lunes, 26 de marzo de 2012

Lorenzo - Parte I

Graciela y Benito siempre estuvieron de acuerdo en motivar al cien por cien el espíritu investigador de Lorenzo, su primogénito de 7 años. Pero cuando su pequeño “Indiana Jones” comenzó a destruir la mitad de la casa y a atentar contra su integridad física – como cuando metió la cabeza dentro de un hueco del inmenso jardín que rodeaba la casa y le picaron las arañas y felizmente ningún murciélago rabioso - decidieron que era momento de tener otro hijo con el que pudiera jugar y disipar toda esa energía que traía dentro.

Y así fue como llego Micaela, de pelo negro y ojos verde aceituna como la madre, aun era muy pequeña para jugar con Lorenzo, aunque el creyera todo lo contrario. Una tarde en la que ambas descansaban entro cauteloso a la habitación y de puntillas le dejo un regalo.

Los gritos de Graciela despertaron a Micaela y alarmaron a Pamela, la chica que les ayudaba en las cosas de la casa. Un puñado de tierra, gusanitos y chanchitos que abundaban en el jardín formaban parte del extraño obsequio.

Esa noche ambos padres conversaron sobre qué hacer, el trabajo de Benito – veterinario de profesión - los obligaba a transitar por varios lugares del Perú en los que realizaba largas campañas de distribución de medicinas para ganado que la empresa en la que trabajaba producía. Vivian hace año y medio en Tarma y sin bien era cierto ya se habían acostumbrado casi siempre aparecía un nuevo destino y quizás esa era la causa de la hiperactividad del pequeño, no hacía muchos amigos –siempre tenía que hacer nuevos - y pasaba su tiempo entre la escuela, sus expediciones en el jardín y cuanta cosa llamara su atención.

Lorenzo encontraba divertido pasar el tiempo cuidando y regando las plantas del pequeño huerto de la casa y jugando – a veces - con los animales de las granjas que su papa visitaba. Es por ello que cuando regreso del mercado con Pamela trayendo consigo una caja de leche Gloria llena de pollitos, Graciela no dijo nada y supuso que Benito tampoco se opondría. Ya era responsable con las plantas, nunca las destruía, y por el hecho de estar viajando de un lugar para otro era imposible tener un perro o gato como mascota.

“Mira mama, mira Micaelaaaaaaaaaa, mira mis pollitos” – repetía mientras corría presuroso al cuarto de su hermana, donde Graciela la amamantaba.

“Y como se van a llamar hijito”

“mmmm… no se… ¡ya se! se llamaran: uno, dos, tres y cuatro, les voy a poner su agüita y periódico para que sigan calientes y le diré a mi papa que traiga comida para pollitos” – contesto emocionado.

Pasaron los días, las semanas y los pollitos empezaron a crecer, de tiernas bolitas de algodón amarillo pastel pasaron a ser pollos medianos con acaso algunos pelos amarillos que cubrían sus rosados y carnudos cuerpos. Caminaban errantes por la casa en las horas en que Lorenzo iba a la escuela y corrían desesperados cuando veían aparecer a Micaela que ya daba sus primeros pasos por toda la casa.

Una noche mientras les daba de comer, Lorenzo se dio cuenta que Tres no aparecía por ningún lado, recorrió el jardín y el huerto pero no lo encontró.

“Pamela has visto a mi pollito, no encuentro a Tres” – le preguntaba con carita de preocupación.

“No, Lorencito no he visto nada”- le contesto mientras picaba la manzana para el quaker del día siguiente.

Le pregunto a su mama y espero que su papa regresara del trabajo para contarle de la extraña desaparición de su pollito. Nadie sabía nada. Intranquilo y algo triste se acostó, esperando que al día siguiente apareciera.

A los días, su condición de niño le hizo olvidar en algo a Tres, a veces se acordaba de él pero sus papas y Pamela cambiaban el tema de inmediato o le proponían salir a regar un rato el huerto, o caminar un rato con Micaela por el jardín.

