Estaba toda la familia política de Graciela sentada alrededor de la mesa. Habían llegado de visita, no solo para conocer su nueva casa sino para acompañarla en su nuevo estado de gravidez.
Luego de desayunar se quedaron conversando – haciendo la “sobremesa” si el termino cabe para el desayuno. Después de recogerlo todo y lavar los platos, Pamela cogió la bolsa del mercado y aprovechando que estaba la señora en casa decidió solucionarse el problema de pensar “Que cocinare hoy?”:
“Señora que traigo para el almuerzo?”
“Trae conchas para hacer un ceviche y pollo para hacer un sequito” – resolvió Graciela.
La pequeña Micaela que contaba ya con 4 años e iba al nido, donde aprendía cada cosa, se acerco con paso seguro donde lo mayores conversaban y a pesar de que con las justas llegaba al ras de la mesa intervino con una pregunta:
“Mama, ¿esas son las conchas de sus madres que dicen?” – provocando las carcajadas de todos.
Resulta que, luego de evaluarlo con Graciela, Benito decidió que con una familia de seis - mas Pamela - era imposible continuar de nómades por todo el Perú, aunque la última campaña haya durado poco más de dos años. Además, si se asentaban, Graciela podría ejercer como maestra, dado que antes se había dedicado única y exclusivamente al cuidado de Lorenzo y de Micaela.
Se asentaron en Cajamarca, donde el podría trabajar de veterinario y cerca a la familia de ambos.
Para suerte de Graciela, había conseguido un puesto de maestra en un colegio cercano a casa donde Lorenzo empezaría la secundaria y Micaela el nido. Ahora, esperando a su tercer hijo la cercanía de todo le facilitaba un montón la vida.
Lorenzo tenía 12 años y seguía siendo un chico obediente pero siempre inquieto por conocer cosas nuevas, el tema de las chicas aun no lo alborotaba – a pesar de que alguna amiguita lo hacía sonrojarse de vez en cuando – pero lo que si le atraía eran la naturaleza y los animales.
Ahora que sabía que ya no se moverían como antes insistía con el tema de adoptar un perrito o un gato, pero con otro hermanito en camino, ambos padres habían decidido que un animal corriendo por la casa no era lo más indicado, así que le pidieron esperar.
Pero un día papa llego con un par de conejos blancos, macho y hembra. Resulta que en una de sus visitas medicas, luego de pagarle por sus servicios, Rosa – una chinita diminuta esposa del administrador y dueño de una granja donde Benito atendía a las vacas, terneros y demás animales – no encontró mejor forma de agradecer su buen trabajo, que regalándole un saco de tomates de su chacra y esos dos conejitos.
Como no podría ser de otra forma, Benito acepto contento el obsequio y al llegar a casa decidió que su lugar estaría en una jaula en el patio trasero y su hijo mayor sería el encargado de cuidarlos, limpiarlos y alimentarlos. Al menos esa fue la condición, para que no terminaran en el mercado - o en la olla. Mientras Lorenzo se comía los tomates con un poco de sal decidió bautizarlos como Pochita y Brad.
Pero como todos los conejos, estos no tardaron en hacer “travesuras” – como decía Pamela – y de un momento a otro y sin que nadie se diera cuenta empezaron a multiplicarse como los panes y los peces. Primero fueron 3 crías pero después de unos meses ya eran 10 conejos en la jaula.
“¡Hay que hacer algo con esos conejos!”- exclamaba Graciela ya cercana a dar a luz.
“Si, hay que comerlos” – Le contestaba Benito.
Ambos padres decidieron entonces decirle a Lorenzo que solo se podía quedar con un conejito, y que los demás “los regresarían” a la chacra de la señora Rosa donde podrían correr libres y seguir multiplicándose sin problemas.
Para el pequeño – que ya no lo era tanto – no fue difícil tomar la decisión. Ya era complicado mantener a los conejos limpios y alimentados, además los fines de semana ya no podía jugar todo lo que quería porque Pamela solo le ayudaba los días de colegio.
Escogió al más pequeño y feo de todos. Los demás conejos eran blanquitos o con motas negras pero “Brad Pato” – como lo bautizo – era gris y el nombre se le ocurrió de unos de los cuentos de Micaela El patito feo.
Así fue como Brad Pato se quedo solo en su jaula, a el se le unieron – en otras jaulas – algunas aves y cuyes. Estos ya no eran responsabilidad de Lorenzo, los pajaritos eran de Graciela y los cuyes los había traído Benito para comérselos cuando estuvieran gorditos, así que estaban por ahí de paso.
Pasó un año y el conejito ya era un animal adulto, los cuyes habían pasado a mejor vida y ahora vivían al lado de Brad Pato unas gallinas que a veces ponían huevos y que su papa había traído para lo mismo que los cuyes.
Pamela que no quería saber nada de gallinas, gallos o pollos deambulando por la cocina pidió permiso para poner una reja de madera que les impidiera entrar y ensuciarlo todo. Aunque la verdad también estaba pensando en la seguridad de las gallinitas.
