Angélica fue hasta la puerta, esperaba la visita del hermano de Julio, su esposo, que venía desde Trujillo. Cuando abrió vio que Lauro no venia solo, había llegado con un niño de unos 7 años muy flaquito y triste, un yeso le cubría las dos piernas desde el talón hasta la cadera.
“Negrita, este es mi hijo Gustavo, me lo han enyesado en Trujillo para corregirle sus piernas” - tenía una pierna más larga que la otra- “no lo podía dejar” – le conto.
Entro a la casa y conversaron un rato mientras esperaban que Julio llegara de trabajar, hasta que Lauro le dijo que tenía que ir a hacer unos trámites al centro. Así que dejando encargado al niño se fue.
Pasaron las horas, llego la noche y Lauro no aparecía, llego Julio y no mostro mayor preocupación por su ausencia.
“Ya llegara”- se limito a decir.
Como no podía ser de otra forma Angélica sirvió el lonche para todos incluyendo al invitado. Gustavo era un niño callado por lo que no conversaron en ningún momento desde que llego. Sin embargo Gloria o Golo como le decían de cariño, hija menor de Angélica, no se aguanto y le empezó a hacer la conversación.
Cuando llego la hora de dormir, Angélica arreglo una cama en uno de los altillos de su casa y lo acostó con ayuda de María. No se preocupo por Lauro, supuso que sus asuntos se habían demorado y que llegaría al día siguiente.
Al tercer día estaba resignada a que Lauro había dejado a su hijo, quizás porque no tenía o no sabía cómo cuidarlo. Conocía que era viudo pero no sabía más de él, solo que había dejado a su hijo abandonado a su cuidado, por su parte Julio no mostraba mayor interés al respecto.
Pero había otro tema que le preocupaba, el olor que emanaba el muchacho, Angélica había sido ama de llaves y no le hacía asco, más bien le intranquilizaba el hecho de que el hedor pudiera provenir del yeso, cuando Gustavo empezó a tener algo de calentura decidió llevarlo a su doctor de cabecera.
“Este chico tiene escaras Angélica, además el yeso está mal puesto, va a quedar peor si se lo dejamos.”
Le dijo también que en su consultorio no le podía quitar el yeso ni tampoco hacerle el tratamiento que necesitaba. Como sabía que Angélica era una mujer modesta le recomendó ir a un hospital llamado San Juan de Dios.
Así pues la delgada pero decidida Angélica agarro sus cosas y con el chico al hombro se las ingenio para llevarlo hasta la dirección que le habían dado por teléfono.
Llego y tras una larga espera consiguió ver al doctor, este le explico que era imprescindible quitarle el yeso al muchacho ya que corría el riesgo de que la herida de la escara se le infectase aun más, con el riesgo de contraer una gangrena.
Echaron a Gustavo en una camilla y con ayuda de una enfermera y una sierra el doctor empezó a quebrar el yeso, fueron interminables minutos en los que el muchacho lloraba y se retorcía de dolor. Angélica trataba de contenerlo, era por su bien.
Retirado completamente el yeso se vio la herida en la que se había convertido la escara, el pus y el mal olor que emanaban confirmaban la infección. El doctor limpio la herida y en vez de un yeso le dijo que la solución sería un operación y un tratamiento de rehabilitación bastante largo y difícil pero que resolvería su problema definitivamente.
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Luego de la operación estuvo internado un tiempo en el cual los hijos de Angélica y ella misma lo fueron a visitar hasta que regreso a casa, su padre nunca apareció, así que ellos eran su nueva familia.
Una vez de alta y durante todo el tratamiento Gustavo comenzó a ir al colegio. Quizás fueron las burlas de sus compañeros por su discapacidad o el alejamiento de su padre, lo que hizo que por momentos el tuviera arranques de cólera y reacciones inesperadas.
Aunque al principio no creía que fuera nada grave, la opinión de Angélica cambio un día que lo dejo a solas con el hijo de 3 años de su comadre Teresa.
Resulta que Teresa se fue con Angélica a comprar unas telas a la galería que quedaba cerca a su casa en La Victoria, cuando regreso y metió la llave no podía abrir la puerta, parecía trancada por dentro. Por la rendija vio como Gustavo había amarrado al niño a una tabla y con una mecha de la cocina se acercaba a prenderlo.
“Ábreme la puerta, ahorita ábreme!” – le grito.
Gustavo abrió asustado, le dijo que estaba jugando a los indios, Teresa se fue con el niño y Angélica no volvió a hablar del tema, pero tampoco volvió a ver a Gustavo con los mismos ojos.
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Fueron 5 años de tratamiento, finalmente y tal como dijo el doctor, Gustavo quedo totalmente recuperado, Angélica por su parte lo apoyo en la culminación de sus estudios primarios y secundarios. Lo formo y trato como un hijo mas.
Luego, por recomendación de amistades Gustavo consiguió un trabajo en el Banco de la Nación donde ganaba lo suficiente para buscarse un cuarto fuera de la casa donde había vivido más de la mitad de su vida. Angélica lo dejo ir con pena, pero con la tranquilidad de que era un hombre físicamente sano y con trabajo, lo último que supo de él fue que había viajado a Trujillo para saber que fue de Lauro, su padre.
Muchos años después Gloria se encontró con él en las calles de Gamarra, lo vio junto a una señora de tez morena que asumió seria su esposa y una niña, conversaron un poco pero después cada quien tomo su camino.
A Gloria le sorprendió que, habiendo pasado tantos años juntos conviviendo casi como hermanos no haya arraigado – aparentemente - en el ningún sentimiento de gratitud, afecto o preocupación por saber que fue de Angélica, que nunca más haya regresado a la casa. Comprendió que quizás las cosas por las que tuvo que pasar Gustavo lo endurecieron de tal manera que le impidió desarrollar esos sentimientos que a ella le parecían tan naturales.
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