domingo, 6 de diciembre de 2015

El mejor regalo

Hola, si visitabas este blog, para leer mis historias te cuento que estoy haciendo una maestría - he ahi el detalle de que no haya posteado nada en un buen tiempo.

Ya se acerca navidad y año nuevo, si te gustaron algunas de mis historias, nada mejor que regalarme tu opinión, te dejo esta pequeña encuesta.



Un abrazo gigante :)

sábado, 20 de diciembre de 2014

¿Vale todo?

Es bien sabido que el deporte, ya sea que se practique por salud, hobbie o de manera profesional, no solo es una mezcla de actitud física sino también – y a veces más importante aún – de estrategia; y como otras actividades que desarrollamos en nuestra vida muchas veces nos pone frente a situaciones límite: embocar el balón en el arco, la pelota en la canasta o derrotar al oponente en un ring de box.

Pero, ¿hasta donde debemos llegar para conseguir nuestro objetivo? ¿Existen criterios éticos para alcanzar la satisfacción que provoca el triunfo?


Esta es la pregunta que genera la nueva publicidad de Puma, donde enfatiza liberar ese lado animal que todos tenemos y colocarlo a disposición, cuando sea necesario, si es que queremos lograr nuestros objetivos.

Me vienen a la mente situaciones como las “mordidas” de Luis Suarez o Mike Tyson, o la vez en la que mi profesor de Muay Thai impidió que dos oponentes se subieran al ring porque sabía que uno de ellos estaba en desventaja física respecto al otro.

Es curioso como en el deporte se permiten – y se alientan - estos distanciamientos de la razón, la principal diferencia entre los seres humanos y los demás animales. Y llama la atención porque muchas veces los fanáticos y seguidores dejan salir ese lado instintivo cuando quieren defender a sus equipos del rival con consecuencias muchas veces nefastas.

¿‘Loco’ David y ‘Cholo’ Payet dejaron salir su instinto al lanzar del palco a Walter Oyarce? Si habláramos de dos fieras intentando demostrar supremacía sobre otra pensaríamos: es la ley de la naturaleza. Definitivamente creo que nadie querría ir a un estadio donde impere dicha ley.

Quizás el publicista que ideó esta campaña no pensó en la cadena de acontecimientos que puede inducir manifiestos tales, que puede ir desde planear un ardid inofensivo para engañar al rival hasta “plancharlo” en un partido de futbol hiriéndolo seriamente.

Creo que lo estimulante de ver y vivir el deporte es justamente ganar con juego limpio y sobre todo saber perder. Presenciar ese esfuerzo físico y mental con una base ética y moral de respeto por el otro, porque si cosificamos al oponente como un mero medio para ganar a costa de lo que sea, estaremos más cerca de los primates que de ser reconocidos en la afición que practiquemos o disfrutemos. La historia nos demuestra que no nos hará mejores.

Me quedo con un extracto de la entrevista que le hicieron a Linda Lecca – Peruana campeona mundial de boxeo en peso súper-mosca – cuando le preguntan en que siente haber crecido: “Mi entrenador dice que he dejado de ser tan impulsiva. Que los golpes se dan pero también se piensan”.

Nota: Esta columna la escribí para el curso de Etica en la Maestría de Marketing que estoy llevando :o).

miércoles, 3 de julio de 2013

The Debt

John Madden, Estados Unidos 2011

“La mentira tiene patas cortas” se podría decir que en esta historia tiene unas muy largas. Tres agentes del Mossad – una de las principales agencias de inteligencia de Israel – forman parte de un plan para detener y llevar a juicio al “Cirujano de Birkenau”  Dieter Vogel (Jesper Christensen, The Help). 

El plan – a todas luces - resulta ser un éxito, sin embargo con el pasar del tiempo se develará lo que realmente ocurrió entre estos agentes y su prisionero, así como el impacto de las decisiones tomadas 30 años atrás.

