lunes, 26 de marzo de 2012

Lorenzo - Parte I

Graciela y Benito siempre estuvieron de acuerdo en motivar al cien por cien el espíritu investigador de Lorenzo, su primogénito de 7 años. Pero cuando su pequeño “Indiana Jones” comenzó a destruir la mitad de la casa y a atentar contra su integridad física – como cuando metió la cabeza dentro de un hueco del inmenso jardín que rodeaba la casa y le picaron las arañas y felizmente ningún murciélago rabioso - decidieron que era momento de tener otro hijo con el que pudiera jugar y disipar toda esa energía que traía dentro.

Y así fue como llego Micaela, de pelo negro y ojos verde aceituna como la madre, aun era muy pequeña para jugar con Lorenzo, aunque el creyera todo lo contrario. Una tarde en la que ambas descansaban entro cauteloso a la habitación y de puntillas le dejo un regalo.

Los gritos de Graciela despertaron a Micaela y alarmaron a Pamela, la chica que les ayudaba en las cosas de la casa. Un puñado de tierra, gusanitos y chanchitos que abundaban en el jardín formaban parte del extraño obsequio.

Esa noche ambos padres conversaron sobre qué hacer, el trabajo de Benito – veterinario de profesión - los obligaba a transitar por varios lugares del Perú en los que realizaba largas campañas de distribución de medicinas para ganado que la empresa en la que trabajaba producía. Vivian hace año y medio en Tarma y sin bien era cierto ya se habían acostumbrado casi siempre aparecía un nuevo destino y quizás esa era la causa de la hiperactividad del pequeño, no hacía muchos amigos –siempre tenía que hacer nuevos - y pasaba su tiempo entre la escuela, sus expediciones en el jardín y cuanta cosa llamara su atención.

Lorenzo encontraba divertido pasar el tiempo cuidando y regando las plantas del pequeño huerto de la casa y jugando – a veces - con los animales de las granjas que su papa visitaba. Es por ello que cuando regreso del mercado con Pamela trayendo consigo una caja de leche Gloria llena de pollitos, Graciela no dijo nada y supuso que Benito tampoco se opondría. Ya era responsable con las plantas, nunca las destruía, y por el hecho de estar viajando de un lugar para otro era imposible tener un perro o gato como mascota.

“Mira mama, mira Micaelaaaaaaaaaa, mira mis pollitos” – repetía mientras corría presuroso al cuarto de su hermana, donde Graciela la amamantaba.

“Y como se van a llamar hijito”

“mmmm… no se… ¡ya se! se llamaran: uno, dos, tres y cuatro, les voy a poner su agüita y periódico para que sigan calientes y le diré a mi papa que traiga comida para pollitos” – contesto emocionado.

Pasaron los días, las semanas y los pollitos empezaron a crecer, de tiernas bolitas de algodón amarillo pastel pasaron a ser pollos medianos con acaso algunos pelos amarillos que cubrían sus rosados y carnudos cuerpos. Caminaban errantes por la casa en las horas en que Lorenzo iba a la escuela y corrían desesperados cuando veían aparecer a Micaela que ya daba sus primeros pasos por toda la casa.

Una noche mientras les daba de comer, Lorenzo se dio cuenta que Tres no aparecía por ningún lado, recorrió el jardín y el huerto pero no lo encontró.

“Pamela has visto a mi pollito, no encuentro a Tres” – le preguntaba con carita de preocupación.

“No, Lorencito no he visto nada”- le contesto mientras picaba la manzana para el quaker del día siguiente.

Le pregunto a su mama y espero que su papa regresara del trabajo para contarle de la extraña desaparición de su pollito. Nadie sabía nada. Intranquilo y algo triste se acostó, esperando que al día siguiente apareciera.

A los días, su condición de niño le hizo olvidar en algo a Tres, a veces se acordaba de él pero sus papas y Pamela cambiaban el tema de inmediato o le proponían salir a regar un rato el huerto, o caminar un rato con Micaela por el jardín.

Se acercaba el cumpleaños de Lorenzo, y como casi todos los niños morían por la torta de chocolate. Pamela le prometió preparársela para esa fecha.

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Cayo un día de colegio y Pamela se levanto temprano para preparar los sanguches, los refrescos y terminar de decorar la torta que le llevaría a la escuela para que sus amiguitos le canten Happy Birthday.

Pamela era una joven de unos 24 años, delgada y pequeña. Traía el cabello largo todo hecho trenzas – las mismas que intentaba replicar en la cabeza de Micaela - , sus ojos eran medio chinos y su piel canela.

Andaba de un lado a otro por la cocina, picando el apio, sancochando y deshilachando el pollo, preparando la mayonesa de leche. Los refrescos serian de chicha – la bebida favorita de Lorenzo – y la crema de chocolate estaba enfriando, esperando cubrir el queque.