Todo parecía tranquilo en la pequeña granja, hasta que de un momento a otro Brad Pato comenzó a actuar de forma errática, ya no estaba contento con la zanahoria o la comida para conejos que le traían, ahora mordía todo lo que encontraba a su alrededor, la malla de la jaula, la madera, las flores cuando salía a pasear, parecía un poco molesto e intranquilo. A Lorenzo no se le ocurrió y a Benito se le olvido, que los conejos alcanzaban su plenitud sexual a partir del año de vida - ósea al conejito ya le tocaba.
Y nadie se dio cuenta, hasta que un domingo los primitos de Lorenzo, que habían ido de visita a la casa, decidieron abrir las jaulas para conocer – jugar – con los animales que allí descansaban. A Lorenzo no le gusto la idea, tenía claro que los animales no eran para “jugar” pero acepto con la condición de que no los estuvieran cogiendo o asustando.
Salieron pues las gallinas y Brad Pato, que al principio estaba un poco receloso y no quería saber nada con los extraños. Después de un ratito ya estaba corriendo, dejándose acariciar y dar de comer por Cintia, prima de Micaela.
De repente, le dio por corretear a las gallinas. Primero tímidamente pero luego las hizo cacarear asustadas. Lorenzo no hizo nada hasta que se dio cuenta de que estaba aplastando a una de ellas montándosele encima. Lo cogió sin entender lo que pasaba y lo regreso a su jaula, lo mismo hizo con las gallinas.
Pero al poco rato Micaela y su prima lo volvieron a sacar mientras Lorenzo manejaba bicicleta con sus primos en el parque, lo llevaron a la sala donde estaba Benito y su hermano Sebastián.
El conejo estaba intranquilo y no les hacía mucho caso, así que luego de un momento las niñas se fueron a jugar con las muñecas al patio y olvidaron al pobre Brad Pato.
Primero se quedo quietecito a los pies del sillón mas grande, acostumbrándose un poco al nuevo escenario – casi nunca entraba a la casa – veía a los dos hombres conversando y riéndose, comenzó entonces a sentir un deseo irrefrenable dentro de su cuerpo, un deseo por la “cosa” que se movía en el hombre, pero no del que veía siempre cuidando a las gallinas, sentía un atracción por la “cosa” que se movía en el hombre nuevo.
Sebastián sintió un peso y cuando se dio cuenta Brad Pato estaba encaramado en su zapato, moviéndose tan frenética y repetidamente que parecía en trance.
“¡Carajo que le pasa a este conejo!” – Exclamo, mientras Benito le quitaba al animal de encima y se desternillaba de la risa.
Graciela apareció con Lucas – el último hijo de la familia – que se acababa de despertar.
“Benito que hace este conejo en la casa, su lugar es afuera, pero que…que paso?” - preguntó cuando vio que Pablo se limpiaba el zapato con un pañuelo - un pañuelo del que probablemente iba a deshacerse.
“Si, no sé que hace acá, Micaela debe haberlo sacado. Al conejo le llamo la atención Sebastián eso es todo.” – decía Benito en tono sarcástico.
“Ya oye no seas gracioso que te voy a traer a mi perro… Benito ese conejo quiere una coneja, no seas malo pues, cómprale una parejita” – alcanzo a decirle.
Regresaron a Brad Pato a su jaula y al día siguiente Lorenzo y Benito fueron a visitar a la señora Rosa. Ella tenía – aparte de sus vacas y terneros – un criadero de conejos, así que quizás ahí podrían encontrar la solución definitiva a la necesidad que lo aquejaba.
La chinita – como le llamaba Benito – tomo al conejo y lo metió en una jaula donde estaba una coneja, para ver su reacción ya que nunca había estado – ni cerquita – a una. Al principio Brad Pato no le hacía caso pero luego de un rato la empezó a corretear de forma desesperada, la coneja no se la dejo fácil, lo hizo corretear un buen rato hasta que por fin la atrapo. Se unieron por unos minutos y cuando terminaron Brad Pato cayo como fulminado por un rayo.
“Que paso papa?” – Pregunto Lorenzo
“No sé, a ver espérate un rato” – le contesto mientras se acercaba a la jaula para revisarlo.
“No déjelo, déjelo un ratito” – Decía la chinita con una sonrisa un poco cachosa.
Brad Pato se levanto al poco rato y volvió a corretear a la coneja, volvió a hacer todo con la coneja y a desmayarse una vez más. Entonces Benito se llevo a Lorenzo que comenzaba a ver de forma diferente a su conejito, ya no le parecía más un tierno conejito y Benito no quería explicarle porque el conejo estaba tan pizpireto.
“Si quiere me lo deja, doctorcito, necesito un conejo así para mi granja, le voy a pagar bien. Usted diga nomas” – le dijo Rosa.
“Si papa, si aquí es feliz y lo cuidan que se quede pues, nomas que lo pueda visitar y ya.” – sentencio.
“Esta todo un jovencito su hijo, doctor, claro que lo puedes visitar Lorencito, cuando quieras.” – contesto la chinita mientras los acompañaba a la salida.
Y así fue que el pequeño - y feo - Brad Pato pasó de ser un solitario conejo a ser el Rocco Siffredi de la granja, el causante de que nunca le faltaran conejos que vender a la señora Rosa.
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