Se acercaba el cumpleaños de Lorenzo, y como casi todos los niños morían por la torta de chocolate. Pamela le prometió preparársela para esa fecha.

----

Cayo un día de colegio y Pamela se levanto temprano para preparar los sanguches, los refrescos y terminar de decorar la torta que le llevaría a la escuela para que sus amiguitos le canten Happy Birthday.

Pamela era una joven de unos 24 años, delgada y pequeña. Traía el cabello largo todo hecho trenzas – las mismas que intentaba replicar en la cabeza de Micaela - , sus ojos eran medio chinos y su piel canela.

Andaba de un lado a otro por la cocina, picando el apio, sancochando y deshilachando el pollo, preparando la mayonesa de leche. Los refrescos serian de chicha – la bebida favorita de Lorenzo – y la crema de chocolate estaba enfriando, esperando cubrir el queque.

Viendo que ya se acercaba la hora en que todos despertarían apuro el paso y decidió trapear el piso de la cocina, sucio por todo el ajetreo y lleno de regalitos de Uno, Dos y Cuatro. Abrió la puerta para echar en el jardín el agua sucia de limpiar y se dio la vuelta rápidamente cuando vio que la piña que había puesto a hervir para agregar a la chicha se estaba rebalsando de la olla.

Escucho un “pio” que se perdió a lo lejos y cuando quiso ver a los pollitos solo encontró 2, Uno no estaba.

“Ay mamacita, no, no, no puede ser” – repetía, mientras movía la mano de arriba abajo con nerviosismo y se llevaba la otra al pecho.

Abrió la puerta y en el jardín, fulminado por el portazo yacía Uno sin vida. Una sensación de malestar general se apodero de ella, no por los pollos sino por lo que significaban para Lorenzo, lo que menos deseaba era que en su cumpleaños tuviera la tristeza de saber que otro de sus pollitos tan queridos había “desaparecido misteriosamente”.

“Tengo que ser más cuidadosa con esa puerta, ahora como voy a salir de esta” – Pensaba mientras cogía al pollo, lo envolvía en papel periódico y lo metía en una bolsa negra.

Fue a la zona donde a Lorenzo lo habían picado las arañas – lugar prohibido para él desde entonces – quito la roca que tapaba el hueco y lo arrojo lo más lejos que pudo. Cuando había ocurrido el incidente de las arañas se había dado cuenta que el hueco era la entrada de una pequeña cueva así que tuvo la seguridad de que difícilmente podrían encontrarlos.

Para su tranquilidad, Lorenzo estuvo tan emocionado que no se percato de que solo deambulaban por ahí Dos y Cuatro.

----

Lamentablemente ese desconocimiento duro poco, nuevamente la tristeza y la preocupación nublaron la carita de Lorenzo, aun mas porque ya estaba de vacaciones y notaba la nueva ausencia. Decidió entonces tomar una medida desesperada, no separarse de los pollitos, andaba de acá para allá con una caja donde cabían holgadamente Dos y Cuatro.

Una tarde, Benito fue a visitar a un compañero de la universidad que se había asentado en Tarma. Habían coincidido en una feria de productos alimenticios para ganado y habían quedado en verse. Víctor, así se llamaba, tenia 2 hijos que podrían hacer amistad con Lorenzo. Así que se montaron, padre e hijo – más dos pollitos – en la camioneta verde y partieron.

La química entre los chicos fue inmediata y se la pasaron jugando toda la tarde. Hugo e Iván – hijos de Víctor – tenían un pastor alemán que era muy sociable y mansito, Lorenzo se preocupo al principio por la seguridad de sus mascotas  pero al final se dio cuenta que el mas asustado era el perro.

Entablaron una amistad y regresaron innumerables veces, casi tanto por la amistad de los hijos como la de los padres. En una oportunidad, justo antes de partir en la camioneta verde, Benito le comento a Lorenzo una noticia que lo entristeció.

“Hijo, ¿te acuerdas de Peter el perro de Hugo e Iván?”

“Si papa ¿porque?”

“Porque ha estado muy enfermo, deben estar realmente tristes”

“Les llevare a mis pollos para que se alegren.”

