domingo, 17 de julio de 2011

El hijo varon

I
Ana siempre quiso tener un hijo varón, desde su primer compromiso con Joaquín y ahora con Mateo su segundo marido.

Tenia dos hijas Elsa y Gabriela, ambas muy diferentes, mientras Elsa era blanca, fria y muy parecida a su padre, Gabriela era morena, graciosa y calida. Esto origino que Joaquín dudara de la paternidad y no tratara con el mismo afecto a sus dos hijas. Eso le dolio mucho a Ana y marco de por vida a la menor de sus hijas.

Pero no solo era la incapacidad de ser un buen padre lo que caracterizaba a Joaquin, era tambien lo que se conoce como un pipilalegre. Antes de Ana tuvo varios hijos - con diferentes mujeres - y despues de ella, tambien. Sin embargo la inocencia de sus primeros años junto a el le impidieron ver las malsanas intenciones de su marido con la enfermera que un dia fue a ponerle una inyeccion:

-          Anda a comprar pan hijita, pero a la panadería de la Av. Huanuco- Que era la más alejada.

La dejó poco tiempo después, se casó con “la negra” como le llamaría desde entonces, las bodegas que administraba, la “Aliaga” y la “Sotelo”, pasaron a ser manejadas por su nueva familia por lo que Ana no tuvo mas remedio que mudarse de su cómoda casa, a una mucho más modesta.

En el convento donde habia estudiado le habian enseñado a confeccionar ropa, así que su economía se apoyaba entre ese oficio y la pensión que daba en una fabrica de zapatos frente a su casa, tambien alquilaba cuartos en la casa con altillos que compro en Antonio Bazo.

Mateo tenia casi su misma edad, trabajaba como chofer de tranvia era alto guapo y con porte, empezaron a salir y poco tiempo después ya estaban conviviendo. Le pareció un buen padre para sus hijas.

Aun no habian tenido descendencia juntos y hacia tiempo le habia propuesto la idea de encargar nuevamente, pero ella ya no podía.

Todos los días por la mañana iba con Maria, la chica que le ayudaba en la casa, al mercado para comprar lo necesario para los pensionistas, ya tenia sus caseros, el papero - su prestamista a veces, el frutero, y la pollera que se llamaba Hilda, esta se había hecho su amiga y conocía de su problema.

Hilda era una chola recia, su piel era blanca, su cabello era rizado y teñido, lo llevaba corto. Sus manos eran algo ásperas y contrastaban con su apariencia serena y sosegada, había venido de Ayacucho hacia 10 años y ya se había acostumbrado a Lima aunque tenia muy pocas amigas, todos en el mercado tenían una buena impresión de ella, era una señorita respetable.

II

Manuela era de Ica, era una negra muy bonita, había venido a trabajar con su tía que tenia una tienda en El rey de Gamarra. Ahí había conocido a Gustavo, que con su buen ritmo al bailar y su sonrisa la había seducido, estaba enamorada de el y el de ella, al menos eso creía.

-          Gustavo no me viene hace un mes, he ido al doctor y me ha dicho que estoy embarazada.
-          Ah… no, a mi no me vengas con esas cosas, tu sabrás lo que haces, además no se si es mío. – le dijo con la mirada transparente. Manuela sintió que la decepción se le atracaba en la garganta, pero no lloró.
-          Esta bien yo veo que hago con mi problema, no te preocupes.



Caminaba en automatico, lágrimas rodaban por sus mejillas y las sentía recorrer su cuello. Su mente estaba llena de pensamientos, pero no podía distinguir ni uno solo. Al final llego a casa de su tía, ella no estaba, entro a su cuarto y se echo a llorar, hasta que no pudo más y se quedo dormida.

