“Lorenzo el desayuno ya está listo…” – le decía Pamela
“Ay ya un ratito mas, déjame dormir un ratito mas…” – modorreaba Lorenzo
Se levanto con flojera se puso las pantuflas y se fue al baño. Se ducho y aseo, se puso casi en modo automático el uniforme plomo. Bajo al comedor.
Micaela estaba lista tomando el desayuno, las trenzas que Pamela le había hecho le apretaban tanto que parecía la nieta del señor Miyagui. Graciela supervisaba que Lucas no se quemara con la avena caliente. Benito leía el periódico y comentaba de rato en rato con su esposa.
“Buenos días jovencito, es el mayor y se levanta ultimo” – con los años se había vuelto un poco más duro con Lorenzo, dizque para forjarle el carácter, aunque no se aguanto y le meso el cabello despeinándolo.
“Papa! Ya pues…” – se quejaba Lorenzo
“Mucho gel, mucho gel!”
Llevo a los 3 al colegio, antes de bajar repartió las propinas entre los dos mayores y se encargo de llevar a Lucas que aun estaba pequeño para cargar mochila y lonchera.
“Chau Mica, nos vemos a la salida fea!” – se despedía de su hermanita mientras le jalaba una trenza.
“Y tu mostro… le voy a decir a mi papa que me jalas mis trenzas!”
Don Justino era el conserje del colegio, vivía con su esposa y su pequeño hijo en una casita de triplay al lado del estrado principal que quedaba en el patio. Su esposa también se encargaba de la limpieza general y en sus ratos libres se las agenciaba para vender sanguches de pollo y “marcianos” (helados de hielo), estos eran los favoritos de Lorenzo.
Ese día durante el recreo Lorenzo fue a tocar la puerta de la casa de Justino.
“Seño deme 1 marciano de lúcuma con leche por favor”
“Pasa Lorencito, pasa que estoy con el bebe” – Le dijo María.
La casa era en realidad una caja con huecos en los altos que asemejaban ventanas, un solo ambiente que había sido dividido por cortinas. Lorenzo siempre que entraba intentaba adivinar dónde estaba el baño. La cocina estaba pasando el “patio” de la casa de Justino – que no era más que un par de metros cuadrados donde María colocaba las bateas con la ropa que lavaba. Entro a la cocina abrió la refrigeradora saco el marciano y dejo la plata sobre la mesa.
“Estoy dejando la plata encima de la mesa seño…”
“Ya hijo, gracias.”
Salió de la cocina, cuando se dirigía a la puerta escucho:
“cuac!”
Se detuvo, empezó a mirar a los lados.
“cuac cuac!”
“Seño María, ¿aquí hay patos?”
“Si Lorencito, Justino los ha traído hoy del mercado, para comer dice”
Detrás de unas cajas apiladas estaban dos patitos metidos en una caja de leche Gloria, a Lorenzo le llamo la atención las franjas a los lados de la cabeza de cada patito, le recordaban a las tortuninjas, tenían el pecho amarillo y todo lo demás era de un negro brillante.
“Están bonitos, seño”
Lorenzo salió y se comió rápido el chupete, Vilela el profesor de educación cívica y el encargado de la disciplina de los grados secundarios había tocado ya el pito que indicaba que el recreo había finalizado.
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Jorge Vilela era un "poquito" chauvinista, al menos eso decía Benito cuando Lorenzo le contaba las cosas que les decía cuando les llamaba la atención.
Era usual que en los intervalos entre una materia y otra los chicos del 5to grado se “relajaran”, esto significaba sentarse en el piso y conversar de nada, jugar a tirarse papelitos, rellenar slams o escribir poemas como Lorenzo hacia mientras no lo veían sus amigos. Le gustaba una chica - Pilar - y desde que supo que ella le correspondía no dejaba de escribir, era como una catarsis para ese remolino de sentimientos nuevos que lo embargaban.
Un día mientras reinaba la anarquía en el salón se escucharon los pasos de Vilela, todos los chicos se pararon y Lorenzo guardo rápidamente sus apuntes.
“De pie!”
Comenzaba entonces con su acostumbrado discurso “patriótico”, recordando a los soldados de la guerra del Pacifico, a las mujeres vejadas y a las bibliotecas incendiadas de aquella época.
“Y ustedes que tienen la oportunidad de estudiar se la pasan perdiendo el tiempo!”
Todo mientras caminaba de forma – ligeramente – amenazante, mirándolos a todos por encima de sus amarillentas gafas.
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“Firme! Descanso! Atención!”
