miércoles, 14 de marzo de 2012

La Tia Isabel

Su asistente la encontró tirada en su sala, convulsionaba y botaba espuma por la boca. Armo tremendo escándalo de la impresión y quizás eso provoco la reacción inmediata de los vecinos del solar y la rápida llegada de los bomberos. La llevaron al Arzobispo Loayza y le hicieron un lavado de estomago que le salvo la vida, sin embargo quedo con un defecto en la voz permanente, por el daño en su faringe ocasionado por el veneno que había ingerido.

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Servando Pantoja encontró en Isabel la dulzura y la inocencia que le hacía falta a su vida luego de que su esposa Josefina falleciera, quizás su forma de ser afable y discreta ocasionaron que con el tiempo las hijas de Servando  - Las Pantoja - también la aceptaran.

A pesar de que había ganado un buen dinero gracias a su trabajo en una empresa cervecera, cuando Isabel llego a su vida la bonanza económica había acabado. Como solo contaba con su paupérrima pensión de jubilado decidieron irse a un pequeñísimo departamento en un solar ubicado cerca al puente Trujillo – donde hoy queda la Alameda Chabuca Granda.

La diferencia de edades entre los dos era grande y lo que empezó como una relación de marido y mujer poco a poco se transformo en un amor de padre e hija, Isabel lo cuidaba como un niño y lo llevaba y traía de los cumpleaños y de la tradicional Bajada de Reyes que la familia de el organizaba cada año.

Fue así, que Isabel hizo amistad con Angélica - sobrina de Servando - y con la hija de esta, Gloria. Con la primera compartían el oficio que las ayudaba a salir adelante, el corte y confección. Si bien era cierto Angélica – que también estaba jubilada – ya no trabajaba tanto en eso, Isabel si lo hacía a tiempo completo cosiendo vestidos de novia y demás trabajos que le encomendaban vecinos, amigos y conocidos.

Cuando Servando cumplió 90 años realizo una gran fiesta en casa de una de las hijas de este, ya no se podía parar sin ayuda y todos celebraban la vida del más longevo de los Pantoja.

Días después de la celebración, al levantarse temprano por la mañana, no le pareció raro que Servando siguiera durmiendo – de costado como era su costumbre. Se puso las chancletas, se aseo y preparo el desayuno para ambos. Antes avanzo en algo la costura de un pendiente que tenía que entregar al día siguiente. Ya listo el desayuno se dispuso a despertar a su “viejito” como le decía cariñosamente.

Luego de llamarlo innumerables veces y al no recibir respuesta se acerco y lo toco, estaba frio, la invadió una desesperación, un vacio que termino con sus propios gritos que hicieron levantar a los vecinos que corrieron a su casa. La ambulancia llego solo para certificar su muerte, su corazón simplemente dejo de latir.

El velorio fue sencillo, en casa de Perico - hermano de Angélica -, y el entierro fue en el cementerio el Ángel.

Hacía calor esa tarde y el negro que vestía toda la gente que ahí se congrego contrastaba con los nichos blancos y opacos. Chofi, la asistente de Isabel, siempre prudente había llevado agua, agua de azahar,  algodón y alcohol por si algo se ofreciese.

El momento más álgido, más duro de todos los entierros es cuando meten el ataúd en el nicho y este no fue la excepción.

“¡Llévame contigo Servando, viejito, mi viejito!” – lloraba mientras los cargadores hacían esfuerzos por qué no se les caiga el ataúd al suelo y Chofi intentaba evitar que Isabel se metiera al nicho.

La agarro y la contuvo hasta que el féretro estuvo completamente dentro, luego el encargado del cementerio puso una lapida que tapaba el hueco, era como si, con ese pedazo de concreto se pusiera una barrera entre ella y quien fue el compañero de casi toda su vida.

Procedió a pintar sobre él, la fecha de nacimiento y fecha de muerte – con la estrella y la palomita respectiva - sobre estos el nombre completo del tío Servando como Angélica lo conocía. A pesar de estar en un área abierta el ambiente se sentía pesado, tan pesado como un cuarto que hace mucho no se ha abierto.

Luego de eso Isabel tuvo que regresar a su vida normal, siguió trabajando con Chofi y recibía las visitas de Angélica y Gloria. Fue en esas visitas que ambas notaron algo raro en ella.

“¿Te gusta el espejo mamita?” – le dijo señalando el que estaba colgado a la entrada de su casa.

“Si hija, porque”

“Se lo regalo pues mamita, es que voy a viajar.”

