“Una piedra” – repetía en su cabeza.
Una piedra había ocasionado toda esta situación, la muerte de su hermana mayor y el hecho de que ahora su viudo la estuviera cortejando con el mayor desparpajo. La iba a esperar a la salida de su trabajo, la invitaba a almorzar, le regalaba flores, hasta le mandaba cajas de frutas a la casa de su mama en La Victoria. Por más que quería negar lo evidente era como tratar de tapar el sol con un dedo. Y no sabía ya como hacer para acabar con el problema de raíz, antes que las cosas llegaran a mayores.
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Auri había sido la segunda de los trece hijos de Julio Ortiz y por esas cosas de la genética era la más parecida físicamente a Gloria, a pesar de ser de diferente madre, quizás ahí radicaba la extraña fascinación de su viudo hacia ella.
Su nombre real era Elizabeth, el apodo de Auri lo tuvo desde la adolescencia. Su padre la había llevado junto a su hermano Julio Ever a la casa de la penúltima de sus esposas, Angélica. Esta mujer los había criado como si fueran hijos propios hasta que ambos culminaron sus carreras, ella educación y el medicina. La convivencia estrecho los lazos de hermandad entre los tres. La mama de Auri era chilena y la dejo al cuidado de su padre desde niña –la abandono.
Poco tiempo después de casarse con Gotardo se entero de que su abuela materna había venido a radicar a Perú, exactamente a la Punta. Decidió entonces proponerle vivir junto a su marido y ella en Lima. La cuido con dedicación, como si fuera la madre que la dejo.
Fue por ese motivo que no dudo en llevársela consigo cuando apareció la oportunidad de enseñar a los niños de un asentamiento minero allá por Mala. Su esposo la visitaría los fines de semana o con la frecuencia que su trabajo se lo permitiese.
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Aquella mañana se despertó muy temprano, aseo y preparo el desayuno de su abuela, que ya no podía valerse por sus propios medios y tenía que usar una silla de ruedas para movilizarse. Hablo con Gotardo por teléfono en el centro comunitario del asentamiento y le explico cual sería su estrategia durante la detonación de explosivos para abrir socavones en la mina. Se había dispuesto evacuar a toda la comunidad que ahí se había instalado, en un lugar alejado donde no corrieran ningún peligro.
“No te preocupes Gotardo yo voy a salir durante la evacuación y voy a dejar a la mamita bien resguardada, cuando termine todo regreso para darle de almorzar”
Cuando llego la hora de salir, llevo a su abuela a un rincón con techo y paredes de cemento, donde las rocas o algún vidrio trizado no podrían llegar. Así se reunió con los demás pobladores y se dirigieron a la zona de seguridad designada.
Pero el plan de detonación fallo y la espera para regresar se torno larga e incierta.
Pasaron las horas y Auri se comenzó a preocupar por su abuelita, quizás ya se había despertado y tendría hambre, recordó que había quedado algo de pan y queso del desayuno, quizás con eso en el estomago la ancianita podría aguantar unas rato más.
Decidio ir a su casa, a pesar de las recomendaciones de los demás pobladores que allí se encontraban. Lamentablemente no había personal de la mina. Quizás le hubieran impedido exponerse de esa manera por la razón o por la fuerza.
Camino sin mayor problema hasta la casa que le habían acondicionado, entro y su abuela aun no se había despertado. Preparo unos sanguches y se los dejo al alcance por si despertaba.
Escucho una lejana detonación pero – extrañamente - no le causo mayor sobresalto.
Se dirigió a la puerta, al abrirla sintió una conmoción, luego un calor – ardor – intensísimo en la espalda y luego todo se puso blanco, se desmayó. Una roca enorme había traspasado el techo de madera de la casa prefabricada y le había dado en la espalda.
Llamaron a Julio Ever, quien era su contacto en caso de emergencia – su hermano mayor-, aun antes que a su esposo. Este se comunico con Gotardo indicándole que había organizado todo para que la internaran en el hospital Dos de Mayo.
Si bien la roca no la había matado instantáneamente las probabilidades de que sobreviviera eran escasas. El golpe le había colapsado un pulmón, destrozado varias costillas y lo más grave era que su hígado estaba seriamente comprometido.
Gloria no alcanzo a verla con vida. Tenía con ella mucha más cercanía que con Eliana su hermana de padre y madre.
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Nada en este mundo haría que Gloria cambiara sus sentimientos hacia él. Gotardo no le llamaba en absoluto la atención y por sobre todas las cosas era el esposo de su hermana, además le parecía macabra la idea de que el motor de su atracción era su parecido con ella.
Decidió entonces contárselo todo a una buena amiga en el trabajo. Esta le aconsejo que a todas las invitaciones que él le hiciese la incluyera en el plan, quizás eso lo ahuyentaría.
Así lo hizo, al principio noto su molestia pero poco a poco cedió y siguió invitándola aun sabiendo que vendría con chaperona, decidió entonces ser más arriesgada y sugirió ir a ver una película los tres. Cuando llego la hora de la función Gloria no apareció.
Poco a poco las invitaciones de Gotardo fueron desapareciendo, ahora su amiga era la que le comentaba de sus salidas a almorzar, de las flores que le mandaba y de lo bueno que era – a pesar de no haberle caído tan bien al principio – Gloria se sintió aliviada porque había acabado con ese incomodo “asunto”.
Tiempo después su amiga y Gotardo se hicieron novios, se comprometieron y casaron. Gloria asistió a la ceremonia más por su amiga que por él.
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Años después dejo de frecuentarla y tuvo a la que sería la última de sus hijas, cuando ya tenía unos meses de edad se dio cuenta de que tenía un lunar en forma de mapa en el interior del muslo izquierdo, idéntico al que tenia Auri, en el mismo lugar y con la misma extraña forma.
Recordó entonces a su hermana, el tiempo que compartieron juntas, los dulces que escondían debajo de la cama en la que dormían y con los que se empachaban por las noches, la recordó y a pesar de que su final fue trágico y triste sonrió. Quizás un pedacito de ella la estaba mirando en ese mismo instante con los ojos abiertos de par en par.
Fin.
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