lunes, 24 de octubre de 2011

La busqueda

María Jesús Sotelo Vilcapoma nació un 25 de diciembre en algún lugar al norte de Lima, no tenia papa pero su mama Donata y su abuelita Victoria eran suficientes, creció en la pobreza pero fue feliz. Hasta el trágico día en el que su mama cayo de las escaleras del altillo de su casa, tenía 6 meses de embarazo, ni su mama ni el hermanito que ella tanto esperaba sobrevivieron.
Victoria no podía cuidar a María y trabajar al mismo tiempo por lo que se decidió que iría a vivir con su tía Rosa Adela. Ella tenía una chacra en la Sierra y todos pensaron que le haría bien a la pequeña María - que no sabía ni leer, ni escribir - crecer dentro de una familia y quizás aprender algún oficio.
Llego a la casa de Adela y conoció a sus primos Rosa y Víctor Raúl – en honor al líder aprista, muy popular por esos años – ella tenía la ilusión de encontrar el calor de un hogar, el amor de una mama y de unos hermanitos pero todo estaba muy lejos de ser así.
Sin saber bien porque, el corazón de la Tía Rosa Adela estaba podrido, no hacia más que abusar de María encargándole todo el trabajo de la granja y la chacra. La niña tenía que levantarse a las 5 de la mañana, alimentar a los animales, trabajar en la chacra y regresar para atender la casa, poco a poco fue entendiendo que más que la prima o la sobrina era la criada y una que no recibía sueldos, solo golpes. Rosa Adela tenía predilección por golpearla cobardemente en la cabeza, no tenia quien la defienda en ese maldito lugar que ella había esperado que se pareciera a un hogar.
Su abuelito Luis era el único que la visitaba esporádicamente y se daba cuenta a duras penas de los maltratos que la niña recibía, pero dentro de su pobreza – y quizás su ignorancia - no tenia forma de sacarla de ahí.
Una tarde mientras jugaban en el establo con los animales, los primos de María le propusieron jugar a las escondidas, María se escondió detrás de las tablas que rodeaban a unos caballos que criaban ahí, asomaba su cabeza entre las tablas y esperaba a que su prima Rosa se cansara de buscarla a ella y a su primo, de pronto vio aparecer una tabla que venía directo a su rostro, sintió la madera áspera y el clavo impactar contra su ojo, fue tal la conmoción que perdió el conocimiento.
Cuando despertó estaba echada en el catre que tenia por cama, a su lado estaba su abuelito, cuando se incorporo solo atino a abrazarlo fuerte.
Abuelito sácame de aquí por favor, llévame contigo, yo puedo trabajar – le decía entre lagrimas.
No puedo hijita, no puedo – le contestaba impotente.
Nunca supo si fue adrede o un accidente que su prima la haya agredido de esa manera, tampoco le pidió disculpas, solo de ella recibió indiferencia. Al final comprendió que de nada le valían las disculpas o perdones, había perdido el ojo por completo.
Pero algo había cambiado en la pequeña María, una fuerza estaba creciendo dentro de ella, no era revancha u odio, solo quería salir de allí y acabar con toda esa pesadilla que estaba viviendo. Tenía 12 años, sabía hacer todas las cosas de la casa. Decidió entonces que quizás escapando de ahí podría llegar a una casa donde pudiera trabajar y encontrar una familia, esa que ahí no tenía.
Se despertó el día de su escape, hizo las cosas como siempre, fue al campo donde tenía que segar algunas plantas y recogerlas, pero en vez de eso se fue por el camino que la trajo hasta ahí, corrió y corrió hasta que el aliento se le fue. Se detuvo por momentos para comer un pan que había tomado de la casa de su Tía y sigo corriendo, conforme pasaban las horas se daba cuenta que ya se habrían enterado de que se había escapado. Pensó en su abuelito, en la única persona que la quería, pero no podía ayudarla. Pensó en su mama y en su hermanito.
No tenía miedo, más miedo tenía de quedarse que de huir, no sabía que iba a encontrar pero sabía lo que quería encontrar.
Llego a un pueblito, solo era una pequeña plaza rodeada de casitas de adobe, todas estaban cerradas menos una, la dueña de la casa barría la vereda, al ver a María sudada y colorada de tanto correr le dio lastima, le dio un vaso de refresco mientras conversaba con ella.
Me he escapado de mi casa, mi tía me pega y me hace trabajar mucho – le contaba.
Te puedes quedar aquí solo por hoy, mañana temprano te tienes que ir. – Para María esa noche era suficiente para recuperarse.
Conoció al esposo y a los hijos de esa buena señora, ayudo a servir la comida y lavo los platos en agradecimiento, no se sentó a la mesa pero comió abundante de un plato que le convidaron. A la mañana siguiente se levanto y barrió la casa, al ver lo hacendosa que era la señora le dio de desayunar y le regalo 3 soles, lo que era un montón de plata en esos tiempos. Con el estomago y los bolsillos llenos, María partió.
Siendo analfabeta María creyó que lo único que podría hacer era ayudar en casas, limpiar, cocinar. Es así que llego a la casa de Rosenda Samaniego, una mujer sin hijos que tenía unas chacras grandes, con peones  que su esposo dirigía con gran eficiencia.
El Sr. Samaniego no quería a María, tenía la estúpida idea de que una mujer con un solo ojo traería mala suerte para la cosecha y su negocio, así que le pidió a uno de los peones que ni bien tuviera oportunidad - en las veces en las que María les llevaba la comida a la chacra – la tirara en una de las zanjas profundas que cavaban para el regadío.
