Que es mejor o peor? Creer o no creer?
Estos días han sido extremadamente filosóficos- por no decir complicados. La hermana de una amiga muy querida falleció de cáncer y cuando me acerque a ella durante el velorio y se puso a llorar en mi hombro intente consolarla hablándole de Dios.
“Que Dios sabe porque hace esas cosas, que Dios le dará sabiduría y fortaleza. Que Dios (la vida/Dios/la vida?) te pone pruebas”
Mientras las palabras salían de mi boca y las lagrimas de mis ojos intentaba hallar algo de razón (para mí) en lo que le decía. Casi nunca digo cosas serias por decir y en esa situación se me hacia más difícil porque trataba de asumir cada palabra:
“Carol, estas mencionando a Dios entonces crees en Dios…” – Decía una parte de mi.
“No, lo digo porque no se que mas decir y porque en parte el concepto de Dios puede suplir al del destino o las zarandeadas que nos da a veces la vida…”
Luego salí a fumarme un cigarro y a pensar en la vida, en lo rápido que puede cambiar, el cáncer se la había llevado en 6 meses. El tiempo en que uno se proyecta ahorrar para un viaje, bajar de peso en el gym, etc., etc.
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Me acorde de otro amigo, me conto que el papa de una amiga suya se fue en 3 meses por la misma enfermedad, cáncer. Es el tiempo en el que me proyecto hacer otro laceado, en 3 meses espero comenzar a aprender francés, en ese tiempo espero haber subido - al menos una vez – al ring con alguien para entrenar Muay Thay.
También pensaba en esa amiga de otra amiga, aquella que vivía cada día como si fuera el último, hasta que vivió el último de sus días cuando su camioneta se volcó en la carretera y murió instantáneamente. No estaba tomada, no se durmió, otro carro se le cruzo y su vida se detuvo.
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Prendo otro cigarro, mis amigos no llegan, me empiezan a sudar las manos.
Hace unos meses leí un post de Clemente Ga Novella, un español – ateo- que hablaba sobre lo que pasaba con las personas creyentes a las que les pasan desgracias como perder a un familiar cercano, por ejemplo.
El decía que podían pasar dos cosas: que la persona se aferre a su creencia y eso le ayude a salir a delante o que se comience a cuestionar sobre lo que cree para finalmente darse cuenta de que quizás no hay un cielo, no hay un Dios que lo ve todo y al que – como algunos dicen - hay que temerle.
Y cuando en mi vida volvió a ocurrir algo que me hizo ver del tamaño de una hormiga los problemas que – a veces – me atormentaban, trate de no pedirle a Dios que me ayudara, no le pedí que sanara a esa persona que yo quería.
La verdad eso no ayudo mucho a tranquilizarme – lo empeoro. La mejor forma de graficarlo es estar parada frente a un gran abismo y no saber qué hacer, ni que habrá allá abajo y sentir que el dolor que sientes – el miedo que te paraliza - no es tan importante porque hay alguien que la vive y que necesita tu apoyo. La única cosa que opte por hacer fue no pensar, no pensar en esa palabra que no quieres mencionar cuando la salud es esquiva, y esa palabra – también esquiva - es la muerte o las consecuencias de la enfermedad.
Ahora ya pasado el tsunami inicial, la semana pasada recibí buenas noticias:
“las células malignas no han salpicado a otros órganos y quedan muy pocas” – leía en mi celular.
De más esta decir que me alegre como si hubiese autografiado mi primer libro, sin embargo después pensé y decidí tomar las cosas despacio. Tener esperanza, esperar lo mejor pero no confiar ciegamente en que todo ira de maravillas. Aunque de verdad deseo – con todo mi corazón - que sea así.
Y aun después de toda esta reflexión, sigo sin saber ¿que es mejor? ¿Creer o no creer? Quizás - subrayado y en negrita - tenga algo de razón lo que me dijo una amiga, a la que siempre atormento con mis cuestionamientos “religiosos”:
“No hay que dejarle a Dios tremendo encargo de salvar o sanar a alguien.” – aunque acertada, esta afirmación sigue sin satisfacer mi pregunta.
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