas que llevo conmigo. No me gusta pensar en el futuro, mucho menos añorar el pasado, ni mi hijo, ni mi casa, ni lo que fue mi vida van a regresar así que darle vueltas es inútil.

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Parece que ha salido el sol, el piso y el techo de mi habitación 5 estrellas me lo hacen notar. Es tiempo de salir y ver que tal nos va hoy.

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