Mientras Vilela informaba sobre los preparativos del aniversario del colegio – que se celebraría el sábado de esa semana – unos extraños ruidos irrumpieron en medio del patio principal.
“cuac!”
Intento sin éxito continuar con la descripción de la kermese, de los sorteos y del castillo de fuegos artificiales para cerrar la celebración, ya nadie lo escuchaba.
“cuac, cuac!”
Todos empezaron a reírse, si Vilela hubiera tomado deportivamente la situación quizás ese hubiera sido el único, y extraño, momento - desde que Lorenzo lo conocía- en el que lo había visto reír .
Pero ocurrió todo lo contrario, Vilela rojo de cólera dio rápidamente las indicaciones para que los alumnos retornaran a sus aulas, mientras miraba alrededor para ver de donde provenían los “cuacs”.
Lorenzo y su amigo Divi se quedaron agazapados detrás de los muros del balcón, alzando la cabeza de rato en rato para ver qué pasaba. Así fue que vieron a Vilela entrar a la casa de Justino, aunque no escucharon lo que ahí dentro acontecía se imaginaron la regañada que – efectivamente – le dio a María por tener animales en su casa. Solo alcanzaron a verlo salir con la caja donde Lorenzo imaginaba que estaban los patitos.
Temiendo por el destino de los animalitos busco a Justino en el baño de hombres y le conto lo sucedido.
“Justino si deja a Vilela con esos patos seguro se los lleva a su casa y los convierte en arroz con pato”
“Pero que hago pues Lorencito, no tengo donde ponerlos”
“mmm… creo que los puedo llevar a mi casa, dígale a Vilela que los va a vender al mercado y me los da a la salida” - Lorenzo no había tenido una mascota desde su conejo Brad Pato así que imagino que su papa no iba a oponerse a su decisión.
Así fue como Vilela – aun masticando su cólera – le entrego a Justino los patitos y este a la salida se los entrego a Lorenzo.
“Yo solo te digo que no quiero esos patos ensuciándolo todo en el patio, son tu responsabilidad esa es la única condición para que se queden” – le advirtió Graciela.
“Si se portan mal los cocinamos pues mami” – intervino Micaela.
“Calla monga, a ti te vamos a cocinar …pero las trenzas!”
Pasaron los días y efectivamente Lorenzo se hizo cargo de los patos sin ningún problema. Meses después, Cua cua y Gansito, aquellos lindos y tiernos patitos se convirtieron en patos grandes y gordos. Ambos machos no presentaban ningún problema y vivían en armonía en el patio junto a los pájaros de Graciela.
Hasta que llego el día en que Lorenzo se lastimo el tobillo.
Cuando llego a su casa cojeando del colegio, Pamela se alarmo y llamo a Graciela que aun estaba dictando clases en el turno tarde.
“Pero que paso hijito?”
“Nada mama, jugando a la pelota en el recreo pise mal y me lastime nada mas, no te preocupes” – invento para no decir que se había doblado el tobillo al bajar distraído un escalón, por andar mirando embobado a Pilar.
“Vamos a ver como evoluciona, si no es nada debe estar mejor en unas horas con la pastilla que le he dado”- contesto Benito.
Ya en la noche el tobillo se le había hinchado y cuando lo llevaron al médico este dijo que lo que tenía era un esguince y que había que enyesarle el pie durante quince días para que sane bien.
“Ahora ¿quien va a cuidar mis patos?”
“Yo puedo, papa, yo puedo!”
“Tu estás loca? No quiero que mis patos mueran estrellados por Pamela o que se escapen a la calle y les atropelle un carro.”
“Ya no te pases Lorenzo, dale una oportunidad a tu hermana”- finalizo Benito.
Al principio Micaela se hizo responsable de los patos con mucha dedicación, pero con el tiempo fue aflojando y “engriéndolos” demasiado.
Una tarde en que Lorenzo descansaba en su habitación – caminar con yeso requería mucho más esfuerzo – oyó unos estruendos en el patio.
“cuac! Cuac! Cuac!”
Micaela había dejado a los patos fuera de su jaula, Cua cua y Gansito no encontraron mejor actividad que comerse el pasto mientras ensuciaban todo el patio. Todo el jardín era una piscina de lodo y regalitos de los patos.
“Micaela mete a los patos en su jaula sino le diré a mi papa cuando llegue!”
“Pero no caben están todos apretados en esa jaula, no es mi culpa ya?”
“Tiene razón Lorenzo, esos patos están muy grandes hay que ponerlos en un lugar donde estén libres y puedan andar a sus anchas” – le dijo Pamela.