Cuando llegaron a la casa de Víctor, nadie salió a recibirlos – como las veces anteriores – estacionaron y tocaron la puerta. Abrió la esposa de Víctor.

“Benito, anoche Peter se puso muy mal y pues…hoy en la mañana que fui a verlo ya se había ido” – le decía mientras Lorenzo agarraba su caja con los pollos que lucían algo nerviosos.

Entraron todos, esta vez Graciela y Micaela los habían acompañado, se fueron a la sala a conversar con Víctor  y su esposa Yrma.

Lorenzo siguió al patio de atrás donde estaban Iván y Hugo, aun con los ojos llorosos. Dejo a sus pollos corretear en el jardín mientras intentaba romper el incomodo momento.

“He traído mi pelota, la traigo y jugamos un rato” – se dio la vuelta para traerla.

Cuando regreso, Iván y Hugo jugaban con los pollos - niños también - ya no se les veía tan tristes. Esos pollos con caminar errante y ojos como canicas alegraban a cualquiera. Entonces apareció en la cabecita de Lorenzo una idea. Luego de comer las humitas dulces que preparo Yrma, tomo una decisión. 

Les dejaría los pollos a sus amigos, quizás si se los llevaba la tristeza les regresaría. Además ya se habían ido Uno y Tres, quizás necesitaban una casa más amplia con dos jardines como lo era la casa su tío Víctor.

“¿Nos los podemos quedar mama?” – pregunto Hugo

“Bueno, pues creo que si” – contesto Yrma.

Se despidieron esa noche con la promesa de Lorenzo de regresar para echar un vistazo a sus ex-mascotas. Cuando ya hubo subido a la camioneta, mientras Graciela aseguraba a la pequeña Micaela en el asiento para el bebe, le dijo bajito a Yrma.

“Yrmita, para que los pollitos te duren ten cuidado con las puertas”.

miércoles, 14 de marzo de 2012

La Tia Isabel

Su asistente la encontró tirada en su sala, convulsionaba y botaba espuma por la boca. Armo tremendo escándalo de la impresión y quizás eso provoco la reacción inmediata de los vecinos del solar y la rápida llegada de los bomberos. La llevaron al Arzobispo Loayza y le hicieron un lavado de estomago que le salvo la vida, sin embargo quedo con un defecto en la voz permanente, por el daño en su faringe ocasionado por el veneno que había ingerido.

----

Servando Pantoja encontró en Isabel la dulzura y la inocencia que le hacía falta a su vida luego de que su esposa Josefina falleciera, quizás su forma de ser afable y discreta ocasionaron que con el tiempo las hijas de Servando  - Las Pantoja - también la aceptaran.

A pesar de que había ganado un buen dinero gracias a su trabajo en una empresa cervecera, cuando Isabel llego a su vida la bonanza económica había acabado. Como solo contaba con su paupérrima pensión de jubilado decidieron irse a un pequeñísimo departamento en un solar ubicado cerca al puente Trujillo – donde hoy queda la Alameda Chabuca Granda.

La diferencia de edades entre los dos era grande y lo que empezó como una relación de marido y mujer poco a poco se transformo en un amor de padre e hija, Isabel lo cuidaba como un niño y lo llevaba y traía de los cumpleaños y de la tradicional Bajada de Reyes que la familia de el organizaba cada año.

Fue así, que Isabel hizo amistad con Angélica - sobrina de Servando - y con la hija de esta, Gloria. Con la primera compartían el oficio que las ayudaba a salir adelante, el corte y confección. Si bien era cierto Angélica – que también estaba jubilada – ya no trabajaba tanto en eso, Isabel si lo hacía a tiempo completo cosiendo vestidos de novia y demás trabajos que le encomendaban vecinos, amigos y conocidos.

Cuando Servando cumplió 90 años realizo una gran fiesta en casa de una de las hijas de este, ya no se podía parar sin ayuda y todos celebraban la vida del más longevo de los Pantoja.