Como en el caso de “La muerte y ladoncella” la relación captor-prisionero requiere que el primero tenga un manejo de las emociones propias, que imagino generan tener a alguien cautivo, entiéndase la fuerza de ser el dueño literal de la vida y la libertad del otro.

Es a este remolino de sentimientos a los que tienen que enfrentarse Rachel Singer, Stephan Gold y David Peretz - interpretados por Jessica Chastain (The Help), Marton Csokas (The Lord of the Rings) y Sam Worthington (Avatar) respectivamente – y sumarle ademas, toda la química producida por la convivencia, complicidad y confianza que surge entre estos espías jóvenes.

Helen Mirren (Hitchcock), Tom Wilkinson (Michael Clayton) y Ciaran Hinds (Harry Potter y las reliquias de la muerte) interpretaran a unos añejos Rachel, Stephan y David que intentaran, por todos los medios posibles, evitar que esa misión los persiga lo que les quede de vida.

Un thriller que te mantiene “al filo de la silla”, a pesar de ser el remake de "Ha-Hov" (2007),  que dista mucho de las tramas convencionales a los que nos tiene acostumbrado Hollywood.

sábado, 29 de junio de 2013

Los Marziano

Ana Katz, Argentina 2011

¿Quién no ha tenido un hermano oveja negra?  Conocemos uno,  tenemos uno o somos nosotros el lunar de la familia.

Ese hermano que no sigue la ruta esperada, que no reacciona como quisiéramos, que no apoya en las cosas como nos gustaría, que nos deja con todo, que nos trae problemas, que nos jode con cierta – o harta - regularidad. Que nuestros padres aún apoyan aunque sean unos viejos y que a veces toca apoyar cuando los padres ya no están o ya no pueden.

El universo de los hermanos es tan único como el vínculo del amor con la pareja, del amor de los padres o hacia los hijos. Y si realmente es profundo y complejo lo más probable es que en algún momento haya un choque, una fricción.

Lo que nunca va a cambiar es el lazo de afecto que los une. Aunque existen casos en que esa semilla nunca se riega – o se maltrata - y termina muriéndose – o pudriéndose - en la indiferencia, el odio o el rencor en el peor de los casos; con los hermanos, como en la naturaleza, el fruto siempre depende de la semilla.

Los Marziano es una historia de hermanos, contada bien de cerca por Ana y Daniel Katz. La trama gira alrededor Luis y Juan, que por esas cosas de la vida – o de la plata – rompen los palitos del amor fraterno y se distancian provocando un cisma en la familia que Delfina, la hermana de ambos, intentara solucionar junto a Nena la esposa de Luis.

Si de elenco se trata, esta película tiene uno muy bueno, provocando una sinergia interesante con el guión en general. Arturo Puig (el papa de Grande Pa’) encarna al introvertido Juan, mientras que Guillermo Francella le da vida al tierno – e inconsistente – Juan Marziano. La primera actriz argentina Rita Cortese es la conciliadora Delfina, cerrando los protagónicos con Mercedes Moran en el papel de Nena.

Una comedia con sabor a drama que te deja pensando, sobretodo si has tenido la dicha – o puntos suspensivos – de tener hermanos.

viernes, 28 de junio de 2013

Canino (Kynódontas)

Giorgos Lanthimos, Grecia 2009

Me costo mucho encontrarla, finalmente la vi en internet, como casi todas las películas que nunca llegan a la cartelera.

La película trata sobre una familia de estructura convencional, funcional. Padre, madre, 3 hijos. Poco a poco se va mostrando la dinámica peculiar que los envuelve, los chicos no salen de la casa, su horizonte termina en la cerca que la rodea.

En un primer momento parece que tuvieran cierto retraso mental, por ciertas actitudes infantiles que no conversan con su edad. Pero en realidad sus padres los han confinado a un agazapado encierro, no solo están limitados en su libertad física sino en su conocimiento, en la búsqueda – quizás - de que no sean contaminados con la sociedad y todos sus matices.