Lorenzo se dio cuenta que tenía razón y esa noche lo converso con sus papas.
Ningún tema relacionado a sus hijos era poca cosa para Benito así que le propuso conversar con un amigo suyo de Lima, que trabajaba en el parque de las leyendas, quizás ahí podrían estar mejor atendidos con otros animales y en un lugar más apropiado. Al principio a Lorenzo le dio un poco de pena separarse – nuevamente – de sus mascotas pero luego entendió que era lo mejor.
Así fue que al día siguiente se comunico con Rodrigo que también era veterinario, este acepto la propuesta, pero le dijo que no le aseguraba que los animales se acostumbraran al ambiente o al clima, sin embargo le tranquilizo diciendo que las probabilidades de que asimilaran el cambio eran bastante altas.
“Lo vamos a llevar juntos a Lima, tengo que ir un par de días y podemos pedir una licencia en tu colegio para que me acompañes”
“Y mi yeso?” – le contesto Lorenzo mientras se miraba la bota toda llena de autógrafos de sus amigos de colegio y garabatos de Micaela y Lucas.
“Te lo quitan en un par de semanas, ahí vamos, no te preocupes.”
Durante ese tiempo Pamela, con el consentimiento de Benito y Graciela, permitió que los patos estuvieran en el patio todo el tiempo que quisieran, total igual tendría que reponer sus flores, limpiar y colocar el pasto nuevamente.
Cua cua y Gansito como presintiendo su partida hacían más ruido que de costumbre – y mas desastre – como para llamar la atención de Lorenzo y Micaela.
Cuando llego el día del viaje, cada pato fue ubicado en una caja grande y fueron dispuestos en la parte de atrás de la camioneta de Benito, Lorenzo se sentó en el asiento de copiloto y juntos emprendieron el viaje que tomaría unas 16 horas de Cajamarca a Lima. Pararon solo para desayunar y llegaron a Lima al mediodía.
Lo primero que hicieron antes de instalarse en el hotel – e incluso almorzar – fue ir al Parque de las Leyendas donde los esperaba Rodrigo.
Lorenzo imagino que todo demoraría el tiempo suficiente para acostumbrarse a la idea de dejarlos pero todo sucedió muy rápido.
“Benito! Como estas compadre, este es tu hijo? Que grande estas Lorenzo”
“Si hermano tengo 3, Micaela y Lucas están en Cajamarca, hemos venido solo los dos. Saluda hijo”
“Como esta señor, donde los va a poner a mis patos?”
“Hay un estanque donde van a estar bien cómodos y un área donde pueden caminar como quieran, no te preocupes van a estar bien atendidos acá.”
No hubo necesidad que entraran al parque, Rodrigo había traído su camioneta, cargo cada caja conteniendo a Cua cua y Gansito, que lucían algo nerviosos.
“Bueno hermano, a ver si nos vemos antes que regreses pues, con la gente de la promoción”
“De acuerdo Rodrigo te dejo mi tarjeta avísame nomas y lo coordinamos”
“Cuídate Lorenzo, no te preocupes por tus animales”
“Está bien señor, hasta luego”
“Chau.”
Rodrigo subió a su camioneta, arranco y comenzó a avanzar por el estacionamiento del parque, Lorenzo como impulsado por la nostalgia comenzó a seguirlo, primero caminando y luego corriendo como podía – aun no se acostumbraba a caminar sin el yeso – luego se detuvo, quizás por la vergüenza de expresar esos sentimientos en frente de su padre – ya no era un niño -o por que le empezó a doler el tobillo por el esfuerzo.
“Tranquilo hijo, van a estar bien, has tomado una buena decisión hijito.”
“Si estoy bien papa, estoy bien.”
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Un año después, Lorenzo regreso a Lima para estudiar Veterinaria en la San Marcos, junto a Divi que estudiaría Derecho en la misma universidad. Decidieron un fin de semana ir al parque para saber que había sido de los patos de Lorenzo.
Se acercaron al estanque de los patos, había muchos nadando contentos, si bien no reconoció ni a Cua cua ni a Gansito, uno de los patitos se salió del estanque y se acerco a la reja que separaba a los animales de las personas, saludándolos con un “cuac cuac!”.
“Oye Lorenzo, ahí está pues ese debe ser tu pato” – le dijo Divi con un poco de sorna.
“No seas palomilla pues Divi…la verdad no lo sé, pero me parece que este hasta me está sonriendo.”
Fin.
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