-          Pero hijita, ¿que te ha pasado? – Le preguntaba su tía preocupada, mientras le acariciaba con ternura.
-          Ay tía, el Gustavo me ha dicho que no me quiere – Le decía para explicar sus ojos hinchados de tanto llorar.
-          Algunos hombres son así pues, pero ya vas a ver que vas a encontrar a uno bueno – la tranquilizaba.
-          Si tía, si.

Pasaron los días, había tratado de seguir su vida con la mayor normalidad posible, se dejo absorber por la rutina, esperando que la solución la encontrara. Una mañana camino a la galería un anuncio pegado en un sucio poste la arranco de su aparente tranquilidad.

“ATRAZO MENSTRUAL …. Solucion Inmediata”

De pronto una idea cruzo por su mente, saco un papel y anoto los dos números, los refundio en su bolso, como queriendo evitar la posibilidad de encontrarlos.

Pasaron 5 meses más, felizmente no había tenido síntomas, ni nauseas, ni mareos, no sentía nada por lo que llevaba dentro, nadie lo sabia, sólo ella. Pero la barriga empezaba a crecer, pronto su tía lo notaria, y ella tendría que afrontar la realidad.

Así, estaba acostaba un domingo después del almuerzo cuando lo recordó. Se levanto, abrió el ropero y empezó a rebuscar una cartera celeste – “Yo la puse ahí, si” – pensaba – “aquí esta.”

Cobraba 300 soles el trabajo – “no se preocupe es seguro señorita, soy enfermera, va a ver como sale rapidito de su problema” – le había dicho la voz de mujer que le contesto al celular, asi acordaron la fecha, hora y lugar.



III

Le dijo a su tía que iría a visitar a una amiga que estaba enferma por un par de días.

El consultorio quedaba en la avenida Tacna, en uno de los tantos edificios plomizos de los alrededores, encontró la dirección que buscaba, subió por unas oscuras escaleras, sudaba frío pero no sabia si era por miedo, culpa o una combinacion de ambas – “Tranquilízate!” – Repetía en su cabeza – “Ya va a pasar, todo va a pasar”. Toco una de las puertas del pasillo donde quedaba el “consultorio”, sin saber que le esperaba al otro lado.

Era una mujer pequeña algo robusta, tenia la mirada tranquila, el pelo corto y hecho todo rulos – Mi nombre es Isabel, a ver…pasa por acá mamita, ponte esta bata – le dijo, como si se tratase de rutina. Así hizo Manuela, se desnudo, y se puso una inmunda bata verde, se recostó en una camilla y esperó.

Isabel tanteaba su vientre mientras a Manuela se le iba el alma por el panico que empezaba a sentir.

        ¿Cuantos meses tiene?
        4 nomás.
        Pero esta grande su barriguita.
        Es que he tenido muchos antojos.
        Bueno, abra las piernas.

Isabel cargo una jeringa enorme con un liquido negro – esto te puede doler, pero no te asustes ¿ya?, yo se lo que hago – Manuela sintió como la inundaba el contenido, sentía como si sus entrañas estuvieran en el infierno, de pronto tuvo deseos de orinar, pero por el dolor se resistía.

-          Ahora vamos al baño y ahí acaba todo, vamos.
-          No… me duele, me arde mucho – lloraba.

Fueron al baño pero no alcanzaron a llegar al water, entre los gritos ahogados de Manuela, una masa gelatinosa salió de ella, toda negra que parecía bañada en petróleo, se movía.

-          ¡Usted me dijo que tenia 4 meses pero este bebe tiene mas!
-          Quédeselo no lo quiero, quédeselo.
-          ¿Esta loca?, que voy a hacer yo con este bebe.
-          Le pago 100 soles mas si se lo queda, ya ve lo que hace con el.

Isabel recibió el dinero y ayudo a Manuela a coger un taxi que la llevaría a un hostal donde descansaría esa noche, antes de irse le dio algunas instrucciones para que se recuperara sin problemas. De regreso, esperaba que el pequeño hubiera muerto pero cuando llego aun estaba vivo, pero no lloraba. Finalmente decidio meterlo en una caja de zapatos y esperar que dejara de existir.