Días después de la celebración, al levantarse temprano por la mañana, no le pareció raro que Servando siguiera durmiendo – de costado como era su costumbre. Se puso las chancletas, se aseo y preparo el desayuno para ambos. Antes avanzo en algo la costura de un pendiente que tenía que entregar al día siguiente. Ya listo el desayuno se dispuso a despertar a su “viejito” como le decía cariñosamente.

Luego de llamarlo innumerables veces y al no recibir respuesta se acerco y lo toco, estaba frio, la invadió una desesperación, un vacio que termino con sus propios gritos que hicieron levantar a los vecinos que corrieron a su casa. La ambulancia llego solo para certificar su muerte, su corazón simplemente dejo de latir.

El velorio fue sencillo, en casa de Perico - hermano de Angélica -, y el entierro fue en el cementerio el Ángel.

Hacía calor esa tarde y el negro que vestía toda la gente que ahí se congrego contrastaba con los nichos blancos y opacos. Chofi, la asistente de Isabel, siempre prudente había llevado agua, agua de azahar,  algodón y alcohol por si algo se ofreciese.

El momento más álgido, más duro de todos los entierros es cuando meten el ataúd en el nicho y este no fue la excepción.

“¡Llévame contigo Servando, viejito, mi viejito!” – lloraba mientras los cargadores hacían esfuerzos por qué no se les caiga el ataúd al suelo y Chofi intentaba evitar que Isabel se metiera al nicho.

La agarro y la contuvo hasta que el féretro estuvo completamente dentro, luego el encargado del cementerio puso una lapida que tapaba el hueco, era como si, con ese pedazo de concreto se pusiera una barrera entre ella y quien fue el compañero de casi toda su vida.

Procedió a pintar sobre él, la fecha de nacimiento y fecha de muerte – con la estrella y la palomita respectiva - sobre estos el nombre completo del tío Servando como Angélica lo conocía. A pesar de estar en un área abierta el ambiente se sentía pesado, tan pesado como un cuarto que hace mucho no se ha abierto.

Luego de eso Isabel tuvo que regresar a su vida normal, siguió trabajando con Chofi y recibía las visitas de Angélica y Gloria. Fue en esas visitas que ambas notaron algo raro en ella.

“¿Te gusta el espejo mamita?” – le dijo señalando el que estaba colgado a la entrada de su casa.

“Si hija, porque”

“Se lo regalo pues mamita, es que voy a viajar.”

Así Isabel empezó a regalar sus cosas. Primero fue el espejo, luego los artefactos de la cocina, la tele. Lo último que regalo fue una muñequita vestida de novia que había hecho en sus primeras clases de costura. Con este oficio había sacado adelante a sus hermanos menores en el norte, allá por Paijan. Estos ya se habían casado y formado sus propias familias.

Cuando hubo vendido casi todo, una noche sola en su departamento cogió una botella de gaseosa y se sirvió un vaso, entro a la cocina y a oscuras tanteo sobre la mesita el sobre de “Campeón” que había comprado en el mercado bajo el pretexto de matar a las ratas que en el solar abundaban por las noches, y que eran del tamaño de un gato.

Vacio una cantidad dentro del vaso lleno, lo removió bien con una cuchara y se lo tomo. Chofi la encontró minutos después, entro con la llave que la propia Isabel le había entregado y que se había olvidado pedir que se la regresara.

Resulta que nunca habían pagado alquiler en el solar – no había un solo documento que indicara que ella era la propietaria - y este iba a ser derrumbado para construir un edificio. Sin tener un lugar a donde ir y viéndose sola – sin salida – decidió acabar con su vida.

---

Pero la vida, así caprichosa, extraña y sin sentido – como a veces es – no quería acabar con ella. Estuvo en el hospital varias semanas hasta que su aparato respiratorio y digestivo volvieran a permitirle seguir con una vida normal, lamentablemente le quedo un defecto de voz – un pitillo – de por vida.

Sin nada en su casa, recibió la ayuda de Angélica y su hija – así como de algunos vecinos y Chofi que fue incondicional - y de ese modo intento comenzar de nuevo. Como nadie le quiso recibir su vieja máquina de coser y aun la tenia decidió seguir haciendo lo que sabía para vivir, coser.

