A pesar de que sabía que dormiría poquísimas horas descanse plácidamente, hasta que una sombra se asomo al lado de mi cama y con voz casi fantasmal me dijo:
“Carol…”
Me levante sobresaltada, era mi amiga que me avisaba que ya era hora de ir a la estación del bus. Bajamos con caras cansadas y “legañosas” a tomar un desayuno ligero que nos ofrecía el hotel.
Yo estaba preocupada, la rodilla me había molestado desde el día anterior – aun más por el golpazo que recibí – no quería que eso me impidiera subir y no porque habían nacido en mi súbitas ganas de hacerlo, solo se debía a que no quería hacer todo el esfuerzo de madrugar para no poner lograr el cometido.
Salimos del hotel y caminamos por las desoladas calles de la pequeña ciudad, donde se oía el caudal ensordecedor del rio Vilcanota.
Nuevamente creímos que siendo casi las 4 de la mañana alcanzaríamos uno de los primeros asientos en los benditos buses, pero – nuevamente – no. Delante nuestro habían unas 40 personas. Esperamos paradas un largo rato hasta que empezó a llover fuertemente, sin paraguas a la mano alcance un lugarcito a la entrada de una de las varias tiendas que aprovechaban la demanda en esos momentos y me senté. Mi amiga se quedo parada en donde seguía cayendo la lluvia.
“Si quiere subir que le cueste”- pensó mi yo “con sueño”.
Luego decidí no ser tan “Cruella de Vil” y cederle mi sitio, de paso que estiraba las piernas y buscaba una farmacia donde encontrar algo para mi rodilla que me seguía fastidiando. No encontré la farmacia pero si una tienda donde la dueña me recomendó una pastilla, aunque dude al principio finalmente me la tome. Regrese y esperamos a que llegaran los buses hasta el amanecer.
Al lado nuestro había un grupo de chicas de Argentina y detrás un grupo de chicos del mismo país. Luego de un rato apareció una pareja que se quiso colar pero los chicos amablemente les explicaron que “eso” no se podía hacer.
Llegaron los buses y el primero se lleno, así que subimos en el siguiente. En el trayecto vimos a varios grupos que hacían el Camino del Inca y que pedían aventón, así como gente del mismo pueblo que iban a vender sus productos.
Bajamos del bus y nos colocamos al final de la cola donde sellaban los tickets que nos habían dado para entrar a Macchu Picchu, el sello decía “Subida al Huayna Picchu”.
Una vez que conseguimos entrar entre los 400 primeros la gente se quedo de pie esperando, me pareció innecesario ya que teníamos todo para ingresar, solo faltaba que abrieran a las 8 y eran las 5:30. Resolví entonces preguntar si era necesario seguir paradas congelándonos.
Efectivamente no era necesario por lo que nos apartamos del tumulto y buscamos un lugar donde guarecernos del frio y dormir un ratito. Fue el peor descanso de toda mi vida, hacia un frio de los mil demonios y tenía el trasero y las pantorrillas congeladas. A pesar de todo y quizás por las pocas horas de sueño me dormí.
Desperté justo cuando llegaba el bus con nuestro guía. No recordaba su nombre pero si sus señas.
“Es pequeño, robusto y bien trigueño”- nos dijo el contacto la noche anterior en el hotel.
Me levante y le di nuestro nombres, nos unió al grupo y entramos.
Para tomarte la típica foto no hay que caminar mucho, en realidad no hay que caminar demasiado en todo el trayecto, al menos las partes que visitamos tomaban alrededor de 2 horas entre las explicaciones y las fotitos de rigor.
“Bueno los que van a subir al Huayna Picchu parten desde aquí, dando la vuelta esta la entrada”- nos explico, había llegado la hora.
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