Pero como el ser humano es por naturaleza indomable, conforme van creciendo los chicos intentan explicar y buscar respuestas propias a sus cambios, necesidades, expectativas y deseos; también a lo poco que pueden ver del exterior, como los aviones y las aves.

El padre, a su modo, trata de amainar las interrogantes que van apareciendo, imparables. Argumenta que solo podrán salir cuando pierdan los caninos, esta condición sin saberlo será quizás el inicio del fin de su extraño método de crianza.

martes, 4 de junio de 2013

Quiquiriquí

Mi aversión hacia los plumíferos no tiene un origen claro, quizás se remonte a mi niñez donde recuerdo difusamente las imágenes de un enorme gallo que se comía a un pobre hombre en alguna serie de ciencia ficción de los 80s.

La siguiente interacción que recuerdo la tuve a los 5 o 6 años con las mascotas de mi amiguita Eli, su familia era de la selva así que siempre tenia animales en casa: gatos, conejos, monos, - no se porque nunca un perro – pollitos y loros. 

No se si fui yo o si lo sentí muy cerquita pero si mi memoria no me falla alguno de los pollitos murió aplastado, lo único que me quedo grabado fue lo suavecitos que eran, jamás me atreví a mirar. Con los loritos la historia fue diferente, estos eran más ariscos y más de una vez mis dedos sintieron la dureza de su pico cuando quería prodigarle alguna caricia, quizás atraída por lo llamativo de su plumaje verde o rojo intensos.

Luego vino “Pato”, mi papa lo trajo del mercado para que fuera mi mascota – al menos eso creía yo – era muy mansito y tenia un problema estomacal porque cagaba todo el día, no se si es una característica propia de las aves pero aparte de la agresividad de algunas, la suavidad de otras, sus temas diarreicos hacia que me gustasen menos, aunque a “Pato” le permitía todo.

Paso un tiempo y creció, convirtiéndose en un pato adulto. Un domingo regresando de acompañar a mi mama de visitar a una amiga suya, me di cuenta que el animalito no estaba; Mi papa había preparado arroz con pato. Al principio lo extrañe y la comida me supo a suela  - por un buen tiempo – pero luego olvide mis vivencias con el buen animalito.

Crecí, me convertí en una adolescente, entre a la universidad y en la biblioteca podíamos sacar películas independientes o lejanas a las típicas comerciales que se presentaban en los cines limeños, así fue como pude ver “Los pájaros” de Alfred  Hitchcock, creo que ese fue el toque final de mi incomodidad – casi fobia - hacia ellos. Sin contar los cuervos que abundaban en la universidad y que comían la carne que los alumnos dejaban en sus bandejas; no los quería ni cerquita, pero la vida me volvería unir a ellos algunas veces más.

Deje la universidad, comencé a trabajar y me mude. Mi primer departamento tenia una ventana en la habitación por donde entraba la luz del sol, el viento frio del invierno y también los sonidos molestos de sendas palomas que no habían encontrado mejor lugar para dormir, parlotear y aparearse que la única vista que tenia al despertar. La única solución que encontré fue mantener siempre las ventanas cerradas. Ayudó el hecho de que a mi primer chico se le ocurriera enseñarme de cerquita a una de esas palomitas, pude ver que debajo de las plumas tenían miles de animalitos, quizás por ese motivo cada vez que me cruzo con una bandada prefiero alejarme, de la sola idea de que uno de esos me caiga encima y le guste lo suficiente para quedarse a vivir en algún rincón de mi cuerpo.

Uno de los primeros viajes que realice luego de irme a vivir sola fue a Tarapoto, un grupo de amigos y yo decidimos visitar un lugar conocido como la Laguna Azul, de azul no tenia nada, sin embargo era un lugar muy tranquilo; hasta que llego la hora del almuerzo.

Una pandilla de polluelos se acerco a nuestras mesas y empezó a piar, sentía sus plumas rozar mis piernas y veía sus cuellos pelados y violáceos, de mas esta decir que el apetito se me fue, literalmente, volando.