Fue así que una tarde, algunos meses después, fue a casa de su vecino y compadre para pedirle prestado el teléfono, este tenía visita, un hombre maduro más o menos de la edad de Isabel. Digamos que Cupido lo flecho a él, de modo que le pregunto quién era esa señora tan guapa y bien puesta que había entrado a su casa.

“Es mi comadre Isabel, es viuda, ¿Por qué?” – pregunto el vecino, entre intrigado y medio alcahuete.

Félix, decidió regresar casi todos los días hasta que Isabel volviera a pedir prestado el teléfono. Cuando se volvieron a encontrar decidió dar el primer paso.

“Discúlpeme pero quisiera conocerla, mire yo soy un hombre mayor y no la voy a cortejar como un jovencito pero mis intenciones son serias, le pido me permita conocerla un poco mas.” – le dijo ante la mirada atónita de Isabel que no pudo evitar que se le escapara un sonrisa nerviosa.

Así iniciaron una amistad que luego se transformo en una relación. Félix fue presentado a la familia política de Isabel en la última Bajada de Reyes que ella organizo en su casa. Frente a las Pantoja el expreso sus intenciones de casarse. Esto provoco que Victoria, Esperanza y Fortunata se llevaran enfurecidas el retrato de su padre que adornaba la sala de Isabel y que ella se había negado a regalar, dado que tenía puro valor sentimental.

No se opuso y dejo que se lo llevaran, entendió que quizás Servando estuviera donde estuviera aprobaría su relación, porque la quería bien, no podía ser de otra forma.

Se casaron en Paijan la tierra de Isabel, en una ceremonia tradicional que duro varios días, Gloria fue a verla y la vio radiante, bromista, feliz. Nunca más mencionaron el episodio en que quiso quitarse la vida.

Pasaron los meses y la pareja de recién casados se instalo en San Juan de Miraflores en una casa enorme y bonita, Félix era propietario de una fábrica de jeans que distribuía en Gamarra y demás emporios comerciales. Gloria fue a visitarla a su nueva casa junto con su cuñada Magda, almorzaron y conversaron largo rato con ella y su esposo, un hombre afable y alegre como ella.

Cuando se despidieron Magda y Gloria comenzaron a caminar por la calle de bajada que las llevaría a la avenida principal, cuando hubo caminado unos metros volteo y vio que Isabel las miraba por la ventana sonriente.

En su rostro se reflejaba la satisfacción – y la tranquilidad - porque la vida le había dado una nueva oportunidad, una que por poco no llega a disfrutar. 

viernes, 9 de marzo de 2012

martes, 6 de marzo de 2012

El dia que deje de creer en Dios

Nunca supe el motivo real por el cual mis padres me bautizaron, tampoco porque inmediatamente después de hacerlo recibí la comunión en aquella parroquia de esteras ubicada en un terreno de tierra al frente de la Avenida Universitaria en Comas.

Lo único que recuerdo de esos dos eventos fue la confesión con el padre norteamericano que ahí predicaba y la felicidad por mis nuevos padrinos Sonia – que es como mi segunda mama – y mi tío Oscar, aquel que me jalaba – cariñosamente - los cachetes hasta hacerme llorar.

De lo primero, la confesión, ahora la recuerdo con cierta desilusión porque pensé que mis “pecados” de niña de 12 años iban a ser duramente castigados, pero fue todo lo contrario. El padre solo me escuchaba – aunque creo que se estaba durmiendo – y me dio una penitencia que no recuerdo y que tampoco cumplí.

De mis padrinos solo con Sonia he mantenido una relación cercana a través del tiempo, y nunca fue de esas madrinas que te traen regalos y esas cosas, aunque siempre me trato con cariño maternal, y con eso me basto y sobro. Ahora que soy madrina de dos sobrinos he entendido esa responsabilidad a mi manera “especial” de ver las cosas. Siento que debo preocuparme mucho mas por ellos y de apoyarlos por el resto de sus vidas, aunque a veces frieguen y me demuestren que no tengo tanta paciencia con los niños.

