martes, 10 de julio de 2012

Asignación Universitaria

Cuando en la universidad nos dejaron de tarea conseguir un esqueleto humano al principio no supe bien que hacer ¿Dónde se consigue?¿Como se consigue? Eran las preguntas que rondaban mi cabeza.
Finalmente Amador un compañero que había reprobado el curso el semestre anterior me explico como era el asunto.
Elegimos la fecha para la “asignación”, Carlos que estaba en el grupo presto su camioneta, nos hicimos de pico, palas, guantes, mascarillas y costales y enrumbamos al cementerio de Cayma, el más alejado.  Nos acompañaba Cucho y Andrés.
Esperamos hasta que estuviera bien entrada la noche, mientras nos calentábamos con algo de licor. Debo aceptar que – de paso - me estaba dando valor porque me costaba asimilar la idea de lo que íbamos a hacer.
Cuando llego el momento, Cucho el más despistado  de todos – pero el que mejor vista tenia - fue elegido como “campana”, se subió a uno de los muros principales y se quedo ahí. Un poco más cerca a los demás Andrés avisaría si Cucho divisaba algo, dándonos el tiempo suficiente para guardar las cosas y fugar sin problemas.
Nos acercamos al nicho, desde hacía semanas que habíamos “tasado” al finadito. Tenía el tiempo preciso para que los músculos se pegaran al hueso hasta casi desaparecer. Antes de empezar nos persignamos y rezamos un ratito.
“Padre nuestro que estás en los cielos…”
“Pero yo soy agnóstico Amador” – protesto Carlos.
“Cállate y reza nomas!”
“Señor perdónanos por profanar a este difunto en nombre de la ciencia…”
Con el pico Amador comenzó a destrozar la lapida, ni tan suave para demorar, ni tan duro como para llegar al féretro y romperlo. Carlos lo ayudo para agilizar, mientras yo solo me limitaba a ver como poco a poco iba apareciendo el marrón raido del cajón.
Cuando llegamos al siguiente nivel, me puse los guantes, la mascarilla y con cuidado – como si fuera un intruso que estuviese metiéndose en la casa de alguien – levante la tapa de madera. Parecía sencilla de levantar pero no, los goznes estaban medio oxidados y tuve que usar la pala para levantarla. Al lograr mi cometido espere ver el vidrio que separaba la madera del difunto, pero el material se había convertido en una especie de plástico opaco.
“Los gases del muertito han cambiado la estructura del vidrio, eso ha pasado” – intento explicar Amador.
Con cuidado intente quebrar el “vidrio” pero fue imposible, logre finalmente hacer un hueco chiquito con la navaja suiza de Carlos y poco a poco fui agrandando el hoyo hasta retirar por completo el material.
“Tengan preparado todo, no se vaya a deshacer en mis manos” – le pedí a los chicos, pero creo que no me escucharon porque cuando hube sacado el esqueleto no había nadie quien me lo recibiera.
“Amador el costalillo!” – le grite y reacciono, parecía que nunca había visto un cadáver momificado, la verdad era como las momias de los museos, como la momia Juanita.
Lo sacamos e intentamos dejar todo lo más ordenado posible, la idea era que nadie se diera cuenta que dentro del cajón ya no había cuerpo y creo que Carlos y Amador se encargaron bastante bien. Esa chamba no era mía porque ya había sacado al difuntito.
Terminado todo el trabajo nuestros “peones” bajaron de los muros y nos enrumbamos a la “casa abandonada”, que en realidad era un terreno de Amador donde había un cuarto grande sin ventanas y sin puerta – pero con techo, indispensable para el frio – nos habíamos encargado de taponearlo para que nadie entrara y poder dejar sin problemas los insumos para la limpieza del esqueleto, antes de partir al cementerio habíamos puesto a hervir un cilindro – de esos grandes para químicos -lleno de agua para comenzar el proceso de limpieza.
La carretera que nos llevaba a la casa estaba tranquila – sin otros carros a la vista – y soplaba un viento helado pero seco. De repente vimos al lado nuestro un caballo montado por un hombre, traía puesto un sombrero y un poncho, esta de más decir que nos orinamos de miedo y casi nos infartamos cuando nos empezó a hacer señas para que nos detuviéramos.
Pensamos que quizás necesitaba algo y como buenos arequipeños que éramos nos detuvimos a un ladito, sin embargo Carlos tenía el pie en el acelerador por si era una trampa, y nos salían al encuentro abigeos para asaltarnos – aunque éramos unos estudiantes misios- , a la menor sospecha saldríamos disparados.
“Caballeros buenas noches”
“Buenas noches” – respondimos al unísono.
“Esta fresca la noche, no?”- dijo el extraño recibiendo un silencio expectante.
“Disculparan ustedes la forma tan brusca en que los detuve en su camino pero              quisiera invitarlos a la fiesta que se esta desarrollando en mi hacienda, buena comida, chicas lindas y buena música de todo para que se la pasen bien.”
“Le agradecemos la invitación paisano pero ahorita estamos con un pendiente y no podemos detenernos, sino con mucho gusto”- dijo Amador finalizando.
“Bueno entonces mucha suerte en lo que tengan que hacer será para otra oportunidad.”- nos dijo el desconocido, arreando el caballo en retirada.
Nos miramos a las caras preguntándonos que rayos había sido eso y cuando Andrés volteo para ver si de verdad se alejaba – aun teníamos el temor de que fuera el gancho de algún grupo de asaltantes – no lo vio mas.
“Mi mama me ha dicho que a veces así hay almas que vagan por ahí, como recordando lo último que hicieron, quizás este señor era una de esas almas” – dijo Cucho, recibiendo el abucheo moral del grupo por empezar una frase con “mi mama me ha dicho”
“No seas cabro pues Cucho!”
Llegamos a la casa, el agua ya estaba hirviendo dentro del cilindro. Habíamos traído también cal viva y barniz.
Cucho saco al finado, le retiramos la ropa que traía puesta y nos quedamos con el esqueleto desnudo. No sé si fueron los nervios o el frio que me había congestionado la nariz, pero no sentí ningún olor penetrante y, como ya me había puesto los guantes, lo cogí enterito y lo metí dentro del cilindro a que hirviera hasta que los leños se consumieran.
Al día siguiente taparíamos los huesos con cal viva para que consumiera todo el tejido restante, teníamos que entregarlo en clase la semana siguiente y nos daría tiempo suficiente para ponerlo a secar al sol y darle el acabado final con el barniz.
Enrumbamos en la camioneta, cansados y un poco aturdidos por todo lo sucedido.
Ya casi amaneciendo, Carlos dejo a cada uno en su casa y en la última, la de Cucho, se quedo a dormir porque ya no podía mas con el cansancio y no había quien le hablara y evitara que se matara por quedarse dormido manejando. Así fue como Cucho no tuvo más remedio que darle una colcha y dejar que duerma en el sillón de su sala, porque ni fregando compartía la cama con él.
Cuando nos reunimos al día siguiente, al verlos todos ojerosos y demacrados de la mala noche no pude evitar decirles:
“Pero para el próximo trabajo ya estamos más experimentados, o no?”
Amador fue el único que contesto, los demás no me hicieron ni caso.
“No jodas Nacho, la próxima vemos donde lo compramos, pero yo no vuelvo a pasar por todo ese trajín en mi vida cholo, en mi vida.”
Fin.