Así Isabel empezó a regalar sus cosas. Primero fue el espejo, luego los artefactos de la cocina, la tele. Lo último que regalo fue una muñequita vestida de novia que había hecho en sus primeras clases de costura. Con este oficio había sacado adelante a sus hermanos menores en el norte, allá por Paijan. Estos ya se habían casado y formado sus propias familias.

Cuando hubo vendido casi todo, una noche sola en su departamento cogió una botella de gaseosa y se sirvió un vaso, entro a la cocina y a oscuras tanteo sobre la mesita el sobre de “Campeón” que había comprado en el mercado bajo el pretexto de matar a las ratas que en el solar abundaban por las noches, y que eran del tamaño de un gato.

Vacio una cantidad dentro del vaso lleno, lo removió bien con una cuchara y se lo tomo. Chofi la encontró minutos después, entro con la llave que la propia Isabel le había entregado y que se había olvidado pedir que se la regresara.

Resulta que nunca habían pagado alquiler en el solar – no había un solo documento que indicara que ella era la propietaria - y este iba a ser derrumbado para construir un edificio. Sin tener un lugar a donde ir y viéndose sola – sin salida – decidió acabar con su vida.

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Pero la vida, así caprichosa, extraña y sin sentido – como a veces es – no quería acabar con ella. Estuvo en el hospital varias semanas hasta que su aparato respiratorio y digestivo volvieran a permitirle seguir con una vida normal, lamentablemente le quedo un defecto de voz – un pitillo – de por vida.

Sin nada en su casa, recibió la ayuda de Angélica y su hija – así como de algunos vecinos y Chofi que fue incondicional - y de ese modo intento comenzar de nuevo. Como nadie le quiso recibir su vieja máquina de coser y aun la tenia decidió seguir haciendo lo que sabía para vivir, coser.

Fue así que una tarde, algunos meses después, fue a casa de su vecino y compadre para pedirle prestado el teléfono, este tenía visita, un hombre maduro más o menos de la edad de Isabel. Digamos que Cupido lo flecho a él, de modo que le pregunto quién era esa señora tan guapa y bien puesta que había entrado a su casa.

“Es mi comadre Isabel, es viuda, ¿Por qué?” – pregunto el vecino, entre intrigado y medio alcahuete.

Félix, decidió regresar casi todos los días hasta que Isabel volviera a pedir prestado el teléfono. Cuando se volvieron a encontrar decidió dar el primer paso.

“Discúlpeme pero quisiera conocerla, mire yo soy un hombre mayor y no la voy a cortejar como un jovencito pero mis intenciones son serias, le pido me permita conocerla un poco mas.” – le dijo ante la mirada atónita de Isabel que no pudo evitar que se le escapara un sonrisa nerviosa.

Así iniciaron una amistad que luego se transformo en una relación. Félix fue presentado a la familia política de Isabel en la última Bajada de Reyes que ella organizo en su casa. Frente a las Pantoja el expreso sus intenciones de casarse. Esto provoco que Victoria, Esperanza y Fortunata se llevaran enfurecidas el retrato de su padre que adornaba la sala de Isabel y que ella se había negado a regalar, dado que tenía puro valor sentimental.

No se opuso y dejo que se lo llevaran, entendió que quizás Servando estuviera donde estuviera aprobaría su relación, porque la quería bien, no podía ser de otra forma.

Se casaron en Paijan la tierra de Isabel, en una ceremonia tradicional que duro varios días, Gloria fue a verla y la vio radiante, bromista, feliz. Nunca más mencionaron el episodio en que quiso quitarse la vida.

Pasaron los meses y la pareja de recién casados se instalo en San Juan de Miraflores en una casa enorme y bonita, Félix era propietario de una fábrica de jeans que distribuía en Gamarra y demás emporios comerciales. Gloria fue a visitarla a su nueva casa junto con su cuñada Magda, almorzaron y conversaron largo rato con ella y su esposo, un hombre afable y alegre como ella.

Cuando se despidieron Magda y Gloria comenzaron a caminar por la calle de bajada que las llevaría a la avenida principal, cuando hubo caminado unos metros volteo y vio que Isabel las miraba por la ventana sonriente.

En su rostro se reflejaba la satisfacción – y la tranquilidad - porque la vida le había dado una nueva oportunidad, una que por poco no llega a disfrutar. 

2 comentarios:

  1. Se le presentó bastante complicada la vida, pero al final puede volver a sonreir.
    Me gustó la historia de la Tía Isabel pero creo que no me hubiera enganchado sino hubiera tenido una buena narrativa. Primera vez que veo tu blog, me parece bueno. Felicitaciones.

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  2. Que bueno que te haya gustado, gracias por comentar!

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