Justo antes de cambiar de trabajo viaje con mi familia a Camana, una playa cerca a Arequipa, en esa época andaba muy disciplinada con el jogging así que todas las mañanas salía a correr. Al segundo día, a lo lejos, note una bandada de gallinazos y junto a ellos un bulto que parecía un costal.

Con cautela avance sin bajar la velocidad pero alejándome del grupúsculo negro-gris, a pesar de ello no pude evitar voltear a ver, un lobo marino estaba muerto en la orilla y estos horribles pajarracos se lo estaban comiendo, peleándose por arrancar un pellejo de mas. No pude evitar recordar la obra de Ribeyro “Gallinazos sin plumas” y tampoco pude dejar de correr rápido para perderlos de vista.

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El departamento en donde vivo esta dentro de una quinta, y la gente que vive alrededor tiene costumbres, digamos peculiares.

Algunos les da por poner música fuerte, que inunda todas las casas aledañas, ver partidos de futbol con la puerta abierta, muchos de ellos son personas mayores con hijos ya grandes. Una de estas parejas comenzó a arreglar su casa para ponerla en alquiler, al parecer habían encontrado un departamento mucho mas pequeño que la casa donde criaron a los hijos.

Así pues llegaron los nuevos inquilinos, no me parecieron personas muy confiables, papa, mama y dos niños, era usual escucharlos discutir, por el desayuno, por la licuadora o por cualquier otro tema intrascendente. También eran tremendamente descuidados con la casa al punto de usar una bolsa plástica de cortina. Semanas después de su llegada pude notar una caja colocada estratégicamente en la puerta de la casa.

Al principio no le tome mucha importancia hasta que lo que había dentro comenzó a despertarme por las mañanas, por las madrugadas, a cualquier hora. Un gallo de plumas percudidas vivía en esa pequeña caja, su cresta - de rojo intenso – sobresalía de vez en cuando por el hueco que habían “acondicionado” para que pudiera respirar.

Siendo personas hurañas nadie les decía nada por lo ruidoso del animalito, a pesar de que cacareaba a cualquier hora. De vez en cuando lo sacaban de la caja o el se salía solo, así que me lo cruzaba al salir de mi casa o regresar. Algunos niños se asustaban porque el muy maldito saltaba amenazante. Yo trataba de pasar lo mas tranquila posible, a pesar de que la piel se me ponía de gallina, cuando lo veía con esos ojos de lunático cacareando y saltando por doquier.

Los nuevos vecinos no tardaron en ocasionar problemas, una mañana muy temprano escuche ruidos como de mudanza, y ese día – más tarde – ruidos de soplete. Resulto que no habían pagado la renta y la dueña había traído a alguien que sellara la casa para evitar – ya sin éxito porque estaba vacía – que los impagos regresaran por algún motivo. Se llevaron todo, hasta lo que no era de ellos, pero se olvidaron del pobre gallo, que quedo a la deriva dentro de las cuatro paredes del hongueado cartón que le servían como casa.

Sintiéndose abandonado el gallito comenzó con un comportamiento mucho mas errático, cacareaba fuerte y ronco todo el santo día. Debo confesar que de haber sido un gato o un perro, hubiese hecho algo por el, pero cada vez que pasaba saltaba y cacareaba descontroladamente como haciendo notar que aun estaba ahí.

Se acercaba la navidad y ese día había regresado temprano trayendo los víveres que nos habían regalado en el trabajo, estos venían en una maleta dentro de una caja. Con esfuerzo baje del taxi y la cargue hasta la entrada.

Grande fue mi sorpresa cuando vi que el bendito se había salido y andaba como “Pedro por su casa”. No me quedo otra que cargar nuevamente la caja y avanzar lo más rápido posible. Una de las vecinas, quizás conmovida por el desolado animalito, le estaba alcanzando maíz partido y el muy jijuna reclamaba mas comida saltando para meterse en su casa.