Viendo que ya se acercaba la hora en que todos despertarían apuro el paso y decidió trapear el piso de la cocina, sucio por todo el ajetreo y lleno de regalitos de Uno, Dos y Cuatro. Abrió la puerta para echar en el jardín el agua sucia de limpiar y se dio la vuelta rápidamente cuando vio que la piña que había puesto a hervir para agregar a la chicha se estaba rebalsando de la olla.

Escucho un “pio” que se perdió a lo lejos y cuando quiso ver a los pollitos solo encontró 2, Uno no estaba.

“Ay mamacita, no, no, no puede ser” – repetía, mientras movía la mano de arriba abajo con nerviosismo y se llevaba la otra al pecho.

Abrió la puerta y en el jardín, fulminado por el portazo yacía Uno sin vida. Una sensación de malestar general se apodero de ella, no por los pollos sino por lo que significaban para Lorenzo, lo que menos deseaba era que en su cumpleaños tuviera la tristeza de saber que otro de sus pollitos tan queridos había “desaparecido misteriosamente”.

“Tengo que ser más cuidadosa con esa puerta, ahora como voy a salir de esta” – Pensaba mientras cogía al pollo, lo envolvía en papel periódico y lo metía en una bolsa negra.

Fue a la zona donde a Lorenzo lo habían picado las arañas – lugar prohibido para él desde entonces – quito la roca que tapaba el hueco y lo arrojo lo más lejos que pudo. Cuando había ocurrido el incidente de las arañas se había dado cuenta que el hueco era la entrada de una pequeña cueva así que tuvo la seguridad de que difícilmente podrían encontrarlos.

Para su tranquilidad, Lorenzo estuvo tan emocionado que no se percato de que solo deambulaban por ahí Dos y Cuatro.

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Lamentablemente ese desconocimiento duro poco, nuevamente la tristeza y la preocupación nublaron la carita de Lorenzo, aun mas porque ya estaba de vacaciones y notaba la nueva ausencia. Decidió entonces tomar una medida desesperada, no separarse de los pollitos, andaba de acá para allá con una caja donde cabían holgadamente Dos y Cuatro.

Una tarde, Benito fue a visitar a un compañero de la universidad que se había asentado en Tarma. Habían coincidido en una feria de productos alimenticios para ganado y habían quedado en verse. Víctor, así se llamaba, tenia 2 hijos que podrían hacer amistad con Lorenzo. Así que se montaron, padre e hijo – más dos pollitos – en la camioneta verde y partieron.

La química entre los chicos fue inmediata y se la pasaron jugando toda la tarde. Hugo e Iván – hijos de Víctor – tenían un pastor alemán que era muy sociable y mansito, Lorenzo se preocupo al principio por la seguridad de sus mascotas  pero al final se dio cuenta que el mas asustado era el perro.

Entablaron una amistad y regresaron innumerables veces, casi tanto por la amistad de los hijos como la de los padres. En una oportunidad, justo antes de partir en la camioneta verde, Benito le comento a Lorenzo una noticia que lo entristeció.

“Hijo, ¿te acuerdas de Peter el perro de Hugo e Iván?”

“Si papa ¿porque?”

“Porque ha estado muy enfermo, deben estar realmente tristes”

“Les llevare a mis pollos para que se alegren.”

Cuando llegaron a la casa de Víctor, nadie salió a recibirlos – como las veces anteriores – estacionaron y tocaron la puerta. Abrió la esposa de Víctor.

“Benito, anoche Peter se puso muy mal y pues…hoy en la mañana que fui a verlo ya se había ido” – le decía mientras Lorenzo agarraba su caja con los pollos que lucían algo nerviosos.

Entraron todos, esta vez Graciela y Micaela los habían acompañado, se fueron a la sala a conversar con Víctor  y su esposa Yrma.

Lorenzo siguió al patio de atrás donde estaban Iván y Hugo, aun con los ojos llorosos. Dejo a sus pollos corretear en el jardín mientras intentaba romper el incomodo momento.

“He traído mi pelota, la traigo y jugamos un rato” – se dio la vuelta para traerla.

Cuando regreso, Iván y Hugo jugaban con los pollos - niños también - ya no se les veía tan tristes. Esos pollos con caminar errante y ojos como canicas alegraban a cualquiera. Entonces apareció en la cabecita de Lorenzo una idea. Luego de comer las humitas dulces que preparo Yrma, tomo una decisión. 

Les dejaría los pollos a sus amigos, quizás si se los llevaba la tristeza les regresaría. Además ya se habían ido Uno y Tres, quizás necesitaban una casa más amplia con dos jardines como lo era la casa su tío Víctor.

“¿Nos los podemos quedar mama?” – pregunto Hugo

“Bueno, pues creo que si” – contesto Yrma.

Se despidieron esa noche con la promesa de Lorenzo de regresar para echar un vistazo a sus ex-mascotas. Cuando ya hubo subido a la camioneta, mientras Graciela aseguraba a la pequeña Micaela en el asiento para el bebe, le dijo bajito a Yrma.

“Yrmita, para que los pollitos te duren ten cuidado con las puertas”.

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