Mi siguiente acercamiento con Dios – el que ha quedado grabado en mi memoria - fue cuando le pedí con todas mis fuerzas que el esposo de Sonia no se muriera. Tenía unos 18 años y luego de ver a mi hermana deshacerse en llanto después de verlo en el hospital me di cuenta de – sentí – la proximidad de eso que aun era desconocido para mí, la muerte. Entonces me proyecte y vislumbre que sin Amador el futuro de Sonia y sus dos hijos sería complicado y pedí con todas mis fuerzas que eso no ocurriera, pero como “Dios sabe porque hace las cosas” Amador falleció. Entonces no pedí nunca más nada a Dios y lo que pensé que pasaría con ellos finalmente ocurrió, la vida se les complico.

Luego falleció mi abuela Paterna, la abuelita Linda, mi Tío Julio Ever, mi mamita Angélica, y como que me acostumbre – si es que vale el termino acostumbrarse en estos casos – como que empecé a manejar mejor el tema de la muerte. Me entristecía pero Dios no tenía nada que ver, ni lo mencionaba y la verdad me parecían inútiles los rezos que hacían los practicantes en algunos velorios, pero los respetaba. Del mismo modo las misas a las que asistí/asisto, lo hago para recordar al que se fue y por respeto y cariño al que convoca a la misa.

Pasaron los años y mi relación con Dios cambio radicalmente, si bien ya no creía en el, empecé a creer – y creo fervientemente – en la energía de las personas.

Si una emoción fuerte puede elevar la presión arterial, ¿porque la buena o mala vibra de las personas, inclusive sus rezos o maldiciones pueden influir en el destino de ellas mismas y de otras? Y si, se que la palabra destino es un poco nebulosa, pongámoslo mas aterrizado ¿Por qué esta energía no puede influir en los pensamientos/decisiones/destino de las personas? Pues yo creo que esa idea no es tan descabellada.

Deje de preguntarme porque morían las personas, simplemente pensé en el destino, en ese que decide si una célula se comporta de forma anormal o no, ese mismo destino que puede hacer que esas células se transformen en un tumor/cáncer maligno/benigno. Del mismo modo que el destino puede generar la obstrucción de una arteria del cerebro y provocar un aneurisma.

Sería injusto pensar que la responsable de la muerte o la enfermedad es la persona que la sufre y del mismo modo me parece injusto y facilista pensar que “Dios sabe porque hace las cosas”. Aunque lo diga a veces para consolar a aquellos que perdieron al ser querido.

He llegado a la conclusión de que, en mi relación con la muerte siempre hay tres frentes: Yo, la persona que se fue y los que se quedaron.

Sobre los dos primeros, la verdad que no siento que extrañe a nadie que haya muerto, aunque de seguro algún día sentiré esa dolorosa nostalgia. Creo que – en mi caso – la razón radica en que siempre las recuerdo. O las plasmo en mis escritos como hice con mi abuela Angélica. Sé que puede sonar cuestionable lo que acabo de escribir, pero la relación de las personas con la muerte es tan única y personal como lo es con el amor. Aunque a veces pienso que es mi coraza para evadir un sufrimiento que sería insoportable.

Y con los que se quedaron, debo aceptar que si me quiebra. Porque el que se fue ya no sufre, pero el que se queda siente y sentirá la ausencia por mucho tiempo, quizás por toda su existencia.

Paso el tiempo y la sombra de la muerte se acerco un poco más cuando a mi hermana le detectaron un carcinoma en la cabeza, aun recuerdo cuando me llamo luego de que le dieron el resultado final de su tratamiento después de que le extirparan un pedazo de piel de la cabeza.

Estaba en mi oficina y me metí al baño, me mire en el espejo y agradecí, agradecí y agradecí a la vida que ya no tuviera más esas células malignas formando parte de su cuerpo.

Luego operaron a mi papa de la próstata y mi primo – que lo opero – me dijo que el peligro de cáncer no era tan poco probable y que tenían que hacerle una biopsia, los resultados fueron favorables aunque tiene que chequearse cada cierto tiempo para ver si no aparece. No recuerdo haber mencionado a Dios en ningún momento.