-          No puedo dejarlo acá, por algo todavía no se ha muerto – se debatía, de repente la solución apareció ante sus ojos.

IV

El teléfono sonaba en casa de Ana, Maria contesto, era Hilda y quería hablar con la señora de la casa.

-          Hola Ana, ¿cómo estas?
-          Bien, estoy bien caserita, dígame, que se le ofrece.
-          Bueno en realidad nada, mas bien quería hablar con usted sobre un tema delicado, ¿cree que puede venir hoy a mi casa?
-          Claro, ¿en la nochecita esta bien?, que término de dar de comer a mis pensionistas.
-          Perfecto, la espero entonces – Colgó.





V

Envuelto en periódico, dentro de una caja de zapatos estaba un bebe negro, no lloraba, no abría los ojos, la única prueba de su existencia era su pequeño abdomen  que se inflaba ligeramente con cada respiracion.

-          Me lo encontré en el basural del mercado, y como se que usted quiere un hijo varón,  pues quería saber si quiere este.

Ana la miro, miro al bebe y sintió su corazón estrujarse como un papel.

-          Esta bien pero ¿y si lo buscan después?
-          Que lo van a buscar, por algo lo han dejado en la basura ¿no? Tranquila nomás.

Pero todo lo contrario a tranquilidad le causo la frialdad de Hilda, cogió la caja y se fue. Al llegar a casa Gabriela, se acerco intrigada.

-          ¿Que es eso mami? – la interrogo curiosa.
-          Ven, vamos a mi cuarto y te enseño – le respondió, también le pidió a Maria hervir agua y hornear unos trapos limpios.

Saco entonces al pequeño de la caja, con los paños y el agua tibia lo limpio con mucho cuidado, parecía que sus huesos eran esponjas. Una vez que termino, acomodo los trapos tibios en la caja, entre la caja y estos, coloco papel periódico limpio.

-          ¿No tendrá calor el bebito mami?
-          No mi amor, justo lo que necesita es calor.

Llamo al doctor de la casa, amigo de la familia, le contó todo, lo revisó mientras la miraba de vez en cuando arqueando la ceja.

-          Es un milagro que este vivo, han usado un acido para matarlo pero parece que tenia poca concentración, no entiendo como ha podido sobrevivir.
-          ¿Pero esta bien ahora doctor?
-          Si sigues mis instrucciones vas a ver que si.

Antes de irse el medico le receto la fórmula para alimentarlo ademas de vitaminas, calor, limpieza diaria y mucho cuidado. Al llegar Mateo, ella volvió a contar la historia, él la miro y ella sintió el temor de que no lo creyera, que pensara que era de ella con algún otro hombre.

-          Dónde esta para verlo – la tranquilizo.

Mateo era un hombre grandote, de manos ásperas en las que se perdían las manos del pequeño.

-          Octavio que se llame pues, ¿esta bien?
-          Si – sonrió Ana.

Siguieron las semanas, Ana siguió las instrucciones al pie de la letra y con esfuerzo compro todo lo que le hacía falta a Octavio. Gabriela estaba encantada con el hermanito y Elsa mostraba total indiferencia.




VI

Octavio creció como un niño normal, adorado por sus padres por ser el menor, junto a Gabriela y Sonia, hija de Maria, armaban la pandilla, inventaban sus juegos y – dentro de la pobreza - eran muy felices. Mateo se deshacía en atenciones para con él, lo convenció de ir a tomarse fotos al estudio que quedaba cruzando la Av. Grau “Estudio Jesús” se llamaba, era el único donde sacaban las fotos con los ojos pardos, aunque no los tuvieras.

El fotógrafo tenia una esposa, que se encariño de inmediato con el niño, con ternura le hacia la raya al costado, con un peine llano y mojado en agua lo cepillaba, lo coloco en el regazo de su papá para la foto.