Paso navidad, se acercaba año nuevo y por esos días me puse a pensar en el ruido de los fuegos artificiales de fin de año y como alteran estos a los animales. Ya en la playa, la ultima noche del año, me acorde del gallo y me dio lastima pensar en lo asustado que estaría por los ruidos y el horroroso olor a pólvora que invade el ambiente pasada la medianoche.

Al regresar, el 2 de enero, la caja estaba vacía. No había rastro del gallo por ningún lado, pensé que quizás aquella solidaria vecina no había hecho más que imitar a la bruja de Hansel y Gretel y engordar a su presa para sacrificarla en año nuevo. Lo unico que desee es que lo hubieran embriagado bien para que su paso al mas allá haya sido lo menos doloroso posible.

Cuando se lo conte a mi mama me dijo que la carne de gallo era muy dura, sin embargo algunas personas la consumían porque tenian ciertas “propiedades” jamás verificadas, y que – por salud mental – no quise conocer al detalle.

Lo extraño fue que, contra todo pronostico y durante varias semanas me inundo una nostalgia – que aunque superficial – me hizo imaginar más de una vez, más de un quiquiriquí.


domingo, 3 de febrero de 2013

Todos vuelven


Las veces en las que pienso en la vejez pienso en mis padres, en lo que quiero para ellos; y como poco a poco nuestros roles se invertirán irremediablemente. También pienso en mis abuelos. 

Mi abuelita Linda falleció de viejita, ya no veía y tampoco escuchaba. Debo confesar que si bien su partida me entristeció, mas me apenó ver a mi papa tan quebrado. No la había visto en años y tampoco la vi cuando la velaron ni enterraron; preferí recordarla como esa señora de pelo muy blanco que tan cariñosamente me cargaba de aquí para allá, cuando apenas tenia unos meses de nacida. Dicen que, como no veía, caminaba cogiéndose de las paredes; intentando, hasta que las fuerzas se lo permitieron, mantener su independencia. 

Mi tío Julio Ever, el primogenito de mi abuelo Julio Ortiz, nunca gozó de la bonanza económica del papa; sin embargo, eso no impidió que llegara a ser el médico que siempre soñó. No lo paraba ni la noche, salía a la calle con sus libros de medicina a estudiar bajo la luz de los postes porque en su casa habían solo velas que lo dejarían ciego. Para suerte de ambos encontró en Mamita – mi abuela materna – a una hermana más que una madrastra; y, para suerte nuestra, vio en mi mamá a una hermana menor a la que siempre aconsejó. 

Me convertí en la espectadora esporádica de cómo, poco a poco, la leucemia se lo llevó. Aquel hombre fuerte y siempre sonriente se fue convirtiendo en un niño indefenso. Aún recuerdo cuando me dieron la noticia de que ya se había ido. Estaba en mi cama estudiando para mi examen de Teología de la universidad. Llore poco; pero me quede largo rato pensando en si había sido lo mejor para el, para un médico que sabia el significado de las respuestas de su cuerpo a un tratamiento que no hacia efecto. Recuerdo a mi abuela preocupada, sin saber como ir vestida a su velorio; mi mamá temía mucho por su salud cuando recibiera la noticia. Mamita ya tenia problemas de circulación en las piernas, mi mamá la tranquilizó diciéndole que no habría ningún problema si iba con la pierna vendada. 

A Mamita no le gustaban los hospitales. Así se lo hacia saber a mi hermana cuando ella la llevaba; las veces en las que presentaba problemas cardíacos o de la mala circulación que finalmente se la llevó. Literalmente, hasta el ultimo día de su vida fue una mujer independiente: Mama de 3, Madrina de como 20, separada, costurera, casera y cocinera; mi abuela fue el engranaje principal de su casa. Siempre lúcida era realmente lo que se conoce como un “pan de Dios”. 

Sin embargo, esta virtud cambió radicalmente cuando la operaron del corazón. Quizás, la experiencia de ser abierta "como un pollo" - como me decía cuando me enseñaba su cicatriz - la endureció un poco, la hizo mas "achorada". Siguió siendo la misma abuelita engreidora y preocupada por todos, pero ya no se dejaba pisar el poncho por nadie.