Ahora mi sobrino/primo/hermano Lucho – el hijo de Sonia - tiene un problema parecido, un tumor en el lóbulo derecho de su glándula tiroidea de etiología maligna. Se lo tienen que extirpar y el seguro oncológico de la universidad no lo cubre, por estar dentro del periodo de carencia.

Y por esas cosas del destino el nombre de Amador – su papa – apareció cuando hacia la consulta con la bróker del seguro, tenía el nombre de la calle donde se ubica la empresa que esta señorita representa.

Y por esas cosas del destino - ya en mi oficina - vi la imagen de una virgen, que la señora Juanita - de mi trabajo -entrego a todos los que dieron algo de dinero para las quimios de su mama, que tenía cáncer.  Pensé en ese instante, que a veces recurrimos a Dios, los santos y las vírgenes porque necesitamos encontrar, creer, apoyarnos en algo. Y que todos tienen/tenemos el absoluto y respetable derecho de hacerlo.

Y por esas cosas del destino hoy recordé aquella vez que soñé con Amador mirándome preocupado en un rincón del cuarto que compartía con Sonia y los chicos en su casa en Puente Piedra. Llegue a pensar que ayudando a salir a Sonia de donde estaba y orientando a Lucho para llegar a la Universidad estaría tranquilo –  este donde este – pero creo que me equivoque.

Finalmente pienso que justamente el destino hizo que todo esto sucediera tal y como ocurrió con ellos y que este reto/cisma/prueba que ahora enfrenta/enfrentamos lo asumiremos de la mejor forma y con todas las armas posibles.

Sin embargo no me atrevo a decir que saldremos airosos, a pesar de los factores a su favor: su juventud y la edad temprana del hallazgo; Por el – profundo -  temor de que no sea así.


sábado, 3 de marzo de 2012

Auri

“Una piedra” – repetía en su cabeza.

Una piedra había ocasionado toda esta situación, la muerte de su hermana mayor y el hecho de que ahora su viudo la estuviera cortejando con el mayor desparpajo. La iba a esperar a la salida de su trabajo, la invitaba a almorzar, le regalaba flores, hasta le mandaba cajas de frutas a la casa de su mama en La Victoria. Por más que quería negar lo evidente era como tratar de tapar el sol con un dedo. Y no sabía ya como hacer para acabar con el problema de raíz, antes que las cosas llegaran a mayores.

----

Auri había sido la segunda de los trece hijos de Julio Ortiz y por esas cosas de la genética era la más parecida físicamente a Gloria, a pesar de ser de diferente madre, quizás ahí radicaba la extraña fascinación de su viudo hacia ella.

Su nombre real era Elizabeth, el apodo de Auri lo tuvo desde la adolescencia. Su padre la había llevado junto a su hermano Julio Ever a la casa de la penúltima de sus esposas, Angélica. Esta mujer los había criado como si fueran hijos propios hasta que ambos culminaron sus carreras, ella educación y el medicina. La convivencia estrecho los lazos de hermandad entre los tres. La mama de Auri era chilena y la dejo al cuidado de su padre desde niña –la abandono.

Poco tiempo después de casarse con Gotardo se entero de que su abuela materna había venido a radicar a Perú, exactamente a la Punta. Decidió entonces proponerle vivir junto a su marido y ella en Lima. La cuido con dedicación, como si fuera la madre que la dejo.

Fue por ese motivo que no dudo en llevársela consigo cuando apareció la oportunidad de enseñar a los niños de un asentamiento minero allá por Mala. Su esposo la visitaría los fines de semana o con la frecuencia que su trabajo se lo permitiese.

------

Aquella mañana se despertó muy temprano, aseo y preparo el desayuno de su abuela, que ya no podía valerse por sus propios medios y tenía que usar una silla de ruedas para movilizarse. Hablo con Gotardo por teléfono en el centro comunitario del asentamiento y le explico cual sería su estrategia durante la detonación de explosivos para abrir socavones en la mina. Se había dispuesto evacuar a toda la comunidad que ahí se había instalado, en un lugar alejado donde no corrieran ningún peligro.