Al despedirlos un recuerdo le remordía el alma, el recuerdo de aquel hijo del que se había deshecho y del que no sabia nada, esa noche no lo pudo soportar mas y se lo contó al marido, que en vez de juzgarla la miro con profunda lastima y la consoló.


VII

Manuela no volvió a ver a Isabel hasta muchos años después, cuando un día, en el mercado de su nuevo vecindario la reconoció en la señora que le vendía las menudencias, ambas se quedaron mirando por un instante que parecio eterno, luego Isabel desvío la mirada sin interés.

Regresó antes de que cerrara el mercado, necesitaba saber que había pasado con su bebé.

-          Hace muchos años usted me saco a mi hijo, yo le dije que se quedara con el niño, aun estaba vivo, ¿que paso con el?, dígame por favor – suplicaba Manuela.
-          No se de que me esta hablando, se esta confundiendo usted – le dijo, mientras hacia ademán para que le de permiso.
-          Sino me lo dice voy y la denuncio a la policía, mi esposo lo sabe todo, y tiene familiares que pueden hundirla en la cárcel – amenazo con odio.
-          Mire señora, si quiere saber algo de lo que le ocurrió a su hijo pues… le va a costar.


Octavio era un joven alto, buen mozo, a pesar de las enormes y gruesas gafas que siempre llevaba desde niño, seguía siendo el engreído de su mamá y de su papá, que cariñosamente le llamaba “negro”, tenia una moto que recién le habían comprado, acababa de terminar el colegio, y no sabia bien que hacer con su vida, pero eso no le preocupaba, ya se le ocurriría.

-          Buenas tardes madrina ¿como esta? – saludo Octavio.
-          Bien hijito, ¿como esta tu mamá? ¿esta en la casa?
-          No esta, ha salido con mi hermana Gabriela a ver unas telas al centro.
-          Ah mira, bueno de todas formas quería conversar contigo sobre algo hijito…
-          ¿Conmigo? Y ¿de que pues? Pase madrina, pase.



VIII

Manejaba a toda velocidad la moto, las lágrimas se le secaban con el viento y la velocidad a la que iba. Apretaba fuerte el timón, todo había pasado demasiado rápido.

-          Hijito yo conozco a tu mama desde hace muchos años.
-          Si lo se, por eso es mi madrina ¿no?
-          Si, bueno, pero hay algo que debes saber.
-          ¿Que cosa?
-          Octavio… tu mama… tu mama no es tu mama de verdad, tu mama es otra señora hijito, yo la conocí, yo la conozco a ella, ella quiere verte y te esta esperando, esta arrepentida la pobrecita.

Octavio no podía creer lo que escuchaba, la miro incredulo mientras le daba la dirección donde lo estaría esperando – ¡hasta tienes hermanos! – intentaba tranquilizarlo sin éxito.

-          Aquí en este papelito esta la dirección, te esta esperando hoy a las 5pm. … bueno hijito ya me voy, por favor no le digas a tu mama que yo te he contado, recuerda que soy tu madrina y te quiero mucho – le sonrío.
-          Si, madrina, si. – alcanzo a decir.

Se fue a buscar la dirección con la moto, tenia un cúmulo de preguntas mezcladas en la cabeza, por momentos no lo creía, por otros lo aterraba la idea de que la familia que el creyó suya no lo era en realidad.

Era en un edificio cercano a su casa, lo recibió una señora de mediana edad, morena, con el pelo recogido, al verlo sonrió.

-          Pasa, pasa por favor.

Lo hizo pasar al comedor, en el estaba un señor mayor que ella, lo recordaba vagamente, pero no sabia de dónde, también estaban dos niñas que lo miraban con recelo, eran gemelas.

-          Este es tu papa, y estas tus hermanas. – le sonreía la mujer mientras del brazo lo acercaba a la mesa con cariño.
-          No pero… como, ¿como?