Dos infartos más y continuó de pie (el tercero, que decían la mataría nunca llegó), a veces regresando al hospital que tanto odiaba; pero siempre volviendo mas fuerte que nunca. Cuando la obstrucción de las venas de su pierna la mandó a la cama, sus hijos y nietos comenzamos a pensar que quizás serían “chocherias de viejita”. 

Lamentablemente no fue así, junto a la mala circulación y sus efectos; comenzó a impacientarse. De repente incómoda por no poder cambiar su realidad por medios propios y hacer las cosas a su manera. Le empezó a molestar papa Miranda y los cachineros que ya se acomodaban en la puerta de su casa. Se puso de pie; sacándole la vuelta a las venas y arterias obstruidas, pero las malditas avanzaron silenciosas. Hasta que la trombosis la asaltó un día y se la llevó, lo único que agradezco es que se la haya llevado dormida. 

Papa Miranda, un hombre que se curó del alcoholismo por sus propios medios, fue el segundo esposo de Mamita; hasta que la muerte los separo. Jubilado, aún lo recuerdo sentado todos los días leyendo El Comercio, en aquel sillón liso y marrón de la sala de piso a cuadritos en la que vivía con mi abuela. Era grandote y gordito, de una circunferencia abdominal importante  - al menos así lo recordaba de niña -. Conforme fui creciendo, como es natural, me fui dando cuenta que en realidad no lo era tanto. 

Siempre me llamó la atención: su escaso pelo, duro como un cepillo, que peinaba todos los días echándole jugo de limón; la radio del año de la pera, que tenía junto a su cama y que funcionaba perfectamente; el velador que soportaba dicha radio, y que parecía que nunca se había abierto, desatando locas pasiones en mi curiosa niñez sólo por saber que había ahí y, por último, el olor que nunca más he vuelto a sentir y que provenía de su enorme y macizo ropero. Un olor que reconozco como: "olor de viejito".

Papa Miranda gozó siempre de una envidiable salud. Hasta que un día, mientras regresaba de cobrar su pensión, un “choro” de esos que pululaban por las calles de Antonio Bazo y alrededores decidió que quería ser propietario de su lata grandota de café Kirma, – lata que papa Miranda religiosamente compraba todos los meses y que tomaba, también religiosamente, en su enorme taza de metal blanco – Julio Miranda opuso férrea resistencia; hasta que las fuerzas lo abandonaron. Cayó entonces como un gladiador en pleno coliseo y cedió el preciado trofeo al choro que se fue corriendo. 

Caminó hasta su casa, como siempre lo hacía; cuando llegó no pudo más con el dolor. Vicente – el albañil que pensionó por años en casa de mi abuela – lo ayudó a subir a un taxi que lo llevaría al hospital. Nunca más salió a comprar su lata de Kirma, su cadera lastimada nunca quedo bien y usó hasta el ultimo día de su vida un bastón - primero de metal, luego de madera -. En los años siguientes su salud decayó, no solo la física sino también comenzó a tener lagunas mentales; como casi todo en la vida pasa por algo, papa Miranda nunca supo concientemente que su compañera de toda la vida, Mamita, había fallecido. 

Debo reconocer que no lo iba a visitar seguido, solo mi mamá se encargaba de ver por el y por Maria, la señora que había trabajado para la Mamita desde muy joven. Como ya no se pudo dar abasto, finalmente separó a los viejos y cada quien se fue a vivir con sus hijos: Miranda con su hijo Oscar y Maria con su hija Sonia. 

Recuerdo el día en que recibí la noticia de su muerte; ese día había encontrado un departamento para irme a vivir sola. Mi tía Magda llamó a la casa y en el tono lloroso de su voz percibí una pésima noticia. Cuando llegué - con mi mama - a la casa de mi Tío Oscar lo encontramos sentadito; como la muerte lo había encontrado. Estaba solo - como dormido - sobre el sillón marrón de siempre, comiendo una parrillada y con las ventanas abiertas de par en par; entraba un aire muy fresco. 

