miércoles, 6 de julio de 2011

Dispárenme

El sol quemaba mas de lo habitual esa tarde en Nairobi, en las calles aun se sentía el olor a pólvora y sangre, tan fuerte que dolía.

Por todas partes, como semillas esparcidas por el viento, cuerpos de todas las edades y  etnias yacían, algunos cercenados y desangrados por machetes, otros fulminados por disparos indirectos o certeros, eso ya no importaba, sólo el resultado, materia inerte, rezago de lo que algún día fue un ser humano, con historia, con una vida.

De repente como si de fantasmas se tratasen, aparecen los sobrevivientes quiénes rompen la macabra serenidad de las calles repletas de muerte. En el ambiente queda la incertidumbre de cuán afortunados son de seguir con vida, buscan a sus hijos, hermanos, padres, esposos o simplemente buscan a aquellos con los que compartían sus días.

De un momento a otro, mi lente se queda fijo en un hombre que sostiene en sus brazos a una pequeña de unos ocho años, esta muerta, quizás por alguna explosión porque no alcanzo a ver orificios de bala o mutilada alguna parte de su pequeño cuerpo.

Las manos del hombre empiezan a temblar, sus ojos de un negro intenso, están muy abiertos, como si quisieran comprender lo sucedido, deja a la niña en el suelo y se levanta, temo por lo que pueda suceder.

-          Dispárenme!!! Dispárenme en el pecho!!!! – exclamaba, mientras con los puños cerrados en actitud gorilesca se golpeaba el tronco repetidas veces, caminando de un lado a otro. Daba la impresión de que estuviera encerrado, porque lo hacia de un modo desesperado y en pequeños tramos.

Algunos soldados y civiles se quedaron de pie, observándolo, como si sus palabras reflejaran el sentimiento común, luego de que se desatara una guerra civil en Kenia por la reelección de su presidente.

-          ¡Les he dicho que me DISPAREN! ¿Por qué a mi hija??? – Repetía entre sollozos – ¡ella… ella ni siquiera votaba!

Se dejó caer sobre sus rodillas, y empezó a gritar, con los puños ahora golpeaba la tierra, lagrimas furiosas rodaban por sus mejillas, lo invadia la rabia impotente por la vida que se le fue.

Bajo la cámara, me asusta una mirada amarga y penetrante, son mis ojos reflejados en la única ventana que no esta hecha añicos.

Maldigo mi suerte, de no poder hacerme de la vista gorda ante esta realidad que cada día adormece más mi corazón.

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