“No te preocupes Gotardo yo voy a salir durante la evacuación y voy a dejar a la mamita bien resguardada, cuando termine todo regreso para darle de almorzar”

Cuando llego la hora de salir, llevo a su abuela a un rincón con techo y paredes de cemento, donde las rocas o algún vidrio trizado no podrían llegar. Así se reunió con los demás pobladores y se dirigieron a la zona de seguridad designada.

Pero el plan de detonación fallo y la espera para regresar se torno larga e incierta.

Pasaron las horas y Auri se comenzó a preocupar por su abuelita, quizás ya se había despertado y tendría hambre, recordó que había quedado algo de pan y queso del desayuno, quizás con eso en el estomago la ancianita podría aguantar unas rato más.

Decidio ir a su casa, a pesar de las recomendaciones de los demás pobladores que allí se encontraban. Lamentablemente no había personal de la mina. Quizás le hubieran impedido exponerse de esa manera por la razón o por la fuerza.

Camino sin mayor problema hasta la casa que le habían acondicionado, entro y su abuela aun no se había despertado. Preparo unos sanguches y se los dejo al alcance por si despertaba. 

Escucho una lejana detonación pero – extrañamente - no le causo mayor sobresalto.

Se dirigió a la puerta, al abrirla sintió una conmoción, luego un calor – ardor – intensísimo en la espalda y luego todo se puso blanco, se desmayó. Una roca enorme había traspasado el techo de madera de la casa prefabricada y le había dado en la espalda.

Llamaron a Julio Ever, quien era su contacto en caso de emergencia – su hermano mayor-, aun antes que a su esposo. Este se comunico con Gotardo indicándole que había organizado todo para que la internaran en el hospital Dos de Mayo.

Si bien la roca no la había matado instantáneamente las probabilidades de que sobreviviera eran escasas. El golpe le había colapsado un pulmón, destrozado varias costillas y lo más grave era que su hígado estaba seriamente comprometido.

Gloria no alcanzo a verla con vida. Tenía con ella mucha más cercanía que con Eliana su hermana de padre y madre.

---

Nada en este mundo haría que Gloria cambiara sus sentimientos hacia él. Gotardo no le llamaba en absoluto la atención y por sobre todas las cosas era el esposo de su hermana, además le parecía macabra la idea de que el motor de su atracción era su parecido con ella. 

Decidió entonces contárselo todo a una buena amiga en el trabajo. Esta le aconsejo que a todas las invitaciones que él le hiciese la incluyera en el plan, quizás eso lo ahuyentaría.

Así lo hizo, al principio noto su molestia pero poco a poco cedió y siguió invitándola aun sabiendo que vendría con chaperona, decidió entonces ser más arriesgada y sugirió ir a ver una película los tres. Cuando llego la hora de la función Gloria no apareció.

Poco a poco las invitaciones de Gotardo fueron desapareciendo, ahora su amiga era la que le comentaba de sus salidas a almorzar, de las flores que le mandaba y de lo bueno que era – a pesar de no haberle caído tan bien al principio – Gloria se sintió aliviada porque había acabado con ese incomodo “asunto”.

Tiempo después su amiga y Gotardo se hicieron novios, se comprometieron y casaron. Gloria asistió a la ceremonia más por su amiga que por él.

---

Años después dejo de frecuentarla y tuvo a la que sería la última de sus hijas, cuando ya tenía unos meses de edad se dio cuenta de que tenía un lunar en forma de mapa en el interior del muslo izquierdo, idéntico al que tenia Auri, en el mismo lugar y con la misma extraña forma.


Recordó entonces a su hermana, el tiempo que compartieron juntas, los dulces que escondían debajo de la cama en la que dormían y con los que se empachaban por las noches, la recordó y a pesar de que su final fue trágico y triste sonrió. Quizás un pedacito de ella la estaba mirando en ese mismo instante con los ojos abiertos de par en par.

Fin.