Octavio se quedo pegado al piso, sus piernas no se movían, sentía como si dentro de el algo se derrumbara, todo en lo que había creído estaba dejando de existir en ese instante.

-          ¿Que te pasa? No sabes saludar – le dijo una de las pequeñas.
-          Dale tiempo, denle tiempo – decía la mujer.
-          No… no puede ser, esto no puede ser – Balbuceaba Octavio, mientras retrocedía.

Salio corriendo del departamento, dejando atrás a Manuela – “¡Regresa! Regresa por favor, escúchame, te puedo explicar, ¡déjame explicarte!” – escuchaba Octavio mientras que con desesperación buscaba en su bolsillo las llaves de la moto.

No supo con que tropezó, sólo sintió como su cuerpo volaba por los aires y en ese momento sintió una paz a la que luego siguió el pánico al ver el piso acercársele, no supo más.



IX

Despertó en la cama de un hospital, al principio no enfocaba bien la vista, sentía una presencia pero no sabia quien era en realidad, de pronto sintió un miedo inexplicable, parpadeaba con rapidez ansioso por ver quien estaba al lado de su cama.

-          Hijito, ya te has despertado, felizmente te has puesto el casco hijito, sino que hubiésemos hecho sin ti. – decía la mujer mientras entre lagrimas y sonrisas se acercaba ambas manos a la boca.

De pronto salió, Octavio se sentía mareado, miraba a su alrededor, tenia el brazo enyesado y en las piernas algunos cortes, pero no le faltaba nada, nada.

-          Ya ves por andar de apurado lo que te pasa tonto, por no quererme pasear en la moto lo que te pasa – bromeaba su hermana Gabriela, a su lado estaban Sonia y Mateo.



X

-          Pero no recuerda nada doctor, ¿nada?
-          No señora, puede que haya sido el golpe en la cabeza o la emoción que sufrió antes del accidente, pero al parecer no recuerda nada. De todas formas obsérvelo y si ve algo extraño, me avisa nomás.
-          Esta bien doctor, muchas gracias. – respiro tranquila Ana.

Al llegar a su casa esa tarde, Ana encontró el papel con la dirección, luego de saber lo del accidente de su  hijo y llevaba por una intuición llego a la casa de Manuela. Ella al verla, la reconoció.

-          Usted es la señora que ha criado a mi hijo ¿verdad?, no se como agradecerle, yo estuve tan equivocada, cometí un error, lo abandone pero ahora, ahora quiero recuperarlo – le decía, mientras Ana la miraba y sentía por dentro que su ira crecía como una ola, a pesar que ella era una mujer serena no podia permanecer indiferente.
-          Para ser madre usted tendría que volver a nacer señora. Aléjese de mi hijo, se lo advierto, ya le ha hecho bastante daño, por su culpa ha sufrido un accidente, si la veo acercársele otra vez… la mató. – amenazo.

Aunque Manuela era mucho mas grande, en ese instante se sintió diminuta. Lentamente bajo la mirada, mientras apretaba los dientes para evitar el sentimiento de culpa resignada que como una avalancha la enterraba. Ana se fue sin decir mas, mientras bajaba y la rabia iba en descenso su cuerpo empezó a temblar, pero logro reponerse, tenia que ir a ver como estaba Octavio.

XI

Manuela se regreso a Ica con su familia y nunca se volvió a saber de ella, aunque Ana oyó decir que tuvo un hijo que había nacido con un tipo de retraso mental. Isabel o Hilda, traspaso el puesto del mercado a una prima suya que a pesar de la insistencia de Ana, nunca revelo su paradero.

Octavio a veces despierta sobresaltado, no entiende porque, pero recorre la casa como intentando reconocerla suya, se asegura de que todos sigan durmiendo, sube con cuidado el altillo para que no suene y regresa a su cama.

Fin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dimelo todo, dimelo ya!