Mariela no tenía ganas de ir al matrimonio de su prima, su papa había fallecido hace pocas semanas y la idea de maquillarse y vestirse para una ceremonia alegre como lo es, a veces, un matrimonio no estaba acorde con su estado de ánimo actual. Además y para su tranquilidad, toda la familia, incluida su prima la entendían.
Cuando su papa falleció se encontraba en Japón y estaba a poco tiempo de venir a ver a su familia a Perú, es así como al traer sus restos para ser velados y enterrados trajeron consigo una maleta que nadie en su casa se atrevía a abrir.
Según ciertas costumbres familiares se estilaba guardar la ropa del fallecido en cajones, así lo hicieron ella y su mama. Los llenaron con ropa que tenían guardada en casa, sin siquiera considerar la que contenía la maleta que seguía durmiendo “el sueño de los justos” en un rincón.
Pasaron los días y Mariela decidió solo acompañar a su prima en la iglesia y luego retirarse, pero como era obvio debía de arreglarse para la ocasión. Desganada todavía, busco en su ropero un vestido que comulgara con su luto y la ceremonia a la que asistiría.
“Un vestido negro” – pensaba, mientras veía resignada que no tenia ninguno.
Pasaron los días y resolvió que tendría que comprar uno, se durmió pensando que al día siguiente tendría que ir de tiendas con su mama para encontrarlo. Sin embargo esa noche, durante el sueño, encontraría eso que tanto buscaba.
Estaba ella en un lugar que reconoció como el cielo, parada sobre nubes vio al frente y de pie a su padre que la mirada un poco intranquilo.
“No tengo ropa” – le decía, mientras ella trataba de entender donde estaba y que hacia ahí.
“Que hago papa?”- le contesto.
“…si quieres voy a tu tumba, la abro y te dejo la ropa que necesitas” – le dijo, esforzándose por hallar sentido entre lo que decía, veía y sentía en ese momento.
Despertó esa mañana y se quedo pensando en el, en lo que quizás necesitaba en ese lugar donde ahora se encontraba.
De pronto entro al cuarto que había sido de su papa: abrió los cajones, revolvió la ropa, se dio la vuelta y vio la maleta, se dirigió hacia ella y decidió abrirla. Después de tanto tiempo cerrada le pareció extraño que no tuviera ese olor a “guardado“ que suele tener la ropa, solo olía a limpio. Hacia la mitad del contenido de la maleta se topo con una bolsa sellada, parecía un regalo, dudo unos instantes en abrirla y cuando lo hizo al fin lo entendió todo.
El regalo era un vestido negro hermoso que le había comprado su papa y que recién hasta ese momento se lo había podido hacer llegar, a su modo particular.
“Mira mama” – Decía Mariela mientras le mostraba el vestido extendido a su mama, era de su talla y cuando se lo probo le quedaba perfecto.
Cuando llego el día de la ceremonia, ya en la iglesia, Mariela no pudo esconder una sonrisa cómplice, pensaba en su papa con alegría porque la ayudo aun cuando ya no estaba físicamente con ella.
Ps. Gracias a M. por permitirme contar su historia.
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