Nunca supe el motivo real por el cual mis padres me bautizaron, tampoco porque inmediatamente después de hacerlo recibí la comunión en aquella parroquia de esteras ubicada en un terreno de tierra al frente de la Avenida Universitaria en Comas.
Lo único que recuerdo de esos dos eventos fue la confesión con el padre norteamericano que ahí predicaba y la felicidad por mis nuevos padrinos Sonia – que es como mi segunda mama – y mi tío Oscar, aquel que me jalaba – cariñosamente - los cachetes hasta hacerme llorar.
De lo primero, la confesión, ahora la recuerdo con cierta desilusión porque pensé que mis “pecados” de niña de 12 años iban a ser duramente castigados, pero fue todo lo contrario. El padre solo me escuchaba – aunque creo que se estaba durmiendo – y me dio una penitencia que no recuerdo y que tampoco cumplí.
De mis padrinos solo con Sonia he mantenido una relación cercana a través del tiempo, y nunca fue de esas madrinas que te traen regalos y esas cosas, aunque siempre me trato con cariño maternal, y con eso me basto y sobro. Ahora que soy madrina de dos sobrinos he entendido esa responsabilidad a mi manera “especial” de ver las cosas. Siento que debo preocuparme mucho mas por ellos y de apoyarlos por el resto de sus vidas, aunque a veces frieguen y me demuestren que no tengo tanta paciencia con los niños.
Mi siguiente acercamiento con Dios – el que ha quedado grabado en mi memoria - fue cuando le pedí con todas mis fuerzas que el esposo de Sonia no se muriera. Tenía unos 18 años y luego de ver a mi hermana deshacerse en llanto después de verlo en el hospital me di cuenta de – sentí – la proximidad de eso que aun era desconocido para mí, la muerte. Entonces me proyecte y vislumbre que sin Amador el futuro de Sonia y sus dos hijos sería complicado y pedí con todas mis fuerzas que eso no ocurriera, pero como “Dios sabe porque hace las cosas” Amador falleció. Entonces no pedí nunca más nada a Dios y lo que pensé que pasaría con ellos finalmente ocurrió, la vida se les complico.
Luego falleció mi abuela Paterna, la abuelita Linda, mi Tío Julio Ever, mi mamita Angélica, y como que me acostumbre – si es que vale el termino acostumbrarse en estos casos – como que empecé a manejar mejor el tema de la muerte. Me entristecía pero Dios no tenía nada que ver, ni lo mencionaba y la verdad me parecían inútiles los rezos que hacían los practicantes en algunos velorios, pero los respetaba. Del mismo modo las misas a las que asistí/asisto, lo hago para recordar al que se fue y por respeto y cariño al que convoca a la misa.
Pasaron los años y mi relación con Dios cambio radicalmente, si bien ya no creía en el, empecé a creer – y creo fervientemente – en la energía de las personas.
Si una emoción fuerte puede elevar la presión arterial, ¿porque la buena o mala vibra de las personas, inclusive sus rezos o maldiciones pueden influir en el destino de ellas mismas y de otras? Y si, se que la palabra destino es un poco nebulosa, pongámoslo mas aterrizado ¿Por qué esta energía no puede influir en los pensamientos/decisiones/destino de las personas? Pues yo creo que esa idea no es tan descabellada.
Deje de preguntarme porque morían las personas, simplemente pensé en el destino, en ese que decide si una célula se comporta de forma anormal o no, ese mismo destino que puede hacer que esas células se transformen en un tumor/cáncer maligno/benigno. Del mismo modo que el destino puede generar la obstrucción de una arteria del cerebro y provocar un aneurisma.
Sería injusto pensar que la responsable de la muerte o la enfermedad es la persona que la sufre y del mismo modo me parece injusto y facilista pensar que “Dios sabe porque hace las cosas”. Aunque lo diga a veces para consolar a aquellos que perdieron al ser querido.
He llegado a la conclusión de que, en mi relación con la muerte siempre hay tres frentes: Yo, la persona que se fue y los que se quedaron.
Sobre los dos primeros, la verdad que no siento que extrañe a nadie que haya muerto, aunque de seguro algún día sentiré esa dolorosa nostalgia. Creo que – en mi caso – la razón radica en que siempre las recuerdo. O las plasmo en mis escritos como hice con mi abuela Angélica. Sé que puede sonar cuestionable lo que acabo de escribir, pero la relación de las personas con la muerte es tan única y personal como lo es con el amor. Aunque a veces pienso que es mi coraza para evadir un sufrimiento que sería insoportable.
Y con los que se quedaron, debo aceptar que si me quiebra. Porque el que se fue ya no sufre, pero el que se queda siente y sentirá la ausencia por mucho tiempo, quizás por toda su existencia.
Paso el tiempo y la sombra de la muerte se acerco un poco más cuando a mi hermana le detectaron un carcinoma en la cabeza, aun recuerdo cuando me llamo luego de que le dieron el resultado final de su tratamiento después de que le extirparan un pedazo de piel de la cabeza.
Estaba en mi oficina y me metí al baño, me mire en el espejo y agradecí, agradecí y agradecí a la vida que ya no tuviera más esas células malignas formando parte de su cuerpo.
Luego operaron a mi papa de la próstata y mi primo – que lo opero – me dijo que el peligro de cáncer no era tan poco probable y que tenían que hacerle una biopsia, los resultados fueron favorables aunque tiene que chequearse cada cierto tiempo para ver si no aparece. No recuerdo haber mencionado a Dios en ningún momento.
Ahora mi sobrino/primo/hermano Lucho – el hijo de Sonia - tiene un problema parecido, un tumor en el lóbulo derecho de su glándula tiroidea de etiología maligna. Se lo tienen que extirpar y el seguro oncológico de la universidad no lo cubre, por estar dentro del periodo de carencia.
Y por esas cosas del destino el nombre de Amador – su papa – apareció cuando hacia la consulta con la bróker del seguro, tenía el nombre de la calle donde se ubica la empresa que esta señorita representa.
Y por esas cosas del destino - ya en mi oficina - vi la imagen de una virgen, que la señora Juanita - de mi trabajo -entrego a todos los que dieron algo de dinero para las quimios de su mama, que tenía cáncer. Pensé en ese instante, que a veces recurrimos a Dios, los santos y las vírgenes porque necesitamos encontrar, creer, apoyarnos en algo. Y que todos tienen/tenemos el absoluto y respetable derecho de hacerlo.
Y por esas cosas del destino hoy recordé aquella vez que soñé con Amador mirándome preocupado en un rincón del cuarto que compartía con Sonia y los chicos en su casa en Puente Piedra. Llegue a pensar que ayudando a salir a Sonia de donde estaba y orientando a Lucho para llegar a la Universidad estaría tranquilo – este donde este – pero creo que me equivoque.
Finalmente pienso que justamente el destino hizo que todo esto sucediera tal y como ocurrió con ellos y que este reto/cisma/prueba que ahora enfrenta/enfrentamos lo asumiremos de la mejor forma y con todas las armas posibles.
Sin embargo no me atrevo a decir que saldremos airosos, a pesar de los factores a su favor: su juventud y la edad temprana del hallazgo; Por el – profundo - temor de que no sea así.
Yo creo en Dios y también creo que la fé de las personas en un Ser todopoderoso les permite mantener algo que en muchos casos es la mejor cura para las enfermedades o circunstancias adversas: La esperanza.
ResponderEliminarEspero que Lucho se recupere, creo que así será. Incluso ya me estoy imaginando el título de tu post próximo inmediato: "La lucha triunfal de Lucho".
Exitos.
Gracias :) y gracias tambien por comentar.
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