Siempre me hacía la misma pregunta: “Y la negrita?” la negra era mi abuela, yo solo atinaba a decir: 

“En el hospital, ya va a venir Papa Miranda”. 

A Vicente lo conocí desde que tuve uso de razón. Siempre con su pantalón plomo, una camisa blanca y sencilla, y una chompa en cuello V de color verde; tenia las manos y los brazos muy venosos y la piel de un color cobre muy oscuro. Se aparecía todos los días – a excepción de los domingos – a almorzar en casa de Mamita. 

Con el pasar del tiempo pasó a formar parte de la familia; así fue como, alguna vez, fuimos con mi hermana y mi mama a una pollada realizada por su familia. Siempre me pareció que Vicente era un hombre solitario y sin hijos; quizás por ese motivo duró tantos años como pensionista, aún cuando mi abuela ya no cocinaba para nadie por dinero. 

Lo vi quebrarse el día que Mamita falleció; lo último que supe de el fue que ya no trabajaba ni de maestro de obra ni de albañil, al parecer había sufrido un accidente. Como ya no había quien decidiera el menú o preparara la lista de compras no fue más a la casa de Mamita; así fue como le perdimos el rastro. Si aún esta entre nosotros, debe ser un señor muy mayor y espero que donde este tenga mucha tranquilidad y paz. 

Maria comenzó a trabajar con Mamita desde muy joven y la acompaño hasta el final; juntas eran como Batman y Robin. A pesar de que tiene un solo ojo - perdió el otro cuando era una niña - y problemas en sus piernas, es una viejita muy lúcida y con una extraordinaria memoria. Aún me sorprende la forma en la que yo necesito mi celular para recordar los números, mientras ella los tiene registrados en su memoria interminable y a veces fantasiosa. 

A pesar de su niñez huérfana y triste, la considero una mujer muy determinada y que tiene la suerte de tener lo que yo considero una vejez sosegada; a pesar de la humildad de su realidad. Si bien - luego de la muerte de mi abuela - las cosas fueron duras para ella, ahora vive con su hija y sus nietos, que si bien a veces la joden – como todo nieto en este mundo tiene que joder, en pequeñas dosis – también llenan su vida de compañía, de risas y satisfacciones. 

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Me esguince el tobillo hace un par de semanas y en mis días inútiles de convalecencia me puse a ver varias películas. Dos de ellas “A separation” (Iran) y “Amour” (Francia) tocan el tema de los párrafos anteriores: la vejez, la enfermedad, la muerte, la familia y como todo esto se mueve en una constelación a veces triste, difícil, cuestionadora. 

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“A separation” 

Nader y Simin tienen una hija y están planificando irse a los Estados Unidos en busca de mejorar su futuro; sin embargo, los planes de Nader cambian cuando su padre es diagnosticado con la enfermedad de Alzheimer. Ahora no es tan sencillo tomar la decisión de dejarlo y Simin cree que lo mejor para su hija será llevársela consigo; aunque para ello sea necesaria la aprobación de su esposo y una inminente separación entre ambos.

La vida de la familia cambia radicalmente cuando Nader llega un dia del trabajo y no encuentra a la señora que cuidaba a su padre; al entrar en la habitación del anciano, lo encuentra en el piso desmayado con una muñeca amarrada a la cama.   

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“Amour” 


Anne y George son una pareja de músicos ya mayores que viven solos y felices en Paris, disfrutando de la música y de los conciertos de los exalumnos de Anne – quien también era profesora de piano – tenían una vida sosegada hasta que ella sufre un derrame cerebral que la deja con la mitad del cuerpo paralizado.

Le hace prometer a su esposo que nunca más la llevara a un hospital. Con esta promesa empieza un drama con final inesperado que muestra otra cara – ni mejor, ni peor – de esta, casi siempre, inminente realidad y de cómo cada ser humano la afronta a su manera única y especial.