María era una jovencita pequeña siempre con el pelo recogido que dejaba ver su amplia frente y su piel trigueña, esa tarde llevaba el refresco para el señor, se encontró con el peón que la había visto limpiando la casa o trayendo las cosas del mercado, era un buen hombre así que en vez de agredirla le dijo:
Chica porque mejor no te vas para Lima acá el señor no te quiere, me ha dicho que te bote a la zanja, mejor vete. – le dijo mientras le extendía la mano callosa, en ella le daba 5 soles. – Averigua por donde queda la estación de buses y tomate uno para Lima.
María regreso a la casa de Rosenda, recogió sus cosas y preguntando llego a la estación de buses, con los 5 soles y un dinero que tenia por su trabajo fue a comprar un pasaje para Lima.
Mientras hacia la cola para comprar el boleto de bus una señorita la miraba, llevaba una falda marrón, una blusa clara y zapatos negros llenos de polvo, a diferencia de las ropas humildes de María esta señorita se veía “de bien”.
¿A dónde te vas? - le pregunto.
A lima, voy a buscar trabajo
¿De qué?
Ayudando en las casas – le contestaba mientras con una mano se secaba el sudor por el sol de ese mediodía.
¿No quieres trabajar en mi casa? Soy maestra, vivo con mi hermana y mi mama en Lima, somos solo las tres necesitamos que alguien nos dé una manito. Si aceptas te compro tu pasaje.
María acepto, cuando estaban a punto de subir al bus una señora conocida de su Tía Rosa Adela la reconoció y le dijo que la acusaría con su tía para que regresen a su chacra, porque ella aun era menor de edad y no podía hacer lo que quisiera.
Sintió miedo pero siguió adelante, felizmente no paso nada y llegaron con la profesora a Lima.
Efectivamente “la niña” Marcela vivía con su mama y su otra hermana, una regordeta ociosa que lo único que hacía era escuchar la radionovela todo el santo día. María hacia de todo, le pagaban poco y no recibía un trato humano, llego a pensar que ella era menos considerada que el perro chusco que tenían como mascota.
La gota que rebalsó el vaso fue una vez en que la señora y las hermanas se fueron de viaje, no le habían pagado aun y la única comida que le habían dejado eran restos nauseabundos de menestras. María aun recuerda la telaraña verde que las cubría y el hecho de que aun así se las tuvo que comer porque no había más y se moría de hambre. El caldo de huesos de pescado que le daban a veces de almuerzo sabía mejor.
Cuando regresaron del viaje María les salió al fresco, les dijo que ella era una persona y que merecía respeto, que no era posible que la trataran peor que a un animal. Madre e hijas la miraban estupefactas, sin decir nada.
Al día siguiente mientras lavaba los platos en el patio escucho una voz, era la vecina de al lado que había escuchado sus reclamos.
Si no te gusta cómo te tratan vente a mi casa – le ofreció.
María acepto de inmediato.
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Estaba barriendo la entrada de la casa cuando sintió que un hombre la miraba, era alto parecía un “dandy” bien vestido, de apariencia seria. Le decían Valdez.
¿Cholita tu trabajas acá? – le pregunto
Si, ¿que quiere? – le contesto desconfiada.
Lo que pasa es que yo tengo un amigo, que se acaba de mudar acá a la Victoria, se ha comprado una casa tiene dos hijas chicas y su esposa es joven, necesita una chica así como tú que la ayude y le sirva de compañía. María decidió probar y diciéndole a su actual patrona que iría a ver unos familiares acepto la propuesta.
Es así como conoció a Julio Ortiz, este la llevo a su casa. Era un lugar precioso, las paredes todas blancas con una entrada precedida de un gran jardín, al fondo una puerta de fierro era rodeada de ventanas decoradas con formas barrocas.
Ni bien entro vio a una mujer joven, sentada en la alfombra jugando con dos niñas.
Buenas tardes yo soy Angélica la esposa del señor,  estas son mis hijas Gloria y Elena – le decía mientras le esbozaba una sonrisa.
María sintió a esa mujer altiva pero sencilla, no la miraba como una empleada sino como una persona.
Estas muy sucia te tienes que bañar – Le decía mientras María la miraba con ojos extrañados.
Angélica la llevo al baño de la casa, tenía una gran bañera donde había puesto agua tibia, María se sumergió y sintió el jaboncito que la señora pasaba por los brazos, la espalda. Con un poco de shampoo empezó a lavarle el cabello. Hacía años que nadie le lavaba el cabello, que bien se sentía.
La señora se dio cuenta de las marcas de los golpes en su cabeza y sintió pena por la muchacha. Termino de bañarla, la seco y le dio de comer.
Mañana empiezas a trabajar, a mi me gusta cocinar, así que tú te encargaras de lavar, limpiar la casa y jugar con mis hijas  – le decía mientras le servía un tazón con leche.
Si señora – alcanzo a decir antes de tomarse la leche como si hace mucho no la hubiera saboreado.
Esa noche después de conversar horas con Angélica se acostó en un catre y abrigada durmió a pierna suelta. Quizás intuía lo que el futuro iba a confirmar, nunca más iba a ser tratada como en el pasado, nunca más como un infrahumano, nunca más golpes ni insultos. Había recuperado lo que una vez perdió, había encontrado una familia.

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